La Polla Records y el genocida

Mario Castañeda | Música / EL ARCO, EL SELLO Y EL GRIMORIO

En mis años de adolescencia y juventud, cada vez que me adentraba en el mundo del metal comprendía el sentido de la rebeldía que descubría a través de la música. Era un aliciente escuchar a aquellas bandas que hablaban de la vida cotidiana y que cuestionaban a los políticos corruptos, banqueros expoliadores de los sueños de la ingenua gente que guardaba sus ahorros en las ilusorias cárceles financieras y a los militares que destruían sin piedad a nuestros pueblos. Esos dictadores obedientes al imperio y sus cómplices de cuello blanco a quienes protegieron del comunismo.

En la década del 90 conocí bandas fuera del rollo metalero. El punk se me hacía extraño, más honesto. No andaba con pretensiones musicales sino que buscaba escupir el sentir de aquella población de los estratos más bajos que no aspiraba a la fama. Resultó sorprendente para mí que el punk fuera de una influencia enorme en los derivados del metal que surgieron a partir de la década ochentera del pasado siglo.

Entre esas bandas metaleras que escuchaba en español estaban Barón Rojo, Ángeles del Infierno, EVO, Panzer y Asfalto, por mencionar algunas. Mi encuentro con el punk fue con bandas como The Clash, Sex Pistols, The Exploited, Bad Brains, Black Flag y Dead Kennedys. Pero escuchar punk en español fue más impactante. Era en el idioma que hablo y el mensaje calaba más. Masacre 68, 2 Minutos y una de las más significativas para mí, La Polla Records.

Escuchar Salve, el primer disco de La Polla Records, fue maravilloso. La razón: había una canción en la que mencionaban brevemente a Ríos Mont. Yo crecí en barrios populares de la zona 5. Estudié en instituciones privadas y públicas. A los 11 años ya comenzaba a participar en manifestaciones, porque nos tocaba luchar contra el aumento al pasaje y huir del reclutamiento militar forzoso. Mi rechazo a lo militar comenzó a temprana edad y escuchar que un grupo tan lejano, radicado en el País Vasco, hablaba de lo que el genocida hacía en mi país. Ese tipo que salía los domingos en televisión transmitiendo mensajes de muerte y fundamentalismo religioso que no alcanzaba a comprender. El miedo que nos hacía hablar en voz baja o simplemente aprender a callar. Salve incluía la canción «Revistas del corazón». La canción, que ustedes podrán escuchar y leer la letra en este enlace, aumentaba mi interés por ahondar en lo que en Guatemala sucedía y que pocos querían o se atrevían denunciar por la represión imperante.

«¿Quién está enterrando en Guatemala? (Ríos Mont con pico y pala)» decía una parte de la rola. Y seguían con Nicaragua y El Salvador. Y a la vez que cuestionaban la intervención estadounidense en cada rincón del planeta, también gritaban su enojo contra las revistas del corazón. Las banalidades que los medios escritos de final de siglo XX mostraban para hacernos creer que el mundo era feliz, haciendo gala de cómo los ricos despilfarraban su dinero en viajes, estereotipos de belleza y los lujos inalcanzables para nosotros los pelados, los que debíamos admirar sus panzas llenas de manjares mientras el destino del capitalismo nos adiestraba en cómo resignarnos ante nuestra condición de vida. Medios de comunicación que tachaban de comunista todo aquello disonante y la música pop como alegría para nuestras vidas en una banda sonora que idealizaba a la juventud europea y estadounidense, como modelo a seguir.

Eso me gustó del punk. Su rabia, escupir en la cara del poder las verdades ocultas. Un sonido no sofisticado que se atrevía cuestionar los valores impuestos por un catolicismo rancio y el auge del protestantismo autoritario. Así como en Guatemala sucedía con el mesianismo del dictador, del genocida, ese asesino que masacró en nombre de Dios para evitar que los comunistas tomaran el poder. «Cuanta gente condenada lucha por sobrevivir, mientras ellos se preocupan por un grano en su nariz. Buitres, buitres, buitres, buitres». Esa letra de 1984 que no queda ajena a nuestros tiempos, precisamente por cómo hoy los ciegos seguidores del autoritarismo, de esa idea de nación homogeneizante y excluyente, y de cómo los que siempre han sometido a relaciones serviles de trabajo a la mayoría de la población, viene hoy a mi memoria.

Me hierve la sangre de pensar que el genocida murió sin estar en una cárcel purgando por las masacres cometidas. Y, aunque fue condenado por genocidio y su demencia final quizá no le permitió gozar plenamente de su impunidad, me duele pensar que no tuvo cadena perpetua como ejemplo para una sociedad a la que le urge justicia, no venganza.

Finalmente, con los años que llevo aprendiendo de la música en general y del rock y el metal en particular, siento que muchas cosas han cambiado. Aunque en estos espacios musicales sigue latente la rebeldía, también es cierto que el capital se ha encargado de mermarla. La industria musical la suavizó. En el presente ya no se encuentran letras que reflejen una crítica profunda al sistema. Quizá es una rebeldía diferente que me cuesta comprender y aceptar, pero me queda la esperanza de que, mientras existan agrupaciones que no olviden estas atrocidades y compongan canciones crudas, directas y sin edulcorar su imagen, estas corrientes musicales contribuirán a que las generaciones venideras puedan acercarse a su historia, a nuestra historia, a las historias desde abajo. Mientras, nos toca continuar las batallas por la memoria. El general ha muerto. Pero quedan muchos Ríos Montt repitiendo su discurso sin fundamento. Una sociedad sangrante que requiere democratizarse, entre otras cosas, a través de la cultura, de la música pero, sobre todo, de la justicia.


Imagen principal tomada de Working Class Recrods

Mario Castañeda

Profesor universitario con estudios en comunicación, historia y literatura. Le interesa compartir reflexiones en un espacio democrático sobre temáticas diversas dentro del marco cultural y contracultural.

El arco, el sello y el grimorio

Un Commentario

Dennis Orlando Escobar Galicia 06/04/2018

Muy interesante saber que los más jóvenes percibieron las miserias de esta sociedad a través de particulares formas de expresión. En lo personal no tuve la oportunidad de conocer la música rock (Caballo Loco y otros de aquí de Guatemala) porque andaba muy metido en mi formación política con la J, Supe de esos grupos porque como atraían a los jóvenes los contratábamos para los «purrunes« de la Escuela Normal y con ello nos agenciamos de plata realizar actividades políticas. Recuerdo tantas cosas: como cuando los chavos de las chavas del Inca y Belén llegaban y danzaban con la consigna del «Peace and Love». Todo era ingenuidad y pureza de adolescentes.

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