Las mañanitas del rey David

Edgar Barillas | Cine / RE-CONTRACAMPO

Las películas de la Tipografía Nacional fueron, durante la dictadura de Jorge Ubico, un manantial de elogios hacia el mandatario. Era el personaje central de los noticieros, el que acaparaba las tomas, el centro de los encuadres, la presa del objetivo de la cámara en los desplazamientos. Pero el paroxismo llegaba el día del cumpleaños de Ubico, el 10 de noviembre. Ese día era de fiesta nacional; hasta en los rincones más apartados del país había que engalanar los ranchos y vestir las mejores galas. Las cámaras se desplazaban en la medida de las posibilidades a donde los festejos cobraban más relevancia: Quetzaltenango, Sololá, San Marcos… y por supuesto, la capital de la República, que ese día se convertía en la capital del mundo de la adulación.

«Tanto amor del pueblo por su gobernante» no se podía detener, claro, en asuntos meramente oficiales (informes al Congreso, giras presidenciales). El cumpleaños de Ubico era el mero día, era la fiesta nacional más importante del calendario de la liturgia civil. Comenzando por la institucionalización de la Feria de Noviembre, que coincidía, casualmente, con el onomástico más celebrado del país. Para ello se construyeron instalaciones especiales, elegantes salones, funcionales y monumentales pasarelas. Había juegos mecánicos -como la montaña rusa o el zapatón-, sobrevuelos en avión por la ciudad, exposiciones agrícolas, industriales y ganaderas, eventos deportivos -entre los que destacaban los encuentros de futbol y las competencias hípicas y de motos-. Sin faltar, naturalmente, las ventas de artesanías y la majestuosa presencia de los indígenas que eran exhibidos como atracción turística en el «pueblito indio». Todo era debidamente registrado y divulgado por los técnicos del Departamento de Cinematografía de la Tipografía Nacional.

El día del cumpleaños comenzaba muy temprano con las muestras de afecto al gobernante, mismas que se prolongaban durante todo el día. El escenario de tales manifestaciones «espontáneas» de cariño, era, prácticamente, toda la República. Los camarógrafos estaban con el gobernante en los momentos principales. El 10 de noviembre de 1940, para citar solo un filme, no podían faltar en su casa de habitación. De esa manera pudieron rodar los momentos en que llegaron los jefes militares a rendir pleitesía, la cual quedaba consignada en un libro especial donde estampaban sus firmas; luego acudieron los civiles, todos muy elegantes, hombres y mujeres. En las afueras, mientras tanto, se celebraba una carrera de medio fondo y en las aceras la gente se aglomeraban esperando su turno para entrar a la casa a saludar al «Señor Presidente». Los salones y jardines de la mansión recibían a los visitantes y en los corredores se colocaban muy apretados los arreglos florales, algunos tan bellos que ameritaban más de un close-up. De nuevo en la calle, la cámara captó el desfile de motocicletas y bicicletas, para luego trasladarse al Palacio de Correos que lucía sus mejores adornos. Ese edificio albergó ese año los más sentidos discursos de fidelidad a nuestro héroe.

Cada 10 de noviembre, de 1931 a 1943, fue día para el derroche de ingenio en la quema del incienso ritual. Se inauguraban obras de alcantarillado, el asfaltado de una calle, algún edificio. Sin duda la fiesta más portentosa fue la del 43, en que se bendijo el Palacio Nacional, sin sospecharse que siete meses después estaría Ubico viéndose obligado a abandonarlo por la puerta trasera.

Otra celebración especial fue la inauguración de la remodelación del Cerrito del Carmen, en 1933. Tal como indican los manuales del buen cineasta, las tomas del noticiero fílmico correspondiente comienzan con la ubicación espacial y temporal: los primeros planos se dedican a la ermita, inicio de la ocupación colonial del Valle de Las Vacas, asiento de la Nueva Guatemala de la Asunción. La palmera sembrada por Juan Corz, tres siglos atrás, da la estatura histórica al lugar. Y luego, la lluvia de distracciones: los juegos de basquetbol, el baile de los gigantes, los cómicos disfrazados de El Flaco y El Gordo, los payasos -a los que se les decía volatines-. Y luego las obras inauguradas, la biblioteca, la fuente donada por la colonia mexicana, las construcciones de las colonias española, alemana y estadounidense, la de los Castillo Hermanos, etcétera. No podían faltar los responsables de la obra, el general Roderico Anzueto -personaje secundario pero frecuente en los noticieros-, como director general de los trabajos; y el ingeniero Rafael Pérez de León, encargado del diseño y construcción de la obra. Pero lo que más impresiona es el marco del público, calculado por los publicistas del Gobierno en 10 000 asistentes. Ese día los camarógrafos sí que tuvieron trabajo; pero luego sacarían sus dividendos ante el «Señor Presidente» al presentar la película por todo el país para acrecentar la fama y popularidad del dictador.


Edgar Barillas

Guatemalteco, historiador del cine en Guatemala, investigador de la Universidad de San Carlos de Guatemala.

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