-Abner Sótenos | ENSAYO–
Estamos a menos de quince días de las elecciones generales en Brasil, y muchas de las tensiones, producto de las disputas políticas, han aflorado en la multiplicidad de cotidianos en que todos estamos insertos, cuando cuestiones consideradas sensibles terminan siendo objeto de largas discusiones. Dos de las explicaciones posibles para tal excitación provienen del hecho de que el país está enfrentando un grave problema con el desempleo, sufriendo un bajo nivel de inversión por parte de los gobiernos federales, estatales y municipales, además del contenido virulento que la atmósfera política brasileña ha vivido por lo menos desde 2013. Esto ha hecho que el electorado, que sabe que la elección del nuevo presidente influirá directamente en su vida para los próximos años, pasara a meterse de cabeza en el asunto, reflejando el alto grado de politización de la población en general. Contrario a lo que se suponía, no ha habido la negativa del electorado a participar en las elecciones, al contrario, lo que hemos percibido es una fuerte adhesión del electorado a los comicios.
La gente no ha titubeado en cuanto a su participación en el proceso electoral. A pesar de tener indecisos, esta indecisión no es sobre votar o no, sino por quién votar. Así, muchos han participado y discutido con ahínco en las propuestas y los temas concernientes a sus posibles candidatas y candidatos. Por el resultado de las últimas encuestas de opinión, tres candidatos a la Presidencia de la República tienen la preferencia del electorado: Fernando Haddad del PT, Jair Bolsonaro del PSL y Ciro Gomes del PDT, ese cuadro se configuró de este modo luego de la decisión del Tribunal Superior Electoral (TSE), por 6 votos a 1, favorables a impedir la participación del expresidente Lula en la disputa, lo que terminó consolidando uno de los propósitos del golpe de 2016, una vez que el candidato que poseía el mayor porcentaje de intenciones de voto, y que de acuerdo con las investigaciones anteriores tenía posibilidades de ganar los comicios en la primera vuelta, tuvo su derecho negado por el partido de la toga, como caracterizó Lincoln Secco.
Con el escenario que se ha dibujado en las últimas semanas, Marina Silva se fundió de nuevo, Geraldo Alckmin no pasará más allá del 10 % de los votos, y la tendencia es reducir aún más la importancia del PSDB [1] en la política brasileña, haciendo del Estado de São Paulo el último bastión del partido, antes de su caída. Después de haber sido uno de los principales promotores del golpe de 2016, y de haberse embarcado en el (des)gobierno comandado por Michel Temer, esta elección será el preludio de la caída de los tucanos [2] a nivel nacional y, por tanto, la supuesta polarización entre el PT y el PSDB que se vivió en las últimas cinco las elecciones para el Ejecutivo federal no se repetirá.
Me parece que el último gran proyecto de los tucanos que se presentó a la nación, «Un puente hacia el futuro», fue rechazado por la población y por el conjunto de los empresarios productivos del país, por lo que el resultado que vendrá después del 7 de octubre reflejará ampliamente el clientelismo de ese partido. Cuando junto al (P)MDB los tucanos escribieron a varias manos el proyecto de gobierno de Michel Temer, el tal puente hacia el futuro, que Fernando Henrique Cardoso definía como un puente rústico y peligroso pero que, de acuerdo con el expresidente tucano, sería el camino más adecuado a recorrer, el PSDB tal vez haya jugado a la ruleta rusa con el tambor cargado.
Situación distinta ha sido la del Partido de los Trabajadores, a pesar de sufrir ataques semanales de los analistas políticos oficiosos de las redacciones de los principales periódicos y emisoras de radio y televisión hegemónicas, además de la fuerte persecución de los miembros del poder judicial brasileño, el partido de la toga, que contrario a actuar dentro de los marcos del republicanismo democrático decidió partidizar la justicia y abrir cuestionamientos y dudas en cuanto a la lisura de esas instancias, el PT ha logrado mantenerse como una opción viable para resolver los graves problemas que enfrenta el país. Si los distintos sectores del poder judicial y los medios hegemónicos fueran menos pasionales y comprometidos con las élites tradicionales, tal vez el PT estaría totalmente debilitado en esta casi víspera de elecciones.
