Olga Villalta | Política y sociedad / LA CONVERSA
Estamos acostumbradas/os a ver a nuestra madre y a las otras mujeres madres con admiración, reverencia y reconocimiento por los sacrificios que hicieron o hacen para que sus hijas/os tengan alimentos, vestuario y techo. Ya sea que hayan realizado su función en el marco de un matrimonio relativamente estable o como madre sola (viuda, divorciada o madre soltera), consideran –de buena gana o no- que es obligado cumplir con el rol de mujer-madre cuidadora y educadora. Esta actitud, que la mayoría de mujeres cumple, es ponderada de manera simbólica por la sociedad, aunque no se valora monetariamente. Se asume que los cuidados deben hacerse por amor y que la que cumple con este mandato es una verdadera mujer.
Esta exaltación de la maternidad no permite reflexionar críticamente sobre el daño que muchos seres humanos recibieron en su infancia por esa madre todopoderosa, siempre presente, capaz de grandes sacrificios (el lío con el padre es su ausencia), pero si no se obedecían sus directrices, también era capaz de grandes sentimientos de desamor. La amenaza del retiro de su amor genera mucho sufrimiento en las/os hijas/os, sin embargo pocas personas llegan a verbalizarlo. En este aspecto los especialistas en psicología tendrían mucho que contar.
Si bien el ser madre surge de un hecho biológico, este es también un hecho cultural que se expresa en nuestras relaciones familiares de manera cotidiana. Ser madre es vivido por cada mujer, de manera única y con diversos matices, no es lo mismo ser madre en la juventud, que en el final de la vida fértil. Como tampoco es lo mismo si se es pobre o rica, si fue por decisión propia o impuesta. Influye en el tipo de relación que se establezca entre la madre y los hijos, si la maternidad fue o no deseada, si es el resultado de un descuido, por falla del método anticonceptivo o, en el peor de los casos, por violación.
Sin desmerecer los sacrificios que millones de mujeres realizan en el ejercicio de su maternidad, me pregunto ¿cuáles son las motivaciones que nos llevan a abrigar el deseo de ser madres?
El entorno familiar, cultural y religioso nos insistirá que la realización plena de una mujer se concreta en la maternidad y esto se instaló en nuestro imaginario. Mujeres exitosas en el ámbito empresarial, artístico, científico y laboral al ser entrevistadas dirán que la principal labor de ellas es la de ser mamá.
Hay infinidad de argumentos para justificar la maternidad. Algunas, ante la imposibilidad de retener a una pareja, se plantean: «si no puedo tener a ese hombre, por lo menos tendré un hijo de él». Esto se refleja en la infinidad de embarazos que suceden cuando la relación está a punto de terminar. Otras se sienten tan bien con su pareja que llegan a la consideración de que el hijo o hija sellará la felicidad para siempre. Por esta ingenuidad –porque los infantes no son pegamento– muchas parejas no logran sobrevivir a los cambios que genera un tercero en la relación y el amor, en ocasiones, muere. Otras dicen sencillamente que es «la ley de la vida» o «la ley de Dios». Por ello, cada año o dos, un nuevo miembro de la familia aumentará las demandas de comida, abrigo y educación en el hogar. Otras dirán que «siempre soñaron con tener un hijo». Y no se dan cuenta que su sueño no es original, sino fue instalado en su imaginario por una sociedad que envía mensajes a través de los cuentos de hadas, telenovelas y películas.
Es muy raro que se tenga claridad sobre las responsabilidades que implica traer otro ser humano al mundo. Comprender que un hijo/a no es un bote salvavidas que le dará «razón» para vivir. Asumir que ese niño/a es un ser humano completamente independiente y tendrá su propia personalidad, anhelos, gustos y establecerá su propio camino, implica todo un esfuerzo intelectual y un corazón generoso.
Hay una parte oscura del ser madre que nos cuesta asumir. Esta tiene que ver con la forma en que cobramos el sacrificio realizado, los anhelos subsumidos, la postergación de nuestros intereses. He escuchado expresiones como: «así me respondes, yo que te llevé 9 meses en mi panza», expresión que refleja la rabia que sentimos por no tener el control de la vida de ese hijo/a. He conocido casos de hombres que diariamente tienen que llamar por teléfono a su madre para que ella esté tranquila. Ritual que en ocasiones genera conflictos con la pareja. Otros se sienten incapaces de quebrantar la obligada tradición del «almuerzo dominguero con mamá». Las madres jugarán entre el gusto por ver a su hijo convertido en hombre y el deleite de la dependencia emocional de ellos. Si ellos no crecen emocionalmente, ellas siguen ejerciendo el control.
Un aspecto perverso lo constituye la manipulación a través de enfermedades, reales o imaginarias, pero que sirven a las madres para mantener la atención sobre ella.
El ejercicio de la maternidad en el patriarcado es la posibilidad de ejercer pequeños poderes para nada edificantes como la manipulación, el golpe bajo, el chantaje emocional, entre otros, que pueden ser muy destructivos para las/os hijas/os. Es hora de construir relaciones armónicas entre las madres y sus hijas/os.
Dar cabida a los anhelos, inquietudes e intereses propios convertirá a estas mujeres en seres alegres, vitales y amorosas. Dejarán atrás la amargura, el sinsabor y la mala leche. Si las/os niñas/os venideros son producto de un deseo genuino y la decisión de acompañarlos con responsabilidad en la construcción de su identidad y personalidad, posiblemente el futuro sea promisorio para nuestra sociedad.
Olga Villalta

Periodista por vocación. Activista en el movimiento de mujeres. Enamorada de la vida y de la conversación frente a frente, acompañada de un buen café.
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