-Mónica Albizúrez / INTERLINEADOS–
En la escena primera de la película Love Actually (2003), observamos gente que, con perfiles étnicos y sociales cuidadosamente elegidos, se reencuentran en la salida del aeropuerto de Heathrow: reconocimientos, abrazos, sonrisas y rostros emocionados de familias y amigos que han esperado y viven la plenitud de la cercanía afectiva. Como ya en 2013 escribió Emma Green, un soporte de esta película es subrayar el valor de los grandes gestos en esa experiencia compleja del amor. Especialmente, para quien está lejos de las personas queridas, aquella escena convoca con fuerza el anhelo de la compañía en Navidad.
Evidentemente aquella escena deja invisibles los interiores y procesos, no siempre agradables, que constituyen el espacio del aeropuerto. Incluso, ya al final de la película, el trayecto apresurado del pequeño Sam burlando a los guardias de seguridad para alcanzar a Joanna, «el amor de su vida» que va a volar a Estados Unidos, satisface momentáneamente en la ficción el deseo imposible de vencer los obstáculos migratorios con la fuerza de la determinación del afecto. Porque para miles de inmigrantes, refugiados y desplazados en distintas partes del mundo, aquella carrera es impracticable. Pienso, sobre todo, en los inmigrantes ilegales centroamericanos en Estados Unidos, quienes por muchas navidades viven y vivirán el aeropuerto como una zona prohibida. Del otro lado de aquel sueño del viaje irrealizable, están hijos, padres, amigos y la memoria de una vida.
Volviendo al aeropuerto de Heathrow, una de las mejores narraciones contemporáneas sobre el miedo por la identidad y el destino del viaje en esa sucesión de preguntas y controles que forman las medidas de seguridad es el libro Volverse palestina (2015) de la chilena Lina Meruane. La escritora desea visitar la ciudad de origen de su abuelo, Beit Jala en Cisjordania. Para ello, Meruane avanza en los corredores de Heathrow hacia la puerta de salida del vuelo que la llevará a Israel. Su apariencia física y un apellido ligados a Palestina inmediatamente activan el interés de la seguridad israelí. Lo que viene son interrogatorios duros, el juego del policía malo y bueno, el traslado de la pasajera a una habitación especial para continuar el interrogatorio, la cual es definida lapidariamente: «La pieza oscura, temida, de toda la infancia, pero también de toda migración». La inspección termina con el cuerpo desnudo de la pasajera, porque es diabética y carga una bomba de insulina. Ese cuerpo desnudo inspeccionado deja a su vez una cicatriz identitaria: «Tengo la certeza que en las horas que pasé con las tiras fui más palestina que en mis últimos cuarenta años de existencia». Y es que, en el aeropuerto, en circunstancias más o menos parecidas, se marcan y deslindan nacionalidades y orígenes de primera y segunda clase, de peligro o de familiaridad. A uno le recuerdan de dónde viene.
Lo cierto es que, en estas épocas navideñas, se recuerda desde las creencias cristianas otro viaje: el penoso trayecto de José y María desde Nazaret a Belén (140 kilómetros) para registrarse en un censo. Es decir, iban en busca de regularizar y cumplir con trámites de control poblacional. La tradición de los nacimientos que muchos guatemaltecos seguimos nos recuerda que Jesús nace en un establo. Evidentemente, la plasticidad de estos nacimientos contrasta con las circunstancias reales del lugar donde María dio a luz. Imaginemos un lugar de paso, insalubre, precario, bastante humillante para parir. Alguna casa de refugiados centroamericanos en México podría acercarse hoy a aquel establo.
Por lo tanto, estas fechas de Navidad convocan trayectos y rutas. Hay reencuentros profundamente esperados y memorias entrañables de aquellos que ya no sucederán. Abundan historias felices en la industria cultural de la Navidad. Abundan también historias dichosas y otras trágicas en la vida real. Mucho depende del lugar de origen.
Este 2017 está a punto de acabar. Pienso en tantos niños y niñas guatemaltecos que han dejado el país por circunstancias límite. Pienso en sus penalidades en el camino, en la injusta dureza que les toca afrontar. En ocasiones, el propio trayecto a través de las carreteras del país es ya una experiencia trágica, como la muerte del chiquito bajo las ruedas de una camioneta en carretera a El Salvador, luego de que la madre bajó por no poder pagar el pasaje y el chofer arrancó sin miramientos. Fue el día cuando se encendieron las luces del árbol de Navidad «Gallo» en el Obelisco.
Que el 2018 se construya en otros caminos. Deseo de Navidad.
Fotografía por Mónica Albizúrez.
Mónica Albizúrez

Es doctora en Literatura y abogada. Se dedica a la enseñanza del español y de las literaturas latinoamericanas. Reside en Hamburgo. Vive entre Hamburgo y Guatemala. El movimiento entre territorios, lenguas y disciplinas ha sido una coordenada de su vida.
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