Sin embargo, lo que nos parece es que el Partido de los Trabajadores fue capaz de construir un capital político sólido, en función de las grandes transformaciones que promovió de norte a sur del país, cambiando definitivamente la vida de miles de personas por todo Brasil. Es sobre cuestiones de la vida real de las personas a las que me refiero. Fue la seguridad alimentaria, el acceso a la educación pública gratuita y de calidad, los concursos a todos los cargos públicos, el empleo, la incorporación de las pautas identitarias como políticas públicas y asuntos de Estado, lo que hizo que, incluso sin Lula en la disputa, el candidato elegido por la cúpula del partido, Fernando Haddad, creciera en una sola semana cerca de 10 puntos porcentuales en la disputa a ocupar el palacio de Planalto. La construcción del pacto social por el lulismo, como más o menos se indicaba en el texto de Paul Singer en 1985, creó un protagonismo de los sectores populares relativamente recientes en la historia republicana.
La cuestión es que mucho en lo que se sustentó este pacto social se amparó en la ecuación entre la ciudadanía a partir del acceso al mercado de bienes y servicios. Esta formulación sedujo a gran parte de los grupos políticos en América Latina a partir de los años 1970 y 1980, sin embargo, a diferencia de la socialdemocracia europea, la latinoamericana incorporó desde su inicio la principal novedad económica del período, especialmente el neoliberalismo. El lulismo llevó, en gran medida, los elementos teóricos que dieron sentido al Partido de los Trabajadores, el proyecto de implementación de la Revolución brasileña tal como está contenido en la teoría social de Caio Prado Junior, criticado por haber sido incapaz de determinar si la revolución sería democrático-burguesa o socialista. Sin duda, por ello, durante esos años, el capital empresarial brasileño, ya sea productivo o especulativo, así como la agroindustria, consiguieron tener, en sus balances financieros, una significativa ampliación de sus riquezas. El fuerte recuerdo de los beneficios y ganancias que estos sectores tuvieron durante el lulismo, hace que el relativo rechazo por parte de estos grupos pueda ser incluso revertido en la segunda vuelta de las elecciones. Es en vista de eso que Haddad se ha aproximado al economista liberal, vinculado al mercado y la reducción del papel social del Estado, Marcos Lisboa.
Por lo tanto, haciendo un ejercicio de síntesis sobre la coyuntura actual, tenemos que el crecimiento de Haddad se ha dado en función del capital político del PT, el tipo de pacto social construido por el lulismo y el recuerdo, sobre todo, de los gobiernos petistas hasta 2013. Ya el liderazgo en las encuestas de opinión del candidato Jair Bolsonaro es el resultado de la supuesta novedad que ofrece para la resolución de las principales cuestiones brasileñas; el crecimiento del pensamiento conservador de los últimos años y el papel de una nueva derecha más virulenta y contradictoriamente defensora de la antipolítica; y, finalmente, Ciro Gomes como un nombre viable en función de un contrapunto en la misma intensidad a la figura de Bolsonaro, además de su inteligencia cautivadora y de su entendimiento de economía, que ha sido el punto central de la política brasileña de la Nueva República.
En consecuencia, basado en el grado de confiabilidad de las encuestas de opinión, dos de los tres grandes nombres citados arriba estarán en la disputa en el segundo turno electoral, el 28 de octubre, pues la elección no se resolverá en el primer turno, como sería el caso si el nombre del expresidente Lula estuviese en las urnas.
Quiénes estará en el segundo turno me parece es la grande cuestión, pues si hasta hace poco tiempo el PT lideraba las encuestas con Lula, la negación de su candidatura por el TSE prácticamente tiró a los brazos de Bolsonaro el liderazgo de la disputa, por lo que, se espera, que este candidato tenga su lugar «asegurado» para el segundo turno del 28 de octubre, aunque no debemos despreciar un escenario sin él.
