La transformación, el fin que justifica la existencia del magisterio

-Carlos Aldana Mendoza / PUERTAS ABIERTAS

Una mirada al presente, y sin profunda y rebuscada reflexión, nos muestra que un buen porcentaje de la totalidad de maestras y maestros en todos los niveles del sistema escolar no coloca a la transformación como su horizonte. No es cambiar el mundo lo que los mueve a ejercer, diariamente, la tarea de gestar cambios en personas concretas, en estructuras e instituciones.

Sería una injusticia imperdonable generalizar sobre un organismo tan variado y gigantesco en nuestro país, como lo es el magisterio. Está constituido por miles de hombres y mujeres que expresan condiciones de vida tan desiguales y tan variadas, que nos muestran tantas y tantas formas de sentir, entender y ejercer su profesión, en un contexto tan complejo, que no podemos -nadie debiera hacerlo-, emitir juicios que generalicen. Existen muchos matices que tenemos que tomar en cuenta.

Sin embargo, que cuidemos no cometer esta injusticia no significa que no sepamos o que no presenciemos constantemente la ausencia de finalidades sociales, políticas y éticas en muchísimos representantes del magisterio guatemalteco. Incluso, entre docentes con buenas intenciones, no está claro, ni por asomo, la intención de contribuir a la transformación social.

No ha ayudado que representantes sindicales enfoquen sus fuerzas y su movilidad en privilegiar intereses o demandas sectarias que comprometen una visión más crítica y vinculada a la lucha social. No se trata de descalificar las demandas sindicales, ni demeritar el enorme aporte de sus esfuerzos a la construcción de una democracia real. Pero cuando esos esfuerzos se aíslan de otros, o se vinculan más a estructuras de gobierno, entonces al docente, por lo menos a quien pertenece la expresión organizada dominante, se le aleja del camino en el que debieran andar todas las demandas sociales justas. Esto también ocurre cuando las consignas por una reforma educativa se despolitizan (como si esto fuera posible), en nombre de la técnica, del currículo, de la calidad educativa, de las competencias.

En otras palabras, ya sea de manera sistemática y ubicada en una movilización organizada, ya sea por abandono de una formación política plena o ya sea por imposición de enfoques pedagógicos que responden a intereses económicos y políticos globales, es significativa la ausencia de una búsqueda de la transformación social en miles y miles de docentes guatemaltecos. En su despolitización, el docente se ha convertido en el más potente agente politizado de los agentes de poder, globales y nacionales. No lo sabe, o no lo quiere saber, pero con su desinterés y desvinculación de procesos que apuntan a cambiar profundamente las condiciones estructurales, sigue contribuyendo a que el poder se acentúe, se fortalezca y las brechas sigan ensanchándose.

La educación formal, junto a los medios de comunicación social, las redes sociales, las iglesias, así como las distintas redes o vías de cooperación que apoyan procesos educativos, religiosos o culturales, siguen marcando el rumbo ideológico de nuestra realidad.

Pero no dejemos que la realidad nos venza y nos apabulle. Los puntos de partida son solo eso: lugares desde los cuales empezamos un recorrido. De eso se trata una consideración profunda y seria sobre el papel del magisterio en la transformación de nuestra realidad. Sin embargo, así como no se niega la existencia predominante de un magisterio que se encierra en el aula, en la escuela o en sus demandas sectoriales, o que cierra los ojos a todo lo que huela a lucha social o política, así tampoco podemos negar la presencia luchadora, constante y resistente, de miles y miles de profesoras y profesoras que todos los días hacen su mejor esfuerzo para demostrar que otra educación ese posible y necesaria. Porque otro mundo es urgentemente necesario y posible.

Aquí necesitamos plantear una división de ese magisterio transformador: los docentes organizados y los docentes sin organización.

Por supuesto, son los primeros, los organizados, los que tienen más claro el sentido de transformación, la pertenencia a esfuerzos que buscan claramente contribuir al cambio de mentalidades, actitudes, comportamientos y visiones sobre la realidad. Los que se organizan para compartir luchas y para compartir criterios sobre cómo hacer de la educación un proyecto político. En palabras de Freire, cómo hacer de la educación un proyecto político con implicaciones pedagógicas. En este tipo de docentes, que no abandonan a sus estudiantes por sus luchas sectarias, sino que hacen de sus estudiantes, y de la sociedad en general, el motivo de sus luchas, encontramos la conexión más coherente entre discurso, acción y organización. En concreto, me refiero a sindicatos autónomos que vienen enfrentándose a obstáculos y dificultades aparentemente legales, pero que en el fondo responden a la intención de debilitarlos, invisibilizarlos o negarlos. En esos sindicatos autónomos, que empiezan a ser varios en nuestro país, es posible encontrar motivos para la esperanza y el optimismo en la educación nacional.

El otro grupo es el de las y los docentes que, lejos de las estructuras organizadas, pero cerca de visiones e intenciones de transformación, asumen su tarea como el camino para contribuir a cambiar la sociedad en que viven. Su impacto no es tan significativo, en términos de mayor visibilidad que los organizados, pero siempre es bienvenido al concierto de las luchas diversas que no abandonan la ética de la dignidad, de la búsqueda de la justicia.

Esta fecha, el Día del Maestro, debiera ser un motivo de fiesta. Pero no de fiesta solo para quienes ejercemos la tarea docente todos los días. Debe ser la fiesta de todo hombre y mujer que cree que, en su palabra, en sus gestos y en su ejemplo de vida, pueden estar las semillas de los cambios que, con gritos desesperados, vienen demandando los pueblos excluidos de nuestra realidad. Hoy debiera ser el recordatorio de que cambiar el mundo es lo que justifica la existencia de nuestra tarea como docentes.


Carlos Aldana Mendoza

Doctor en Educación (Universidad de La Salle, Costa Rica), máster en Pedagogía (de la UNAM, México) y licenciado en Pedagogía (Universidad de San Carlos de Guatemala). Profesor en todos los niveles educativos. Desde hace más de 30 años, profesor en la Universidad de San Carlos de Guatemala. Ha sido activista, educador popular y consultor vinculado a esfuerzos de educación de jóvenes, de pueblos indígenas, de derechos humanos (principalmente de la niñez y de las mujeres). Cree firmemente en la dignidad de los pueblos y por ello considera que la pedagogía debe estar al servicio de las luchas por la justicia y la igualdad, principalmente a favor de los más excluidos. Autor de libros de pedagogía, filosofía y derechos humanos. Columnista en el Diario de la Educación, Barcelona, España. Asesor de las comunidades afectadas por la construcción de la Hidroeléctrica Chixoy. Coordinador Regional del Centro de Investigación para la Prevención de la Violencia en Centroamérica, CIPREVICA.

Puertas abiertas

Un Commentario

Danilo 27/06/2018

No existe mejor forma de explicarlo. Buen trabajo.

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