La toma de consciencia se ha burocratizado

-Matheus Kar / BARTLEBY Y COMPAÑÍA

El título del libro Areopagítica: un discurso del Sr. John Milton al Parlamento de Inglaterra sobre la libertad de impresión sin censura puede llegar a ser engañoso. Engaño que se extiende hasta nuestros días. Sin embargo, John Milton no recurre a engaños o hipocresías. Él mismo explica que el propósito de su tratado es «que la determinación de lo verdadero y lo falso o de lo que debería ser publicado y lo que debería ser suprimido no debería estar bajo el control de hombres incultos de juicio mediocre», sino «de un funcionario designado» de creencias apropiadas, quien tendrá la autoridad de prohibir los trabajos que considere «maliciosos e injuriosos», «equivocados y escandalosos», «impíos o absolutamente nocivos para la fe y los modales», «místico y supersticioso».

Disfrazado de escrito libertario, el discurso de John Milton se convierte en todo un manifiesto de la censura. Para empezar, ¿a quién ofende las ofensas contra la moral, la fe y los buenos valores? ¿Será coincidencia que los buenos valores, la fe y la moral nunca están en contra de los procedimientos del Estado?

Desde hace algunos años, los intelectuales, los intelectuales guatemaltecos (no todos), han sido reclutados como «funcionarios designados» del Gobierno para mantener los intereses políticos de una clase minoritaria, que siempre es empresarial. Allí están las estafetas de la democracia que invitan a la moderación y al raciocinio, pero jamás a la acción reflexiva con propósito. Han secuestrado las pocas consciencias que resguardaban el bienestar ciudadano, el baluarte reflexivo laico. Noam Chomsky en su libro Los guardianes de la libertad nombra a este fenómeno como «flak»: utilizar a un modelo con prestigio para desprestigiar un concepto democratizador emergente.

En pocas palabras, la toma de consciencia se ha burocratizado. La censura comienza desde los nidos del prestigio. Si una figura de prestigio condena una postura (por muy adecuada o necesaria que sea), automáticamente queda desacreditada. Uno de estos ejemplos es la mítica pelea entre Vargas Llosa y Octavio Paz en un programa de Televisa, donde el peruano le dice al mexicano que México es la dictadura perfecta. Poco después Paz declaró: «Lo que Mario dice es inexacto». Y remató: «Ya no está en campaña». A todo esto le siguió una amplia discusión internacional entre embajadores y otras figuras de prestigio. El sanseacabó llegó cuando, en 2013, el autor de Las travesuras de la niña mala se reunió con Enrique Peña Nieto en Los Pinos y terminó contradiciéndose frente a los medios: «México era la dictadura perfecta, hoy México es una democracia».

Otra consciencia que es secuestrada por el poder y amordazada por la fama. Esto no ocurriría si la recompensa de pensar no fuera el garrote sino un autosostenimiento digno. Que los charlatanes de la verdad sigan haciendo de las suyas es un peldaño más que se retrocede en la carrera hacia la democracia.

Pero este mal, el mal de la censura indirecta, no solo ha enfermado a los intelectuales, ¿quién no conoce a un policía de lo correcto?

Guatemala es un país insensible a la crítica, por eso los movimientos políticos en Guatemala duran poco o acaban en una subasta, cualquier movimiento en general. Muchos están más ocupados en pertenecer a un bando que en desarrollarlo. Un claro ejemplo es la Huelga de Todos los Dolores, secuestrada en 2010 cuando fue declarada «Patrimonio Intangible de la Nación», recibiendo jugosas sumas de dinero por parte de los diputados, mismos que figuran dentro de las afiladas e infalibles «críticas» de cada Viernes de Dolores. De más está decir que la tradición huelguera se ha visto minada por conflictos internos y luchas económicas entre sus «líderes».

Hoy existen tantas posturas y bandos −izquierda, derecha, feminismo, punks, skaters, diversidad sexual…− que la población se encuentra dispersa. Y esta dispersión es aprobada por el Estado. Incluso, el Estado permitirá la violencia, la riña y las confrontaciones entre posturas y subculturas toda vez esto no perjudique a la minoría que el Estado protege.

Si lo pensamos bien, somos nosotros contra nosotros, en lugar de nosotros contra el enemigo no oficial, el que permanece resguardado.


Fotografía principal tomada de Andrés Castillo.

Matheus Kar

(Guatemala, 1994). Promotor de la democracia y la memoria histórica. Estudió la Licenciatura en Psicología en la Universidad de San Carlos de Guatemala. Entre los reconocimientos que ha recibido destacan el II Certamen Nacional de Narrativa y Poesía «Canto de Golondrinas» 2015, el Premio Luis Cardoza y Aragón (2016), el Premio Editorial Universitaria «Manuel José Arce» (2016), el Premio Nacional de Poesía “Luz Méndez de la Vega” y Accésit del Premio Ipso Facto 2017. Su trabajo se dispersa en antologías, revistas, fanzines y blogs de todo el radio. Ha publicado Asubhã (Editorial Universitaria, 2016).

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Un Commentario

Daniel Alarcón Osorio 20/02/2018

La palabra como llave siempre es bienvenida. Pues, «Muchos están más ocupados en pertenecer a un bando que en desarrollarlo».

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