En cuanto a Ciro Gomes y Fernando Haddad, es en quienes reside la mayor incertidumbre, pues, mientras Haddad está en tendencia de ascenso, Ciro se ha estancado. He observado algunas inquietudes expresadas por distintos sectores del electorado que se oponen a la candidatura de Jair Bolsonaro, y gran parte de esta ansiedad se debe al hecho de que se creía que los organizadores del golpe de 2016 dejarían el trabajo sin terminar, o no actuarían en el gran acuerdo nacional para evitar la candidatura de Lula. La confianza de que el expresidente Lula estaría en la disputa y vencería fácilmente a Bolsonaro creó cierta confianza en estos sectores del electorado. Con el resultado del TSE, el cálculo llegó a ser por el llamado al voto útil para un candidato que podría enfrentar al mesías.
Todo parecía más o menos resuelto, hasta que se materializó la tendencia de ascenso de crecimiento de Fernando Haddad, una vez que antes de ella Ciro Gomes aparecía en segundo lugar en las intenciones de voto, por lo que sería el candidato a enfrentarse a Bolsonaro en la segunda vuelta y llevaría consigo el apoyo del PT y otros partidos del campo progresista. ¿Y por qué Ciro al principio parecía estar seguro para la segunda vuelta? Tal vez por ser aquel que aparecía bien en las encuestas y, teniendo la oportunidad real de ir a la segunda vuelta, su nombre pasó a caer en el gusto del electorado. Su proyecto nacional parece que atrajo también el interés de votantes vinculados al campo progresista, pero sin duda alguna hasta ese momento eran las encuestas de opinión que acababan legitimando la elección, como si tales investigaciones fueran casi el resultado anticipado de las elecciones, en una formulación parecida a: no necesita ir a votar, las encuestas ya han decidido. Sin embargo, como se mencionó anteriormente, tras la oficialización de la candidatura de Fernando Haddad, e incluso sin mucho conocimiento por parte del electorado nacional respecto al candidato, el petista alcanzó a Ciro Gomes y ha aparecido con holgura en el segundo lugar de acuerdo con las encuestas más recientes.
A partir del momento en que las encuestas apuntan a la tendencia de una segunda vuelta entre Bolsonaro y Haddad es que el escenario electoral se ha vuelto más complejo y viene señalando hacia una dirección ya conocida de la sociedad brasileña, tal vez latinoamericana, la valorización de la fuerza, del autoritarismo, de la cultura machista de la política regional. La eminente posibilidad de Bolsonaro de ganar las elecciones, vinculada a la experiencia del golpe de 2016, ha hecho que el campo progresista, no necesariamente solo los situados a la izquierda del espectro político, opte por Ciro Gomes, en detrimento de Fernando Haddad. Parece que este electorado inconscientemente cree que Ciro encarna una especie de caudillo nacionalista o brazo fuerte que necesitamos en este momento.
Las mismas encuestas de opinión muestran que Bolsonaro pierde para Ciro por un porcentaje de voto que oscila entre el 2 y el 4 por ciento, y que a su vez Bolsonaro le gana a Haddad por el mismo rango porcentual. Así, en el límite, estarían los tres candidatos empatados técnicamente en cualquiera que fuera el escenario, con ligera ventaja para Ciro Gomes, luego, la posibilidad de victoria estaría abierta aún para los tres candidatos. Si pensamos en términos de rechazo a los candidatos, el panorama cambia bastante. Ciro es el menos rechazado de los tres, aunque es el candidato cuyos electores tiene la mayor tendencia a la incertidumbre, incluso afirman que hay posibilidad de cambiar candidato hasta el día de elecciones.
Otro punto significativo es que hay, entre los entrevistados, la tendencia de migración en la segunda vuelta: electores de Ciro migran más a Bolsonaro que los electores de Haddad y, los votantes de Bolsonaro migran menos a Fernando Haddad que a Ciro Gomes. Este comportamiento puede ser explicado bajo dos perspectivas: una es resultado del crecimiento del antipetismo estimulado por los medios hegemónicos y por la criminalización que el partido de la toga hizo del PT en particular, esto se refuerza con la otra, que es el argumento de que, de alguna forma, en la cabeza del electorado Ciro y Bolsonaro se asemejan, y que tal proximidad se deriva de la esperanza de un brazo fuerte y hablar recio, necesarios para la política brasileña actual.
