La revolución (a)sexual

Juan Pablo Hernández Paredes | Disidencias textuales / DISIDENCIAS TEXTUALES

El año 2020 es ya un parteaguas histórico porque nos sacó de una rutina y un mundo que pensábamos conocer hacia una quimera a la que han nombrado «nueva normalidad», todos los eventos públicos se han cancelado, la convivencia se convirtió en videollamadas y el accesorio del año son las mascarillas.

Dentro de todos esto, la vulnerabilidad de la propia existencia y de las redes a las que pertenecemos puede ser un factor importante de preocupación y ansiedad. En el tiempo que he tenido el privilegio de quedarme en casa, he descubierto nuevos pasatiempos como trabajos de bricolaje, decoración y costura con los que entretengo mis pensamientos, pongo sana distancia con las noticias y pasa un día tras el otro.

Hace unas semanas, mientras ensayaba cortar azulejos para instalar en la cocina, los mensajes en mi grupo de amistades perturbaron mi concentración. Al leer qué pasaba, eran ellxs hablando sobre lo horrible que es la cuarentena sin sexo.

«¿Sexo?», pensé, dentro de todo el torbellino de sobreinformación de datos, los sentimientos de incertidumbre y miedo, el duelo que implica todo cambio, tener sexo era lo último que se me hubiera ocurrido. El pensamiento duró muy poco en mi cabeza porque recordé que me considero asexual y seguí en lo mío.

Vivir tranquilamente mi asexualidad, aún en la antigua normalidad, era un tema que ocupaba muy poco de mi tiempo, solamente en las eventuales ocasiones en que una alineación lunar coincide con los vientos alisios y mi libido viene a saludar como una vieja amistad, incómoda, pero parte de la vida.

Sin embargo, comprendo lo difícil que es para ustedes, alosexuales que me leen (alosexual es el antónimo de asexual. Tómenlo cordialmente). Siendo un millennial de cierta edad, para orientarme un poco previo a escribir este artículo hice lo que naturalmente se me ocurrió para tener algunos datos: una encuesta en Twitter.

Para mi sorpresa, la encuesta tuvo aproximadamente 15 000 impresiones por cada pregunta y fue respondida en promedio por unas 1200 personas en cada tuit. Los datos son sumamente interesantes. Veamos:

37 % de personas que respondieron dicen que sus deseos sexuales aumentaron durante el aislamiento social.
27 % afirman que quieren más sexo del que tienen actualmente.
28 % han roto las recomendaciones de aislamiento para tener relaciones con su pareja y un 15 % lo ha hecho para tener sexo casual.
37 % aumentaron su frecuencia masturbatoria, mientras que un 17 % afirma que aumentó su consumo de pornografía.

Tomando lo anterior, 15 % declara que el sexo es muy importante en su vida, mientras el 46 % dice que es «solo» importante.

Todos estos datos salen de un universo que respondió de: 15.9 % de gays y lesbianas, 21.6 % de bisexuales o pansexuales, 61.8 % de heterosexuales y 1.7 % de asexuales, o sea 18 personas de 1071 que respondieron esta pregunta.

La conclusión es: ¡no estoy solo! Hay más asexuales en el mundo.

Espero que la anterior afirmación les haya sacado una sonrisa y si me lees, compañerx asexual, te envío un gran saludo.

Mi activismo por la visibilidad asexual es muy joven, apenas en 2019 pude nombrar mi orientación dentro del espectro y tomé la definición de «graysexual» como la más adecuada para definir mi forma de vivir la sexualidad.

Pero, disculpen ustedes por hablar de estos términos sin dar, aunque sea, un somero concepto sobre ellos.

El espectro asexual es un paraguas que puede contener personas de cualquier género y se puede combinar con orientaciones románticas, lésbicas o heteras por ejemplo, pero a grandes rasgos podemos hablar de:

Asexuales: personas que no experimentan deseos sexuales.
Demisexuales: personas que para experimentar deseos sexuales deben construir un fuerte vínculo con una persona.
Graysexuales: (¡hola!) Personas con deseos sexuales de baja intensidad o que se activan en algunas circunstancias emocionales o físicas.
Arrománticismo: es un espectro similar a la asexualidad y que muchas veces se combina e intercambia, se refiere al deseo romántico, o la falta de él, por otra persona.

En estos meses en que volví a salir del clóset del que ya había salido como gay, me he encontrado con una comunidad reducida y dispersa, pero con la que comparto características y cuestionamientos que nos atraviesan y que son fascinantes de descubrir e investigar. Con gusto noté que para el Orgullo LGBTIQ de este año, muchísimas más organizaciones incluyeron la «A» en el acrónimo y sumaron la bandera de Orgullo asexual a su contenido multimedia. Hubiera sido lindo encontrarnos en las calles.

Sí, dije «Orgullo asexual», algo que se nos cuestiona mucho, incluso dentro de la población de diversidad sexual, ya que hay corrientes de pensamiento que consideran que nuestra falta de comportamiento sexual nos salva de discriminación o violencia y me ha tocado recordarles que simplemente borrarnos ya es una forma de exclusión.

Además, la población asexual enfrenta otros problemas específicos contra sus derechos humanos, como la patologización, el estereotipo constante de que somos productos de traumas o, también, múltiples casos de violaciones «correctivas».

Vivimos en una sociedad hipersexualizada que nos bombardea con erotismo en todos los medios y tener que explicar lo que puse en este artículo varias veces en la vida puede resultar agotador y frustrante, especialmente cuando el resultado es recibir alguna palabra como «impotente», «incel», «inseguro», «Pero no sos tan feo, tal vez solo deberías conseguir alguien como vos», etcétera.

Los, las y les asexuales existimos, y tal vez no nos hemos encontrado porque hemos estado ocupadxs durante la cuarentena haciendo desde bordados hasta películas, pero den por seguro que nos verán, porque ya tenemos términos para nombrarnos, circunstancias y plataformas para organizarnos y mucho tiempo por delante para trabajar por que quienes crezcan y no experimenten el mismo deseo sexual que sus semejantes, no se sientan como que tienen algo roto.

Libertad, igualdad, asexualidad.


Fotografía principal, Be Asexual (I’m Proud To Be Me), 2019. Realizado por la artista del bordado Gabriela Samayoa. Instagram: @PrometeusTheCat

Juan Pablo Hernández Paredes

Ciudad de Guatemala, 1986. Multidisciplinario e inquieto. Arquitecto de profesión, conservador de monumentos por vocación e interiorista de tiempo completo, también soy crítico del arte e interesado en teorizar sobre el fenómeno artístico. Queer y activista en Visibles.

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