El sábado 14 de octubre asistí a un concierto que, desde el momento que recibí la invitación, pensé que prometía ser extraordinario. El programa incluyo la Obertura a Egmont del maestro alemán, Ludwig Van Beethoven; el concierto en sol menor para violín de Max Bruch, también alemán; con la solista nada más y nada menos que Sarah Chang, una luminaria de la música clásica sinfónica de las últimas décadas y que es difícil verla en vivo y, más aún, conocerla y conversar con ella personalmente. La segunda parte, consistió en el maravilloso y retador concierto en si menor op. 104 para cello del compositor checo Antonin Dvorak (pronunciase Vorshak), de solista el cellista Zuill Bailey. La orquesta, National Philharmonic Orchestra en Strathmore (no confundirla con la National Symphony Orchestra), y como director Piotr Gajewski.
En la Obertura a Egmont, Gajewski no brindó absolutamente nada nuevo con su ejecución, la cual no fue interesante y tampoco, siendo objetivo, aportó nada musicalmente a la obertura. Es de suponer que por el nivel de la orquesta, que por cierto es de buena calidad, se notó que el director debió haberla leído una o dos veces. A decir de la amiga, quien me invitó al concierto y forma parte de los primeros violines, Gajewski no solo no es claro en su técnica y gestos orquestales, sino que tampoco posee el conocimiento, ni la técnica de ensayo de orquesta.
Desde el momento que Sarah Chang entró al escenario, además de su belleza física y un vestido rojo esplendoroso, transmitió una energía y fuerza desde la primera nota de la cadencia. La entonación, el manejo de arco y el virtuosismo técnico de la mano izquierda, hacían conjuntamente una amalgama de sonoridad perfecta. Lógicamente, era de esperarse en cualquier ejecución de una artista de su calibre.
Pero ella fue más allá: la perfección de su técnica quedó en segundo plano cuando, a medida que se desarrollaba el primer movimiento, su musicalidad y la interpretación de la parte solista, constituían el punto esencial de su ejecución. Al mismo tiempo que arqueaba (físicamente y exageradamente su cuerpo), que parecía que caería de espaldas, la matemática exacta del ritmo ejecutado, encuadraba sobre el tema principal. Era una ejecución profundamente analizada, pensada y sentida, ninguna nota llevaba el mismo acento y articulación. Es difícil también escuchar a un solista tocar con precisión y delicadeza los pianísimos. La fuerza es un gesto más común. En fin, la técnica al servicio de la música.
Por su lado Zuill Bailey, a pesar de tener una técnica muy fundamentada y virtuosa, no ofreció ni aportó absolutamente nada nuevo al concierto de Dvorak. Al contrario, su ejecución fue burda, precipitada, corrida, sin respiros, sin poesía, los tempos extremadamente rápidos haciendo alarde de su técnica, pero como si deseaba que el suplicio terminara inmediatamente. Por cierto, me recordé de la interpretación que hiciera un colega guatemalteco del Dvorak hace años, que fue de la misma forma: vacía, sin musicalidad ni sentido alguno. Esto se llama poner la música al servicio de la técnica. La sequedad y lo árido en el arte, no trasciende.
Para la audiencia, haré este aporte técnico y teórico: la carrera de dirección de orquesta es la carrera más vulnerable a ser usurpada, por cualquier pelagatos, como ha pasado en los últimos años, especialmente en Guatemala, donde desde aficionados y hasta músicos sin estudio de dirección, se suben a un pódium a menear los brazos, sin tener el mínimo conocimiento de técnica de dirección orquestal, no digamos el desconocimiento de las demás áreas que envuelven este oficio, léase, capacidad auditiva discriminatoria, armonía, forma musical, análisis estructural, historia de la música, psicología de la música, relaciones interpersonales, filosofía, entre otros campos.
El gran director ya fallecido Sergiu Celebidache, en sus clases maestras de dirección orquestal, del cual por cierto fue alumno predilecto el maestro Jorge Sarmientos, no aceptaba alumnos que no tuvieran una preparación teórica y técnica de brazos para la dirección orquestal, pero sobre todo demandaba conocimiento y alguna base filosófica de la música. En sus cursos era obligatorio e imperativo analizar las partituras no solo musical sino filosóficamente, la aplicación de la fenomenología a la música era esencial como base para sus alumnos. Para Celebidache la importancia de que aprendieran y tuvieran el panorama completo de la interpretación musical era incluso más importante que la técnica.
Fenomenología es, por cierto, uno de los temas centrales en mis investigaciones filosóficas del cual escribo y estudio a menudo. Piotr Gajewski no presentó ninguna de las dos. El maestro Gajewski, sin embargo, es una persona que carga a sus espaldas más de cuarenta años dirigiendo en el pódium, con formación orquestal. Entonces,¿cuándo habrá consciencia de esta carrera y sus particularidades e un país como Guatemala? Presentarse ante una audiencia fingiendo ser lo que no se es y entregando una terrible y pusilánime ejecución musical, es también corrupción. La audiencia no tiene referentes de calidad para saber que está siendo engañada estéticamente. No cabe duda que la petulancia, necedad y deshonestidad están presentes en todos los campos y en lo más profundo del guatemalteco. Pero es la ignorancia la que seguirá siendo la hoja de ruta, mientras no haya humildad para reconocer los propios límites. Ya es hora que en Guatemala haya seriedad en el arte y aprender que no podemos seguir siendo un “mil usos”.
Igor Sarmientos

Guatemalteco, director de orquesta, cellista, pedagogo e investigador académico. Ha dirigido las orquestas más importantes de Latinoamérica. Cofundador de la Fundación Música y Juventud y del programa de orquestas en el Ministerio de Educación. Exprofesor de la Universidad del Valle de Guatemala y Universidad de San Carlos. Actualmente profesor de cello en Virginia del Norte y profesor especializado del curso Música del Mundo en la Universidad George Mason en Fairfax Virginia.
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