La vida en un pedazo de papel

-Lucia Ixchíu / PUERTAS ABIERTAS

Para que la mujer llegue a su verdadera emancipación, debe dejar de lado las ridículas nociones de que ser amada,
estar comprometida y ser madre, es sinónimo de estar esclavizada o subordinada.
Emma Goldman

Es difícil empezar este relato cuando sé que en estos momentos una niña o mujer está siendo violada en este país y en el mundo. En el 2017, según datos oficiales publicados en uno de los diarios de mayor circulación en el país, se presentaron 8 697 denuncias en el Ministerio Público por violación sexual, lo que significa una por hora. «Los registros del Instituto Nacional de Ciencias Forenses (Inacif) al 30 de noviembre muestran que se practicaron 129 evaluaciones por delito sexual en niñas de 0 a 1 años, 264 en menores de 1 a 4 años y 493 en niñas de 5 a 9 años». [1]

Quiero compartir mi práctica de vida y la experiencia adquirida con los años, misma que ha sido encarnada en cada centímetro de mi piel. Siempre he pensado que lo único que tengo además de los conocimientos y la teoría es la práctica de vida y los conocimientos adquiridos en el intercambio en las calles que son una valiosa escuela. Siempre me he situado como una mujer posguerra, indígena K´iche y artista.

Comparto que muchos de los roles que he tenido que vivir han sido por circunstancias de necesidad y en algunos casos por que no tuve elección, pues la desigualdad que vivimos los pueblos indígenas nos atraviesan y nos duelen sobre todo a las mujeres. Me hice periodista comunitaria en el 2012, unos meses después del fatídico 4 de octubre, fecha cuando fue masacrado el pueblo y la organización indígena de dónde vengo por protestar la inconformidad del alza a la energía eléctrica de la empresa privada Energuate.

Mi trabajo en el periodismo se hizo en las calles, con mucho miedo y rabia, pues lo medios corporativos, mintieron y dijeron cuánto quisieron sobre lo ocurrido ese 4 de octubre, siendo capaces de decir que la balacera se originó porque las y los comunitarios quisieron robar un camión de cemento y claro que todo eso es totalmente falso, mentiras y difamación fue lo único que se pudo leer en los medio oficiales y corporativos, y me llené de mucha ira, sumado al irreparable dolor que viví como pueblo, como familia y como ser mujer.

Afortunadamente habían ya espacios de medios independientes haciendo un disputa mediática y construyendo una contranarrativa de la realidad del país, sin duda me sumé a esos espacios, con mucho dolor, con mucho miedo e incluso hasta con vergüenza, pues me costó mucho poder tomar conciencia y asumirme como periodista. Recuerdo que cuando escribí mi primera nota, tenía mucha vergüenza y no quería que la publicaran, me daba miedo escribir.

Me hice periodista en la calles, aprendiendo a escribir en comunidades y lugares en donde en algunos casos la energía eléctrica es escasa, me fui despojando del miedo, del silencio y fui descubriendo el valor de la palabra y de la verdad. Sin duda que el rol de ser periodista comunitaria ha sido duro, pues ha sido empírico y bajo el sol, en algunos espacios académicos y de investigación periodística hasta ha habido un desprecio por lo que hago, escuchando todo tipo de comentarios clasistas y elitistas sobre lo que sí es el periodismo y lo que no es.

Pero lo que he aprendido a cuestionar y valorar en los últimos años es que cuando los pueblos y sobre todo las mujeres indígenas nos volvemos sujetas de nuestras historias y las escribimos, somos triplemente cuestionadas y hasta agredidas.

Prensa Comunitaria fue mi casa por casi 5 años y me enseñó el valor de la verdad y de la palabra escrita desde nuestra voces, sin duda no voy a dejar de estar agradecida por todo lo que compartió conmigo en conocimiento y afecto, por el valor de la verdad y del derecho que tenemos los pueblos indígenas a tener nuestra propia voz.

Así mismo, en el 2012, de manera alterna, mientras aprendía en las calles sobre periodismo, me involucré en el movimiento estudiantil, del cual estoy, si se puede interpretar de esta manera, locamente enamorada, pues sin duda ha significado uno de los más grandes retos y proyecto de vida que a mis 27 años he atravesado. En la reflexión que me lleva repasar mi historia, me identifico como un mujer indígena urbana que tuvo acceso a la educación hasta el nivel universitario, comida los tres tiempos y la facilidad de apoyo por parte de mi madre y padre, para el ejercicio político, académico y de activismo que he hecho durante toda mi vida, por lo que me encuentro en el porcentaje casi inexistente de mujeres indígenas que tiene acceso a educación, comida, salud, es decir a una vida digna, con recursos limitados pero suficientes, y esto me pone en una condición de mucha responsabilidad y compromiso en el trabajo que hago de manera autogestionada en comunidades indígenas y mestizas rurales.

