La nueva versión de nuestro cerebro y cómo leemos hoy

Trudy Mercadal | Política y sociedad / TRES PIES AL GATO

Se lamenta, en general, que la gente lee poco o que, simplemente, ya no lee. Y sucede que no es tanto que lean menos, sino que ya no leen como antes. Hoy se lee diferente y conviene que los educadores, libreros, escritores y otros que vivimos de la palabra escrita, lo comprendamos y adaptemos nuestras estrategias a la situación (que no es lo mismo que resignarse y tirar la toalla).

Aún se lee; mucho de lo que leemos es digital, en artilugios como tablets, teléfonos inteligentes, lectores electrónicos y computadoras. La gente sigue comprando libros, en e-books como papel. No es verdad que la existencia del libro impreso esté por caducar; de hecho, un informe reciente de Amazon reporta que ha decrecido un poco el consumo de libros digitales y crecido el de los impresos.

En un artículo en The Guardian (8/25/2018), Maryanne Wolf, directora del Centro de Investigaciones de la Lectura y Lenguaje de la Universidad de Tufts, resume varios estudios científicos y las conclusiones de sus propias investigaciones en el tema. El enfoque es sobre cómo leemos y el impacto que las nuevas prácticas de lectura tienen sobre nuestros circuitos neurológicos. Estos circuitos desarrollaron nuevas conectividades hace miles de años para acomodar en el cerebro la creación de la palabra escrita. Y la lectura «profunda» es crucial para el desarrollo de procesos intelectuales y afectivos en el cerebro, incluyendo la empatía, la capacidad de comprender otras perspectivas y el pensamiento crítico. Dicha lectura profunda, sin embargo, rara vez ocurre en el tipo de lectura que hacemos en el internet y, en consecuencia, está cambiando nuestro alambrado cerebral.

Esto crea una brecha generacional entre las formas de aprender y comprender de personas socializadas a leer más y profundamente, y las que no. Esto, claro, no es nuevo. Lo que preocupa a los científicos, sin embargo, es que el ámbito social y tecnológico fomenta y demanda cada vez más, procesos rápidos y de multitasking, por lo que hay aún menos desarrollo de las capacidades intelectuales que requieren de tiempo y análisis. Las lecturas y tareas que requieren de paciencia y disciplina para su comprensión son cada vez menos preferidas y practicadas por el público (¡y a la vez, los robots son cada vez más capaces de hacer las tareas que requieren del multitasking y rapidez!).

Mucha de la juventud –aunque no solo los jóvenes– evidencia una escueta comprensión de lectura. En su columna Follarismos, el psicólogo Raúl de la Horra describió su intento de apoyar a un tendero adolescente de su colonia quien tenía que leer un texto sencillo de filosofía como tarea de la escuela. Frustrado, el joven confiesa que lee, pero que no entiende nada. De la Horra comprueba que lo que no logra es la conexión de palabras con significados. Este caso abunda incluso entre estudiantes de clase privilegiada. Se pierden en la complejidad y conexiones que permiten que un texto tenga coherencia.

Una consecuencia notable es la falta de pensamiento crítico de la ciudadanía sobre la historia, políticas y discursos institucionales. La incomprensión de las ideologías de partidos políticos, instituciones estatales y de organizaciones que inciden en el país lleva a desastres electorales y sociales. Otra consecuencia: por mi profesión he constatado que las personas a menudo muestran dificultad en comprender lo que le explica el personal médico, ya sea verbalmente o por escrito, por sencillo que sea. Oyen y leen, descifran sonidos y las palabras, pero no las comprenden o conectan a cabalidad, de la misma manera que a mí me costaría comprender bien en un idioma que entiendo a medias. Y todo esto, claro está, trae consecuencias nefastas para la para la formación de ciudadanía a corto y largo plazo.

Por último, los científicos indican que en lugar de lectura profunda, las prácticas de lectura hoy son el skimming, remover rápidamente una substancia de la superficie –como la nata de la leche–; y scanning, que se refiere a revisar rápidamente un texto, deteniéndonos cuando captamos algo de interés. Yo, que leo como maniática (en impreso como en digital), soy culpable de ambas cosas. A esto nos incita la tecnología digital, pues nos facilita deslizarnos rápidamente por un texto. Y ya noto que me cuesta más lograr la lectura profunda.

Pensando en esto, le pregunté a varios colegas académicos sobre sus hábitos de lectura (pues somos, supuestamente, quienes más pasamos con la nariz metida en un libro). Me dicen que leen menos libros que antes, pero muchas más noticias en portales digitales, así como ensayos y reportajes en publicaciones virtuales de distintos tipos. Creo que es un fenómeno similar al que se dio cuando se hizo posible adquirir la música de manera fraccionada en la internet –una canción aquí y otra allá– sin comprar todo el álbum (LP). Ya casi nunca escuchamos un álbum completo. No es que escuchemos menos música, pero sí la escuchamos diferente, sin la coherencia temática del álbum completo.

Y al final del día, eso es lo que hay. Juguemos, entonces, con las cartas que se nos barajaron. Busquemos como hacer de la lectura algo que funcione mejor. No tengo la solución pero, para mí, tirar la toalla no es una opción.


Imagen tomada de Out of my Gord.

Trudy Mercadal

Investigadora, traductora, escritora y catedrática. Padezco de una curiosidad insaciable. Tras una larga trayectoria de estudios y enseñanza en el extranjero, hice nido en Guatemala. Me gusta la solitud y mi vocación real es leer, los quesos y mi huerta urbana.

Tres pies al gato

0 Commentarios

Dejar un comentario