Andar por la calle sin sostén, disfrutando del calor, siempre es una sensación hermosa. No es por provocar al vecino en el autobús o en la plaza, es la necesidad de sentir el cuerpo libre, la piel dispuesta al roce del viento y de la suave tela de la blusa. Es, al final de cuentas, la decisión de retirar prendas innecesarias que en días cálidos te sofocan y te oprimen.
El placer de la semidesnudez lo descubrí a la mitad de la adolescencia, cuando también aprendí a defenderla ante la agresión masculina, evitando además entrar en discusiones con las mujeres adultas conservadoras. Era una tarde calurosa en que solo tendría clases por la tarde. Ir en el bus, sin muchos usuarios sirvió de introducción a ese innegable placer. El aire que refrescaba se filtraba irreverente entre la blusa y mi piel, dejándome una sensación inolvidable, despertando deseos que para entonces no satisfacía, por lo que intento que se repita cada vez que con libertad y sin temor me despojo de esa prenda opresora.
La ropa se usa para darnos comodidad y protegernos de las inclemencias del clima. Nadie sale a medio vestir cuando las bajas temperaturas obligan a cubrirse con varias capas de ropa. Pero resulta incomprensible que usemos esas mismas capas de ropa cuando la temperatura es alta. No lo hacen los hombres,por qué tendríamos que hacerlo las mujeres.
Cierto, los senos femeninos han sido por siglos fuente principal de seducción y estimulación del erotismo masculino. Son, evidentemente, también fuente de nuestro propio placer, una caricia, un beso en el momento adecuado puede propiciarnos el más íntimo y hermoso de los placeres. A través de la historia, los pintores han mostrado los pechos femeninos de mil formas, pero si en el arte la desnudez se acepta y aprecia, la sola insinuación de andar por la calle con ellos semicubiertos causa desasosiego, crítica y hasta agresiones.
En realidad no es lo mismo un seno al desnudo que semicubierto. Como tampoco lo es una entrepierna semicubierta por la falda mostrada con descuido en una mesa, a ser expuesta en una playa. Los vecinos, hombres y mujeres, lo ven con distinto parámetro, imponiendo el criterio de lo que es permitido y lo que no lo es. Ahora, para nosotras semicubrir los senos y disfrutar del viento cálido es agradable y, muchas veces erótico. Lo hacemos para nosotras, no para los demás.
Andar por la calle sin sostén resulta así una actitud de emancipación personal. Nuestras formas de vestir y actuar las definimos los individuos, y no tenemos porque comportarnos siempre como la costumbre o el criterio tradicional dicen que se debe hacer. Quitarse o no tan incómoda prenda cuando así nos parezca, es una manera de ser, como lo es usar o no medias o sortijas en las manos.
No existe, entre la mayoría que dejamos de usarlo cuando el clima lo permite, un acto de provocación erótica al vecino. Como no lo es cuando un hombre expone la parte de superior del tórax, tenga o no vellos. El placer de vestir de un modo o de otro es personal, aunque no se puede negar que nos acicalamos y adornamos para ser vistas con agrado por quienes nos encontramos al andar.
No niego que una mirada furtiva, un gesto de agrado ante mis senos semicubiertos resulta estimulante, más aún si quien los mira es alguien que me parezca también agradable o interesante. Pero de allí a permitir mayores intimidades hay mucho trecho. En el juego de las miradas hay toda una gama de matices e intensiones, y es ese nivel en el que la mayoría de los hombres no fueron educados a jugar.
Andar por la calle sin sostén es en general algo simplemente refrescante, pero puede producir, en determinadas circunstancias, una excitación erótica muy particular, al grado de erguir los pezones. Y eso es agradable, porque nuestra propia naturaleza femenina nos hace eminentemente eróticas y, en eso hay que decirlo, las mujeres lo somos más que los hombres. Nuestras zonas erógenas son múltiples y variadas, por lo que el roce del viento, la sola insinuación de una mirada puede darnos ráfagas instantáneas de placer que el género masculino no es capaz de sentir.
Tal vez por ello la llegada de la época cálida resulte eróticamente estimulante, porque es posible disfrutar el viento cálido que, literalmente, acaricia la piel, en particular en esas zonas donde la sensibilidad sexual es mucho mayor.
Un Commentario
Hermoso, respetable y fuerte punto de vista. Esta posición es mas fuerte que el feminismo masculinizado y de esta forma, creo yo, se podrá dar una coexistencia armoniosa entre todos.
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