Esta expectativa hace que muchos de los argumentos de electores y electoras de Ciro Gomes sean justificados por una perspectiva nada democrática, o sea, la necesidad de enfrentarse a Bolsonaro en la segunda vuelta exige un candidato más autoritario que Haddad. Por lo tanto creen que Fernando Haddad no es lo autoritario lo suficiente para: a) hablar duro con Bolsonaro; b) garantizar la gobernabilidad, ya que muchos creen que tiene que ser por la fuerza y, c) resistir un nuevo posible golpe de Estado si un progresista gana las elecciones. La tesis de que para enfrentar a Hitler tiene que ser un Stalin ha sido recurrente. Que para enfrentar a un autoritario solamente un aspirante al autoritarismo, ha sido uno de los grandes saldos de la ruptura democrática que vivimos en 2016. La entrevista que Fernando Haddad concedió recientemente a los periodistas del Jornal Nacional [TV Globo] pudo haber estimulado a este electorado, pues en algún momento el candidato fue duro con los periodistas.
No es casualidad que Ciro Gomes, con perspicacia, supo hacer esta lectura del escenario actual, y de cómo el electorado, incluso el del campo progresista, ha exigido agresividad, truculencia y dosis de misoginia, aunque sea solo en el discurso. Tanto es así que, al comentar en 2017 respecto a la candidatura de Marina Silva, en un almuerzo con empresarios en la Confederación de Industrias de Río de Janeiro (FIRJAN), Ciro dijo que no veía a Marina con la energía necesaria para el momento, ya que era tiempo de demasiada testosterona, y que si bien él no lo elogiaba, era algo propio del Brasil. «Este es un momento muy agresivo, y ella tiene una psicología muy poco inclinada a este comportamiento», completó.
En la mentalidad política y cultural brasileña, pensándolo históricamente, en pocos momentos se creyó que el control a la tiranía fueran fuertes dosis de participación popular democrática, aunque hayamos tenido muchos movimientos sociales populares reivindicando y ejerciendo tal práctica. El pensamiento hegemónico, por el contrario, es el de la violencia como ejercicio del poder. Tal vez por eso Brasil es el país que más linchamientos públicos ha cometido en el mundo, de acuerdo con una encuesta realizada por el Núcleo de Estudios de la Violencia de la Universidad de São Paulo (USP), lo que es una continua reedición de los pelourinhos [3] de los tiempos esclavistas.
El mapa de la violencia apunta que cerca de 175 personas mueren al día de manera violenta en Brasil, lo que nos lleva a la marca de más de 63 mil muertes violentas en un solo año. Brasil tiene la quinta mayor tasa de feminicidio del mundo, según un informe de la ONU sobre homicidios cometidos con refinamientos de crueldad contra mujeres por motivos de género, crimen tipificado en el Código Penal brasileño hasta en el 2015. Un país que mantuvo la esclavitud debidamente legalizada por casi 400 años no se librará de la violencia como expresión de la acción política creyendo que la solución es más endurecimiento. Un país que ha vivido 7 de cada 10 años de su historia 7 años bajo el régimen esclavista, si consideramos de 1500 para acá, sigue afirmando que el antídoto del veneno es sacado del propio veneno, pero si eso sirve en la farmacología, la historia ya nos demostró que no sirve para la convivencia social mínimamente armónica.
[2] Llámase popularmente así al PSDB porque su emblema es un tucán (nota del traductor)
[3] Columnas donde se ataba a los esclavos para castigarlos y exponerlos a la agresión pública, como castigo a faltas supuestamente cometidas.
Reproducido con autorización de Carta Maior, publicado el 29 de septiembre de 2018. Traducción de gAZeta. Algunas de sus notas al pie han sido convertidas en hipervínculos, dentro del texto, que remiten directamente a las fuentes indicadas por el autor.
Fotografía de Jair Bolsonaro, Fernando Haddad y Ciro Gomes, tomada de DW.
Abner Sótenos

profesor de Historia de América Latina, en el Departamento de Historia de la Universidad de California, San Diego (UCSD).
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