El movimiento estudiantil sancarlista, en los años en los que me tocó hacer ejercicio de vida en él, fue profundamente violento y machista, e incluso racista. Y no estoy negando la realidad de criminalización y persecución que sufrió durante los 36 años de guerra y la cooptación de los 17 años del liderazgo estudiantil por medio de la infiltración del crimen organizado en todos sus niveles, antecedentes que sin duda son fundamentales para entender que su relacionamiento y accionar están completamente permeados por la normalización de la contrainsurgencia, difamación y calumnia para trabajar. Lo que cuestiono es lo profundamente machista y patriarcal que es, que nos atraviesa y duele hasta los huesos.

Uno de los sueños personales y colectivos de la tan esperada y luchada recuperación de la AEU, para mí, iniciaró en el 2012 con la fundación de un momento estudiantil llamado 78-12 que buscaba la recuperación de la AEU y no niego que hicimos todo lo posible para lograrlo, aunque fue con mucha irresponsabilidad, ignorancia y sin duda con un exceso de trabajo, de lo cual concluyo que hicimos todo lo que no había que hacer (metimos la pata).

Las cosas fueron tomando forma cuando fui propuesta en una reunión estudiantil como candidata a ser representante ante el máximo órgano de dirección de mi universidad, el CSU (Consejo Superior Universitario), y de manera más inesperada aún, ganamos, y digo ganamos porque fue una candidatura colectiva y ganada de la misma forma.

Tuve la suerte de haber coincidido en trabajar con gente muy soldaría y abierta con recorrido político y trabajo en la política nacional, como Américo Cifuentes y Antonio Móbil, y ellos sin duda me ayudaron a llevar dicha representación, pues llegué a ella con mucho desconocimiento y desinformación. Logramos incidir a nivel nacional y trabajar cosas importantes dentro y fuera movimiento estudiantil. Trabajo se vio potenciado a mi llegada en el 2015 a Usac Es Pueblo, espacio colectivo que nos permitió materializar muchas cosas en beneficio de la democratización del movimiento estudiantil, y ojo, no digo que hayamos sido solo nosotros y nosotras, al contrario, fue un esfuerzo de 17 años de varias generaciones que nos permitió trabajar y en mi caso particular lidiar con el machismo y la violencia, tuve que trabajar el triple de mis compañeros para darme a respetar y estar al nivel en la toma de decisiones y fue muy cansado y desgastante.

Este espacio me mostró lo dura que es la política democrática con las mujeres, pues somos cuestionadas hasta de nuestra vida sexual en nuestro trabajo político y como a partir de esto nos volvemos reproductoras de la violencia que nos ejercen, o al menos este fue mi caso, pues debía defenderme. Y lo cuestiono diariamente, como en algunos casos reproducimos esas violencias que nos atraviesan, como una forma de sobrevivencia en los medios políticos machistas y patriarcales. Para nosotras las mujeres indígenas, negras y pobres, los retos son muchos mayores y las brechas más anchas, la participación en la política partidista democrática es algo muy duro y difícil de alcanzar, lo que me hace replantearme el camino a seguir y buscar otras propuestas de carácter colectivo.

No quiero terminar sin mencionar algo que me ha acompañado desde el 8 de marzo del año pasado, fui testigo, junto a todo el país, del más horrendo femicidio de la historia reciente de este país y aún sigo con la impotencia de no haber podido hacer nada. Lo único que pude hacer fue llegar a la morgue como 4 días después de los hechos para acompañar, desde afuera, el reconocimiento de los cuerpos sin vida de todas esas niñas. Aún sigo pensando que muchas de esas niñas pudieron haber sido las próximas representantes estudiantiles de la universidad, y tener las mismas oportunidades que yo tuve, en este país tan jodidamente desigual, machista, racista y clasista. Pues no voy a olvidar el papel de los medio corporativos que se ensañaron con la condición de clase de muchas de esta niñas llamándolas mareas y haciéndolas acreedoras de ese estigma para justificarlas merecedoras de tan horrendo crimen.

El brazo de la autoridad siempre ha interferido en mi vida. Si he continuado expresándome libremente,
ha sido a pesar de todas las limitaciones y dificultades que se han cruzado en mi camino […].
En esto no me encuentro para nada sola. El mundo ha dado a la humanidad figuras heroicas
que frente a la persecución y a la injuria han vivido y han luchado por sus derechos
y por el derecho del género humano a una libre e ilimitada expresión.
Emma Goldman


[1] Pocasangre, Hernry Estuardo. Los números de la terrible situación de las niñas madres. En Prensa Libre

Lucia Ixchíu

Mujer indígena k’iche’ de Totonicapán, he sido parte del movimiento estudiantil sancarlista, soy periodista independiente y gestora cultural.

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