Vinicio Barrientos Carles | Política y sociedad / PARADOXA
De dos peligros debe cuidarse el hombre nuevo: de la derecha cuando es diestra, de la izquierda cuando es siniestra.
Mario Benedetti
Increíble como arde el fuego cuando saltan las discusiones entre un bando y el otro. Basta con que alguno profiera algún término o etiqueta disparador, para que el otro le acuse, sino es que le insulta en el proceso, de izquierdoso o derechista. Se nubla la mente, se cierra el entendimiento, y el hígado o la pasión exacerbada entran en la escena del debate. Ningún diálogo será posible. La guerra está montada, y la inteligencia se enfoca en la destrucción del adversario. Todos se expresan y se movilizan conforme el miedo y el terror se apoderan de los rescoldos de humanidad entre los adversarios. Estamos frente a una batalla más fundamentada en la ignominia y la pésima actitud provocada y alimentada por la cultura de guerra que gobierna a nuestra sociedad… mas, detrás de todo ello, un pasado que pocos comprenden, sin reparar que en ausencia de la correcta comprensión, ninguna superación de los conflictos puede darse.
Se ha comentado, pero vale la pena recordar, que la Revolución francesa marcó un hito en la historia política de la humanidad, pues, sin entrar en detalles históricos y políticos, representa el salto del modelo de gobierno de la monarquía hacia el modelo de la república, o quizá en forma más precisa, la transición de un Estado absolutista a un Estado democrático. Aunque es cierto que el siglo subsiguiente a la Revolución francesa se osciló entre una forma de gobierno a otra (léase república, imperio y monarquía constitucional), lo relevante en el análisis macrohistórico es que la Revolución marcó el final definitivo del feudalismo y del absolutismo en ese país, y así gradualmente en el mundo entero. Por ello la historiografía clásica suele señalar a la Revolución francesa como el inicio de la Edad Contemporánea al sentar las bases de la democracia moderna, estableciendo las bases y fundamentos de nuevos horizontes políticos basados en el principio de la soberanía popular.
Pues bien, es en este contexto de la Revolución francesa, hace ya más de 230 años, que es posible encontrar el significado de la izquierda y la derecha en un sentido político. Resulta que el 11 de septiembre de 1789, cerca de 500 delegados se reunieron en un gimnasio de Versalles, en las afueras de París. En esta Asamblea Nacional Constituyente los partidarios de la creación de la república se apostaron a la izquierda mientras los monárquicos a la derecha. Los que impulsaban los cambios y los que luchaban por conservar el pasado se enfrentaron en dos campos muy bien definidos. Sin embargo, aún desde este momento inicial se dio cierta simplificación del conflicto, pues existían más de dos bandos en el conflicto por la definición de un nuevo sistema de gobierno, pero ante todo, un reconcepto del Estado.
A pesar de que ha pasado mucho tiempo, suele suceder que muchos cuerpos legislativos en el mundo aún asumen para sus miembros las mismas posiciones: los que promueven los cambios y las reformas se colocan a la izquierda y los que quieren conservar los valores actuales y preservar el statu quo se colocan a la derecha. En el particular caso de la América Latina del siglo XXI, los términos permanecen vigentes, en vista de los impactos innegables que en todo el continente tuvo el conflicto de la Guerra Fría desarrollada en la segunda mitad del siglo XX. La izquierda se asoció con las distintas variantes de socialismo, en la cual los trabajadores jugarían un papel preponderante, llegando al extremo de la visión de una revolución armada y violenta, en la cual los más desposeídos debían alzarse en armas para tomar el poder, e instaurar el gobierno del proletariado, con la cosmopolita figura del Che Guevara como caudillo del pueblo ante el ícono del de la Revolución cubana.
