Las muchachas

-Mónica Albizúrez / INTERLINEADOS

Hannah Cullwick (1833 –1909) fue una sirvienta en la época victoriana, cuyo diario es una fuente privilegiada para conocer la vida del servicio doméstico femenino en el siglo XIX, sin ninguna o escasa protección legal y caracterizado por una letanía de actividades que no admitían horarios ni apenas pausas: levantarse la primera en la casa y antes de desayunar, limpiar la sala, limpiar el comedor, limpiar las escaleras, limpiar la chimenea, servir desayunos a los otros y entonces arrancar el día. Se cumple en esta primera etapa del día descrita por Cullwick lo afirmado por Carole Pateman, en el sentido de que el sirviente no libre y residente en el hogar tiene que servir a sus amos todo el tiempo.

Ver el documental de la cineasta salvadoreña Marcela Zamora, Las muchachas (2013), es adentrarse en un diario audiovisual sobre las vidas de las empleadas domésticas salvadoreñas y centroamericanas. Desde una poética visual sobre los espacios que constituyen las casas de la clase media y media alta salvadoreñas, caracterizadas por la amplitud y la luz, van sucediéndose las voces de «las muchachas», vocablo este que en Centroamérica designa a quienes sirven y muy frecuentemente viven en la casa donde laboran. Zamora da la voz a mujeres de distintas edades, todas ellas provenientes de estratos pobres, quienes van narrando sus experiencias como sirvientas.

La genealogía de esas mujeres arranca muy temprano. Lo que llamaríamos explotación infantil. Es el caso de Ana María Monterroso, que empezó a trabajar a los 10 años como muchacha. Recuerda que ponía un ladrillo para alcanzar la pila e intentaba lavar así una colcha demasiado grande para sus manos de niña. «No servís para nada» fue el regaño que recibió por no lavar bien. También Jessica Yamileth Martínez comparte esa iniciación traumática en el mundo del trabajo. Empezó a laborar como muchacha a los 9 años. Recuerda todavía con miedo cómo desconocía en dónde estaba, porque era nueva en la ciudad y esa falta de coordenadas del espacio se agravaba por los gritos cotidianos que recibía de la dueña de casa. Repite la experiencia María Consuelo Pérez, quien empezó a trabajar a los 14 años. No cerró bien una ventana, entraron a robar, se llevaron la ropa de una de las niñas y le descontaron el sueldo por descuidada. Sueldo, hay que decirlo, de sobrevivencia.

La trayectoria de estas niñas y luego mujeres trabajadoras en casas ajenas se caracteriza por jornadas extendidas, como las de Hanna Cullwick y otras sirvientas del siglo XIX, así como por abuso sexual de patronos, restricciones de días libres y permisos para atender sus propias urgencias. Quizás uno de los testimonios más duros de estas mujeres es el abandono de sus familias. Blanca Filomena Fuentes cuenta cómo salir tan temprano de la casa y regresar tarde implicó apenas conocer a su hijo. Perder los detalles del crecimiento. Criar a niños ajenos en lugar de los propios. Una de ellas afirma «yo me encariñaba más con los hijos de los patronos». Por su parte, Reina Isabel Herrera, ante la imposibilidad de un permiso para llevar a su mamá al hospital después de que esta sufriera un derrame cerebral, es despedida. Quince años en la misma casa.

La cámara en el documental no permanece en las casas donde se sirve. Se desplaza a las moradas de estas mujeres. Se retrata la precariedad. Se recorre el abandono. Y en medio de esas condiciones, una virtud del documental de Zamora es la no victimización, sino articular un coro polifónico de relatos que hablan de actos de valentía cotidianos en las peores condiciones.

Este artículo se publicará el Día Internacional de la Mujer. Hay varias iniciativas en distintas partes del mundo para reivindicar los derechos de las mujeres. Desde Centroamérica, quizás un pequeño acto de atrevimiento para revertir el concepto anacrónico de servicio doméstico sería ver el documental corto de Marcela Zamora y rememorar las muchachas que hemos conocido en la vida: las que han limpiado, las que han barrido, las que han lavado y planchado, las que ingresaron a la casa y se fueron un día. Examinarnos a nosotros mismos desde el espacio doméstico, ese que muchas veces es el más cruel para las mujeres.


Fotografía: Las nodrizas mixqueñas, Revista Nosotras, 1932.

Mónica Albizúrez

Es doctora en Literatura y abogada. Se dedica a la enseñanza del español y de las literaturas latinoamericanas. Reside en Hamburgo. Vive entre Hamburgo y Guatemala. El movimiento entre territorios, lenguas y disciplinas ha sido una coordenada de su vida.

Interlineados

Un Commentario

Liseth 09/03/2018

Buen artículo, para reflexionar. Uff, cuánto tenemos que reconocer de las mujeres empleadas de casa, su entrega a los quehaceres que delegados y confiamos a ellas.

Dejar un comentario