Las dificultades de construir la igualdad. Medidas de seguridad en la ONU: ¡que se salven los blancos!

Marcelo Colussi | Política y sociedad / ALGUNAS PREGUNTAS…

Todos somos iguales, se dice pomposamente; pero la realidad, siempre testaruda, nos enseña que no es tan así, que pese a las altisonantes declaraciones, sigue habiendo algunos más iguales que otros. La posibilidad de construir un mundo igualitario está abierta; pero también es rigurosamente cierto que las dificultades en esa empresa no se hacen esperar. «Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos», reza el artículo I de la Declaración Universal de Derechos Humanos de la Organización de Naciones Unidas de 1948. Loable petición de principios, sin dudas. ¿Por qué no se cumple a cabalidad entonces?

Letra y espíritu de la Declaración son categóricos: nadie vale más que nadie. Esto es cierto, pero… ¿cómo lo materializamos? El socialismo intentó –o sigue intentando, para ser rigurosos, pues no ha muerto aún, pese a que continuamente se lo declara extinguido– poner en práctica esta máxima. Que lo haya logrado con mayor o menor éxito mueve a un debate que continúa abierto, y que necesita ser alimentado. Sin embargo, nunca está de más recordar, como dijera Fidel Castro, que «Hay 200 millones de niños de la calle, y ninguno de ellos vive en Cuba». Lo que está claro es que el mundo capitalista, llevado hoy a su grosera exacerbación con el modelo neoliberal unipolar vigente donde algunos «se salvan» y muchos «sobran», muy lejos anda de poder siquiera acercarse a esta formulación. La adoración fetichista de la propiedad privada y del consumismo aleja cada vez más de la «igualdad».

Hoy más que nunca es evidente la hipocresía en cuanto a que todos somos igualmente dignos, pues algunos son «más igualmente dignos» que otros. Para graficarlo de un modo sin dudas patético: mientras hay gente que no tiene nada para comer, hay otros que mandan a su perrito al psicólogo (una mascota de un hogar del llamado Primer Mundo come un promedio anual de carne roja mayor que un habitante del sur).

Que «otro mundo es posible» no es solo un anhelo; es una imperiosa necesidad para la sobrevivencia de nuestra especie. El mundo dividido en estamentos injustamente desiguales continúa siendo una verdad descarnada. Los blancos, los ricos, los varones, el norte, aún a pesar de la bella y meritoria Declaración de 1948, son los amos que no permiten la igualdad. El patrimonio de las 358 personas cuyos activos sobrepasan los mil millones de dólares –selecto grupo que cabe en un Boeing 747, en su gran mayoría de origen estadounidense– supera el ingreso anual combinado de naciones en las que vive el 45 % de la población mundial.

Permítasenos presentar un ejemplo: en alguna remota aldea de África subsahariana, o de Latinoamérica, o del sudeste asiático, tiene lugar un taller de capacitación sobre derechos humanos. Lo imparte personal de alguna agencia del Sistema de Naciones Unidas, y quienes lo reciben son promotores y promotoras rurales. Terminada la actividad, ambos –capacitadores y capacitados– deben volver a sus respectivos hogares. El personal capacitador –que, por ejemplo, estuvo desarrollando el Manifiesto 2000 para una cultura de paz y no violencia en cuyo punto seis se habla de «reinventar la solidaridad» como acción tendiente a fomentar un nuevo mundo más respetuoso– lo hace en su vehículo todo terreno, con aire acondicionado y amparado en la figura legal de inmunidad diplomática. El grupo capacitado, no (probablemente no tendrá vehículo propio para desplazarse, deberá caminar, y por supuesto no tendrá inmunidad diplomática). Lo paradójico es que si alguno de los capacitados pide aventón (autostop, hace dedo o como se quiera llamar) al transporte de los capacitadores, se encontrará con la respuesta que, por regulaciones institucionales, ello es imposible: los vehículos de la organización no pueden llevar a nadie que no sea personal propio autorizado. ¿Y la solidaridad de la que se estuvo hablando media hora antes?

Esto nos lleva a otro ejemplo complementario: en el Manual sobre aspectos de seguridad que recibe cada miembro de Naciones Unidas, al personal internacional en misiones fuera de su país se le recomienda, entre otras cosas, «no utilizar el transporte público», «alejarse de manifestaciones», «no comer por la calle» pues todo esto se considera «peligroso». Una vez más, entonces: ¿y la solidaridad? ¿Y el artículo I de la Declaración Universal?

Recomendaciones de ese tenor dadas por su superioridad a la tropa del ejército invasor en Irak, por ejemplo, o por la casa matriz de una compañía transnacional a su personal compatriota en actividades en el Tercer Mundo, lejos de justificarse, pueden entenderse en la lógica de dominación imperial. ¿Pero cómo entenderlas en las instancias destinadas a promover la paz y el desarrollo equitativo en todo el orbe?

Es norma dentro del sistema de Naciones Unidas utilizar como apelativo para el trato interpersonal solo los términos «señor» o «señora», para evitar así odiosas diferencias, contrarias incluso al espíritu de su carta fundacional. Pero muchos funcionarios, con nada disimulada pompa, se hacen llamar «doctor» o «licenciado». ¿Y la cacareada igualdad?

Algo anda mal ahí; o la Declaración es pura formalidad cosmética, o todavía estamos muy lejos de entender qué significa realmente igualdad.


Imagen tomada de Blog de Néstor Avendaño.

Marcelo Colussi

Psicólogo y Lic. en Filosofía. De origen argentino, hace más de 20 años que radica en Guatemala. Docente universitario, psicoanalista, analista político y escritor.

Algunas preguntas…

Un Commentario

Cocuyo Tovar 23/11/2018

Colussi, te dejo mi admiración y respeto. Los temas que abordas son de mi interes…y al saber que tienes orígen argentino vinno a mi memoria un libro que leí hace muchos años… de un autor argentino que no recuerdo pero del titulo del libro si…Psicoanalisis y marxismo…Sólo quice comentarte ésto que esta perdido en quien sabe donde de mi memoria. Saludos desde Reynosa, Tam. Mx.

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