Así, nuestro país fue blanco de una confrontación ajena, entre las potencias imperialistas o liberadoras que se disputaban el mundo, enfrentando a los sectores de poder en los países pequeños, como el nuestro, unos tratando de preservar el orden heredado de un siglo XIX ya caduco, y otros tratando de imponer un modelo inviable para el desarrollo que Guatemala en aquellos momentos poseía. En fin, de ahí que llevamos más de medio siglo detenidos en el tiempo y en un auténtico limbo político que nos impide una autoconcepción congruente con nuestras posibilidades y nuestra realidad. Por eso nuestro conflicto, que dejó muertos y mártires, y otros subproductos que de manera quizá más sutil no nos permiten visualizar el advenimiento este de la democracia como modelo contemporáneo de coexistencia, en donde el monarca y la cultura de guerra no tiene ya cupo. La peor de las consecuencias, una enfermedad polarizante enraizada hasta el tuétano en nuestro tejido social destruido e inoperante.
No podemos negar que dentro de este maremágnum de enajenada y alienante dicotomía que permanece en el imaginario de muchos guatemaltecos, nuestra cultura política no solo se ha heredado en pobreza conceptual, sino que permanece tremendamente alejada de una perspectiva idónea para redirigir nuestros rumbos. A pesar de ello, debemos ser positivos y aceptar que vamos rectificando a través de dificultosos y enredados procesos que propenden al ejercicio democrático ampliamente socavado ante la nebulosa confusión ideológica.
En efecto, encerrados entre una dicotomía ya inexistente, de izquierda contra derecha, y viceversa, podemos identificar el odio y la reactividad emocional. O se es comunista o anticomunista… y fin de la historia. ¡Si no apoyas mis planteamientos, estás contra mí! Catastróficamente, se pensará y se expresará que todo planteamiento que no preserve las estructura de la tradición y el statu quo deberá ser tildado de izquierdista, de revolucionario, de comunista. Pedir justicia y abogar por el cese de la impunidad o la corrupción será una postura izquierdosa. Hijos del terror hemos heredado una desacertada posición para el análisis político, y la ausencia de criterio y la aunada ignorancia en los conceptos ciudadanos clave nos han llevado a una confrontación sin par. Ni el más alto dignatario del Ejecutivo escapa de ello. Hemos de luchar, aunque no estemos tan claros del porqué.
La conclusión, que siendo por tradición conservadores, apegados al miedo de expresar lo que pensamos, hemos de vernos como un pueblo que, ante cualquier proceso de reforma y de cambios, será cuestionado por sí mismo, en autocensura arraigada a un conflicto que ya terminó, nominalmente, pero que se esconde en lo profundo de nuestros corazones. Así, el desarrollo sostenible y la sanación psicosocial serán posibles en la medida que reconozcamos que las cien izquierdas que nos abruman no son tales, sino solo atisbos en búsqueda de un mejor rumbo, y que no tenemos que tener miedo de estas propuestas, equilibradoras y rectificantes, tan necesarias como urgentes; que reconozcamos que no todos los que no se autodefinen como de derecha son parte de esas cien izquierdas que el anticomunista ve. Necesitamos comprender que no es sino derrotando el miedo y asumiendo con valentía y responsabilidad nuestras decisiones hacia el futuro, no es sino y despojándonos del prejuicio y el reduccionismo acaparador que nos aprisiona, que podremos vislumbrar el libre ejercicio de nuestra soberanía democrática, que hoy por hoy debe pasar del papel a la acción y al sudor que todo el trabajo que ello implica nos producirá. Estamos llamados a la construcción de una propuesta de país libre de todo reduccionismo aberrante, liberados de la tragedia que hace más de medio siglo nos abrazó. Una nueva Guatemala es posible.
Imagen principal proporcionada por Vinicio Barrientos Carles.
Vinicio Barrientos Carles

Guatemalteco de corazón, científico de profesión, humanista de vocación, navegante multirrumbos… viajero del espacio interior. Apasionado por los problemas de la educación y los retos que la juventud del siglo XXI deberá confrontar. Defensor inalienable de la paz y del desarrollo de los Pueblos. Amante de la Matemática.
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