-Francisco Cabrera Romero / CASETA DE VIGÍA–
Ya se sabe lo importante que es tener quien cuente la versión de conveniencia, como bien tuvieron los griegos a Homero. De allí se hicieron necesarias profesiones como la de vocero, periodista y narrador.
Estos y otros muchos acontecimientos, que luego fueron maliciosamente tergiversados, sucedieron en la tierra que media entre Azeca y Soco, donde los filisteos, al igual que los israelitas, se habían reunido para pelear entre sí y ganar más siervos, como hacían, y todavía hacen, los distintos pueblos del mundo treinta y tantos siglos después.
El buen Goliat, también conocido como el gigante malhechor de la historia, estaba tranquilo, como siempre, ayudando a los niños a cruzar el río. Había advertido el peligro que representaba el caudal en aquellos días en los que no se conocían los flotadores ni la contaminación química de las transnacionales.
Eso hacía aquel hombre sencillo, sin preocuparse de ganar nada para sí, a pesar de que tenía varias deudas pendientes de pago y las angustias que vienen con estas, cuando de repente un hombrecillo apareció despotricando contra la vida, contra su suerte y toda religión o forma de espiritualidad que se conociera por entonces. Flaco, de aspecto fúrico, barbas sin la menor gracia y amenazando con una honda que por su tamaño apenas podía sostener.
El gigante bienhechor quiso consolarlo y dijo:
– ¿Por qué maldices en un día tan lleno de sol, en que las gentes van llenas de esperanza a la ciudad?
– ¿Que por qué maldigo? – Refutó el perverso. – ¡Porque quiero ser rey! Nací para eso…
– ¿Cómo lo sabes?
– Pues muy simple, porque odio el trabajo… La fatiga diaria es mi muerte. Debo ser un rey, más grande que Saúl y que cualquiera que haya existido. Y tengo una idea al respecto.
– ¿Y qué idea es esa? – Preguntó el ingenuo hombre de Gat, mientras seguía con su labor. Habló el diminuto nuevamente, uno de los ocho hijos de Sahí de Belén, diciendo:
– Jugar con la credulidad de la gente. Después de todo, solo se necesita un poco de imaginación y algunos contactos que esparzan una historia de heroísmo que guste al común de la gente. ¿Sabes? Los pueblos necesitan, más que el agua para beber, una esperanza y esa se alimenta de fantasías. Fíjate, un alma insegura siempre está dispuesta a dar por cierto lo que sea que sirva para alimentar esa esperanza. Dime, sino, ¿cómo iba a haber tantos reyes y tantos muertos de hambre con ellos? Se ve que no has reflexionado a Maquiavelo.
Mientras, el gigante subía sobre sus hombros a dos niñas que felices cruzaban el río. Era el día 40 en que consecutivamente ayudaba a la gente a cruzar aquellas aguas. A estas personas les gustaba recibir la ayuda del gigante porque mientras los llevaba en hombros les hablaba de la fe y la esperanza, temas populares desde entonces.
En eso transcurría el día bajo el sol ardiente, cuando el amargado cogió una enorme piedra y logró, con esfuerzo, ponerla en su honda, apuntando directo a la cabeza del que había decidido convertir en su víctima y peldaño. Soltó el proyectil sin remordimientos.
Horas más tarde, en la ciudad que tiempo después habría de ser llamada “Ir David”, se conocía la noticia: este pequeño hombre ha tenido el valor de enfrentar a un gigante que ofendía la moral de nuestra nación y del reino que ha de venir de los cielos. Lo destrozó con un solo golpe de su minúscula honda (la que se mostraba a los crédulos para ilustrar la narración, junto con la cabeza cortada del gigante, con lo que tal práctica cobró buena fama, que pervive hasta hoy). Ese gigante se creía dueño del río y cobraba por ayudar a la gente a cruzarlo. Pero lo peor es que, mientras lo hacía, iba ofendiendo a los viajantes, burlándose de la gloria del pueblo más querido por Dios y trataba de inspirar miedo en los niños como en los adultos.
¡Que los pueblos del mundo sepan que el gran David merece por eso ser un rey, y que su nombre y gran bondad se conozcan por todos los siglos!
Luego, algunos otros contaron distintas versiones de la historia, pero que en el fondo conseguían el original propósito de dar esperanza a la gente y estimular la fe, para que los reyes puedan vivir como reyes, mientras los siervos ganan méritos para una vida futura que, por cierto, los mismos reyes han ilustrado con las ayuda de otros crédulos. Entre estos está Samuel, otro de gran imaginación y demasiada esperanza, cuya madre, Ana, pronto descubrió que tenía talento para narrar fantasías a pesar de su déficit de atención.
Si por casualidad escucha otra versión de esta historia, esté siempre atento dudar de ella, pues los amigos de David andan contando una tras otra sin evidencia alguna y nuestra sociedad está tan llena de fe que conviene al menos combinarla con un poco de pensamiento alternativo. La fe mueve montañas… y cuando no las hay, las inventa, solo por el placer moverlas. A menos, claro, que alguien prefiera ver la realidad a secas.
Imagen tomada de: https://es.wikipedia.org/wiki/David_con_la_cabeza_de_Goliat
Francisco Cabrera Romero

«Educador y consultor. Comprometido con la educación como práctica de la libertad, los derechos humanos y los procesos transformadores.
Aprendiente constante de las ideas de Paulo Freire y de la educación crítica. Me entusiasman Nietszche y Marx, no por perfectos, sino por provocadores de ideas. Miembro del Consejo de Educación Popular de América Latina y el Caribe -CEAAL-, con el cual he aprendido a querer esta región del mundo y trabajar por ella. Consultor para organismos nacionales e internacionales y eventualmente funcionario público. Creyente de la importancia del insustituible papel del Estado en el desarrollo de las sociedades. Gozo la literatura. Me gusta Galeano pero me quedo con Saramago, como me gusta Asturias pero me quedo con Cardoza y Aragón. No me atemoriza el futuro. Me preocuparía tenerlo todo resuelto. Y a lo que verdaderamente le temo es a los dogmas… de cualquier clase. «
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