Mauricio José Chaulón Vélez | Política y sociedad / PENSAR CRÍTICO, SIEMPRE
En una columna anterior, abordé la importancia que tiene la organicidad en todo movimiento revolucionario, y lo hice particularmente en referencia a la Revolución rusa y los bolcheviques. En el análisis, decía que hubo fuertes disputas en el proceso de liderazgo y que nunca se dio la unidad de todos los sectores antizaristas, sino que fue el carácter orgánico de las ideas y prácticas del bolchevismo lo que llevó adelante la posibilidad de transformación cualitativa que luego pudo ser revolucionaria.
El caso de Guatemala durante la década de 1944-1954 también se puede referir. Se articularon grupos, sectores, estratos y personas individuales contra la dictadura ubiquista, lo cual ocurrió por el desgaste del Estado liberal oligarca, llevado a su punto más crítico por el dictador de los 14 años. Esto no significó que el derrocamiento de Jorge Ubico y el posterior de Federico Ponce Vaides cristalizasen la unidad de todos los actores, porque las primeras medidas de la Junta de Gobierno empezaron a dividir los intereses. Esto fue mayor en el gobierno de Juan José Arévalo y se profundizó en el de Jacobo Árbenz. En este, la conducción política del Partido Guatemalteco del Trabajo (PGT) empezó a darle organicidad al proyecto, y junto a las bases de participación popular generadas por los logros sociales del arevalismo, tales como la libertad de sindicalización y la dignificación de la clase trabajadora a través del Código de Trabajo y el seguro social, construyeron una nueva razón de Estado y de modelo socioeconómico. Tanto el PGT como los trabajadores organizados en la ciudad y en el campo, constituyeron la capacidad orgánica y desde ahí se concretaron la Reforma Agraria y el inicio de las políticas económicas para romper con la dependencia y crear un capitalismo nacionalista. Pero la unidad de todos los actores que iniciaron en 1944 nunca se dio. Todo lo contrario, porque varios de ellos colaboraron directamente en la interrupción abrupta de la Revolución guatemalteca.
Fue el movimiento de clase, particularmente los trabajadores organizados, el que logró la unidad necesaria, y no fue por ella que se derrumbó el proceso revolucionario. La violenta intervención de Estados Unidos que apoyó a la reaccionaria clase dominante oligarca que no había sido desmontada todavía, fue la responsable de que la Revolución en Guatemala no continuase. ¿Qué se atacó con toda la fuerza desde el poder contrarrevolucionario? La organización de clase. Esto fue una constante, y sigue hasta hoy.
La Revolución cubana también es un ejemplo en el tema. El Movimiento 26 de Julio, a través de la lucha armada, se convirtió en el grupo dirigente del proceso revolucionario. Logró aglutinar, primero, sectores y estratos, pero inmediatamente después a una parte importante de la clase trabajadora en las grandes centrales azucareras y a comunidades campesinas del Oriente. La guerra se convirtió en una lucha popular, la cual se llevaba a cabo desde la Sierra Maestra hasta las ciudades estratégicas. Las ideas y la praxis del 26 de Julio se concretaron en un movimiento orgánico amplio, pero no de unidad con todos los actores que intervenían en el proceso revolucionario cubano, ya que algunos eran solamente antibatistianos, pero no se inscribían en el proyecto político más profundo. En ese sentido, la dirigencia del Movimiento 26 de Julio, encabezada por Fidel Castro, llamó a que se sumaran al proyecto, pero supo tomar distancia de aquellas organizaciones que solo insistían en una idealista unidad, la cual consistía en retomar las instituciones y aplicar ciertas reformas bajo la tutela de Estados Unidos. Lo orgánico del Movimiento 26 de Julio logró la unidad política concreta, la cual propició que la Revolución cubana fuese factible.
En la Nicaragua de 1979, la unidad cuantitativa no logró más que alianzas para derrocar la dictadura de la familia Somoza, pero al no cuajar un proyecto orgánico de unidad política de clase, la oligarquía no se desmontó, y la suma de actores desembocó en los problemas que hoy no permiten consolidar una revolución popular, a pesar de los grandes esfuerzos que la organización sandinista ha hecho durante casi 40 años. Ella es la única que sigue manteniendo el sentido de organicidad que ha logrado los significativos cambios sociales en la siempre agredida Nicaragua.
Por ello es que la unidad no puede seguirse entiendo como una espera ilusoria en los idealismos que las frustraciones nos proyectan y nos disparan. La unidad es política, estratégica y no se define por las articulaciones y menos por la suma de actores. Se establece y se posibilita a través de la organización y la organicidad de un movimiento de clase, que tenga claros los objetivos de un proyecto político que al mismo tiempo genere la construcción de un sujeto político revolucionario. Guatemala no tiene organización ni organicidad de clase fuera del campesinado. Es ahí donde radica la fuerza de posibilidad para pensar en una transformación del sistema socioeconómico. Y como organización y organicidad son dos cosas distintas –porque la primera se refiere a los procesos para conjuntarse y mantenerse en unidad estructurada desde los intereses y objetivos comunes de la clase, y la segunda se define por la formación ideológica permanente que fortalezca la conciencia de clase y la direccionalidad a partir de ella y de la ética del movimiento– la única posibilidad que observo plenamente en esa línea dentro del presente político de Guatemala es el Comité de Desarrollo Campesino, Codeca.
Mauricio José Chaulón Vélez

Historiador, antropólogo social, pensador crítico, comunista de pura cepa y caminante en la cultura popular.
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