La verdadera propuesta electoral

Edgar Rosales | Política y sociedad / DEMOCRACIA VERTEBRAL

Casi dos semanas después de iniciada la campaña electoral 2019, los comentarios más frecuentes en los medios, columnas de opinión y redes sociales, apuntan a la descalificación del proceso desde cualquier ángulo que se le vea. Las críticas más serias se centran principalmente en la excesiva judicialización de la política o la carencia de idoneidad de los aspirantes a cargos de elección popular y, los más comunes, destacan la falta de simpatía hacia la mayoría de candidatos.

Otros cuestionamientos muy comunes hacen referencia a las prácticas tradicionales electoralistas que se han observado en estos primeros días –marchas, mítines, cancioncitas, saludos a granel, etcétera–, al tiempo que innumerables voces han expresado su inconformidad ante lo que califican como ausencia de «propuestas».

Es obvio que la mayoría de esos argumentos ilustran un rechazo emotivo hacia la clase política, en general, y no precisamente son producto de meditaciones razonables y fundamentadas, incluso de parte de quienes se esperaría un enfoque más profundo del tema.

En primer lugar, no es muy aceptable el criterio de que ninguno de los candidatos llene expectativas ciudadanas. Entre más de 20 opciones a disposición del votante, más de una habrá que se identifique con las ideas, anhelos o visión de uno o más segmentos de electores. De nuevo: el rechazo a las acciones de los políticos conduce a generalizaciones imperfectas.

Si revisamos los criterios de idoneidad, capacidad y honradez, caemos en la cuenta de que no puede haber argumento más subjetivo, toda vez que el artículo 113 de la Constitución de la República –invocado hasta la contienda de 2015, a pesar de que la Carta Magna fue emitida en 1985– es una mera declaración aspiracional, que deja a criterio de un funcionario determinar si fulanito o sutanita son idóneos, capaces y honrados.

Es decir, dicho artículo constitucional en ningún momento fue desarrollado por una ley donde se defina claramente quién reúne y quién no, tales requisitos apenas esbozados por el legislador constitucional.

Y en relación con los métodos de proselitismo electoral, en teoría y debido a lo corto de la campaña, lo deseable sería un amplio despliegue de creatividad de parte de los partidos en contienda. Empero, el techo relativamente bajo de gastos autorizados por el Tribunal Supremo Electoral y la renuencia de los financistas privados a contribuir en grandes cantidades, hacen imperativa la optimización y priorización de los recursos disponibles.

Sin embargo, ninguno de los elementos criticados: empatía y calidad de los aspirantes o procedimientos de campaña, resultan verdaderamente relevantes frente a asuntos que a estas alturas debieran ser objeto de un serio y profundo debate.

Y es que, más que un repaso de necesidades o una lista de buenas intenciones para solventarlas, lo que se esperaría son respuestas a temas cruciales, por ejemplo: ¿es posible reconstruir la institucionalidad del Estado, que nunca ha sido muy sólida, después de los cuatro años del deschongue armado por Jimmy Morales y el efecenismo? Y de ser afirmativa la respuesta, ¿es posible elaborar una ruta crítica que nos indique tiempos y recursos que demandará un proceso de reconfiguración estatal?

Hasta hoy, lo previsible es que una temática como la sugerida no aparezca en la agenda de ningún partido político. Sin embargo, responder a esas inquietudes resulta crucial para todos, no solo para los candidatos, para trazar un camino adecuado por el cual pueda transitar el Estado guatemalteco, una vez superada la nefasta era de las «moralejas».

Y es que lo que van a encontrar el próximo mandatario o mandataria y su equipo, es de pronóstico reservado. Con una cobertura educativa en caída libre, con una política de seguridad hecha añicos y graves retrocesos en los aspectos en los que se había avanzado, pero sobre todo, con una institucionalidad caracterizada por la incapacidad de respuesta a los problemas nacionales, un franco estancamiento en los programas anticorrupción y una conducta administrativa que estimuló a los funcionarios a transgredir la ley, el panorama resulta de lo más patético e ingobernable.

Estoy claro y sin duda usted también: esos no son temas que den votos y, por lo tanto, lo más factible es que, con suerte, se les mencione de soslayo. Sin embargo, todos necesitamos saber cómo se va a reconstruir nuestro sistema de relaciones internacionales, después de que Sandra Jovel lo destrozó literalmente.

Es importante, interesante y sin duda necesaria, la idea del Movimiento para la Liberación de los Pueblos de impulsar un proceso de Asamblea Constituyente Plurinacional y Popular, pero antes es más importante poner los pies sobre la tierra, y sus candidatos deben exponer si están dispuestos a acudir a futuras elecciones bajo los rígidos e imprecisos esquemas de una Ley Electoral y de Partidos Políticos que cercena libertades fundamentales, que impide el libre ejercicio de la política y, ante todo, que no promueve la indispensable democratización de las organizaciones partidarias.

Entiendo también que un proceso de reestructuración institucional no es asunto de unos meses; ni siquiera de unos cuantos años. Es el resultado de un conjunto de ideas, propuestas, voluntades y un clima político apropiado, nada de lo cual pareciera que está siendo considerado por los futuros gobernantes y, menos aún, entre los próximos diputados al Congreso de la República.

Así que de nada servirá traer a la Cicig de vuelta, reencausar la reforma policial o mandar a los patojos 200 días a la escuela. Mientras el terreno no esté destroncado, limpio y chapeado, ni el más ambicioso plan de gobierno tendrá éxito. La disyuntiva es clara: elegimos este año a un administrador más de los recursos públicos o al líder capaz de trascender paradigmas, escenarios e historia.

Esto último, por lo visto, no es prioridad para nadie.


Imagen tomada de Expansión.

Edgar Rosales

Periodista retirado y escritor más o menos activo. Con estudios en Economía y en Gestión Pública. Sobreviviente de la etapa fundacional del socialismo democrático en Guatemala, aficionado a la polémica, la música, el buen vino y la obra de Hesse. Respetuoso de la diversidad ideológica pero convencido de que se puede coincidir en dos temas: combate a la pobreza y marginación de la oligarquía.

Democracia vertebral

Correo: edgar.rosales1000@gmail.com

Un Commentario

Manuel A Urrutia 29/03/2019

No sé avisora un cambio en la gobernalidad y el panorama internacional dictado por los gringos menos

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