La poesía de Ana María Rodas: textos que perduran

Mónica Albizúrez | Arte/cultura / INTERLINEADOS

Uno de los grandes aportes de la teoría de la recepción literaria es dilucidar cómo una obra se lee en formas distintas a través de momentos epocales, dependiendo de los horizontes de expectativa sociales del lector, en pocas palabras, dependiendo de sus afectos, sus necesidades, sus aspiraciones. Así cambian significados o formas de entender un libro según las épocas o periodos de la historia, de tal manera que la lectura a través del tiempo es inestable y transformativa.

Me refiero a ello, porque, a raíz de una tertulia literaria en la que participo, ofrecí leer Poemas de la izquierda erótica de Ana María Rodas, texto publicado en 1973, así como otros poemas publicados por ella en los años setenta, bajo los títulos Las cuatro esquinas del juego de una muñeca (1975) y El fin de los sueños y los mitos (1979). Sobre Poemas de la izquierda erótica hay estudios críticos que, desde distintas perspectivas, han dejado claro cómo el mismo significó un parteaguas en la poesía guatemalteca, al inaugurar una forma de escritura que, desde lo prosaico y corporal, construyó una defensa de la subjetividad femenina en la expresión y circulación de los afectos, así como interpeló con ironía la posición subordinada de la mujer en el espacio social guatemalteco, que podría ser cualquier otro atravesado por jerarquías férreas de género.

Al volver a leer los poemas de Ana María publicados en la década del 70, confieso que experimenté su escritura como un papel pasante que no se ha gastado, porque a través de él se filtran, si no asaltan, nuevos referentes contextuales que potencian las imágenes de aquella poesía. Pareciera que estos versos facilitaran la legibilidad de este tiempo, en el que frecuentemente se ponen en entredicho los derechos de las mujeres y se desmoronan a la vez pactos que han sostenido relaciones de mujeres y hombres, como los testimonios del #MeToo o las marchas a pie y en las redes sociales en defensa de víctimas de violencia machista.

Decía Antonio Gramschi que «en el lenguaje está contenida una específica concepción del mundo» y una virtud de la poesía de Ana María Rodas es desmontar un lenguaje que se ejerce para el dominio de las mujeres, como los versos del poemario Las cuatro esquinas del juego de una muñeca, que dicen: «la gramática miente / (como todo invento masculino) / Femenino no es género, es un adjetivo / que significa inferior, inconsciente, utilizable / accesible, fácil de manejar, desechable. Y sobre todo / violable. Eso primero, antes que cualquier / otra significación preconcebida». Hacer hoy un recorrido verbal en Guatemala por casas y oficinas, calles y callejones, buses y carros, en definitiva espacios privados y públicos, permite comprobar cómo se despliega un glosario de agresiones y exclusiones que imponen el miedo al equiparar lo femenino con los sentidos enumerados en el poema. O si no el cartel misógino desplegado en 2018 por un grupo de huelgueros –¿universitarios o delincuentes?– en contra de la primera mujer secretaria general de la Asociación de Estudiantes Universitarios de la USAC, Lenina García: «Lenina, para tu vulva poderosa, mi verga divina». Femenino en el habla del patriarca: utilizable, inferior, violable.

Papel pasante revelador, sí, pero también la poesía de Ana María Rodas es hoy un contra-ritmo potente a lo que Regina José Galindo resumió con elocuente simplicidad (en el mejor sentido) en la performance «El gran retorno». En dicha performance, músicos que entonan marchas marciales, vestidos de negro, avanzan hacia atrás en el centro de la ciudad, constituyendo la metáfora de un retroceso en las libertades en Guatemala y otras regiones globales. En efecto, los poemas de Ana María Rodas se actualizan en un momento cuando el conservadurismo moralista e hipócrita de una élite política corrupta unido a la histeria de un discurso religioso fundamentalista, colocan a la mujer en una nueva minoría de edad, y por lo tanto, a la que hay que cuidar, controlar y, si excede los límites por ellos impuestos, castigar, y quizás ajusticiar. Poemas de la izquierda erótica, ese contra-ritmo, avasalla con estas palabras: «Asumamos la actitud de vírgenes / Así nos quieren ellos… / Seamos / femeninas /inocentes / y a la noche clavemos el puñal / y brinquemos el jardín / abandonemos / esto que apesta a muerte». La rebeldía, al final del poema, resume quizás todas las formas de resistencia y lucha de hoy por defender mujeres con agencia histórica, no tuteladas, capaces de decidir sobre sus sueños y deseos. Sobre sus vidas.

También, la poesía de Ana María Rodas se convierte en cuadros de costumbre en verso, que interpelan sobre una desigualdad persistente en la vida cotidiana, particularmente en la potenciación de la imagen de una súper mujer eficiente sin derecho al disenso: «yo frustrada / sin permiso para estarlo / debo esperar / y encender el fuego / y limpiar los muebles / y llenar de mantequilla el pan. /… A mí me harta un poco todo esto / en que dejo de ser humana / y me transformo en trasto viejo» (Poemas de la izquierda erótica). Me pregunto cuánto sentimiento de trasto viejo en mujeres que deben asumir distintas funciones, como el cuido de hijos, la resolución de la vida doméstica, la proveeduría de dinero, el mantenimiento social de una imagen productiva, haciendo además travesías por horas en medio de un tráfico insoportable. Para las mujeres de las clases populares guatemaltecas y de otras geografías, el verso «dejo de ser humana» describe con exactitud la desposesión de una vida, en ciudades que exhaustan a base de exclusiones y violencias.

Finalmente, los poemas de Ana María, en 2019, son un canto a la pluralidad en contra del encasillamiento de identidades y exclusiones. Me detengo en un poema emblemático, que a partir del color rosa, apela a la hermosura de ir más allá de las fronteras impuestas: «Me clasificaron: nena? Rosadito / Boté el rosa hace mucho tiempo / y escogí el color que más me gusta / que son todos» (Poemas de la izquierda erótica). Alzar el corazón y la mirada más allá de la tradición monocromática y amatoria y descubrir otras formas de ser, es el acto liberador de estos versos.

Releer la poesía de Ana María Rodas significa, en definitiva, entrar en un territorio que bulle rebeldía y lucidez. Sus versos perduran y se multiplican.

Cierro los poemarios y me la imagino a ella, Absoluta, sentada a la diestra de sí misma, con una pluma en la mano y la sonrisa de quien ha derrotado la muerte en la palabra.


Fotografía de Ana María Rodas, tomada de su muro de Facebook.

Mónica Albizúrez

Es doctora en Literatura y abogada. Se dedica a la enseñanza del español y de las literaturas latinoamericanas. Reside en Hamburgo. Vive entre Hamburgo y Guatemala. El movimiento entre territorios, lenguas y disciplinas ha sido una coordenada de su vida.

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2 Commentarios

fidel guardado 27/12/2019

Mis respetos para Ana María…

Fernando Amaya 10/05/2019

Interesante, para la década de los 70, destacar una poeta que articula la subjetividad femenina con la denuncia a la sujeción patriarcal. Muy acertado lo que dices Mónica, sus poemas, hoy, nos siguen “asaltando”. Poemas que se suman al grito contra el dominio patriarcal, desafortunadamente, aún presente en las sociedades actuales y culturas. Que la fuerza del lenguaje siga inspirando, en hombres y mujeres, poemas como los de Ana María Roda, letras que diseñan nuevas melodías, necesarias a la danza universal desde “la pluralidad en contra del encasillamiento de identidades y exclusiones“

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