Ruth del Valle Cóbar | Política y sociedad / HILANDO Y TEJIENDO: MEMORIA Y DERECHOS HUMANOS
Me he planteado escribir sobre memoria histórica en esta columna. Pero hay circunstancias que nos «obligan» a dar ciertos giros en la vida. En esta ocasión, quiero escribir sobre mi madre y mi padre.
Mis padres se casaron en 1957, pero se habían conocido años antes. Mi padre ya venía de una relación previa y mi madre era la primera vez que se enamoraba. Comenzaron siendo amigos y dándose consejos de vida, fundaron juntos la Escuela de Comercio en Escuintla, a la cual ingresaron a estudiar, y fueron encontrando similitudes y complementariedades en sus formas de ser, sentir, pensar.
Mi padre escribió un diario con sus amores por mi madre, y ella copió después a un cuaderno las cartas que intercambiaron en esos años, especialmente el tiempo que él estuvo recluido para curarse de la tuberculosis –durante 1953 y 1954–. Fueron duros meses de angustia por la separación y por la incertidumbre sobre la posibilidad de su sobrevivencia.
Él venía de una familia numerosa que había salido de Chiantla, Huehuetenango, hacía muchos años y la abuela se había asentado finalmente en la costa sur; pero los hijos tuvieron que irse por el país a ganarse la vida. Mi madre provenía de una familia antigüeña que también había emigrado «buscándose la vida»; nació prematura por un serio problema de salud de su madre, por lo que fue criada por su abuela, como si fuera su hija menor.
En su primer matrimonio, mi padre perdió dos hijos, uno casi recién nacido y otro con casi 10 años, por un tumor cerebral. Imagino que su dolor fue muy grande.
Cuando se casó con mi madre, tuvieron 2 hijas y 2 hijos. El mayor de todos, Julio César, era un joven brillante, estudioso, deportista, músico, y un comprometido luchador por la justicia social y por la paz. Julio César fue torturado y asesinado el 22 de marzo de 1980 por las fuerzas militares del gobierno de Romeo Lucas García, cuando su hermano Benedicto era el jefe del Estado Mayor de la Defensa y el coronel German Chupina era el director de la Policía Nacional. Ellos fueron los responsables directos del dolor y sufrimiento infligido a Julio César por pensar diferente, por creer en un mundo mejor, por querer construir una Guatemala distinta.
Recuerdo el dolor y el sufrimiento de mis padres cuando perdieron a su hijo; la angustia por la suerte de nosotros, pero no solo sus demás hijos, sino también por los compañeros y compañeras de lucha. Les recuerdo siempre pensando en los demás, siempre preocupados por otras personas.
Después del asesinato de mi hermano, la familia cambió su vida: silencio, exilio, sombras, temor, recogimiento para evitar una nueva victimización. Nos llevó muchos años volver a reunirnos y volver a hablar de la muerte de Julio César.
Mi madre era tremendamente positiva, siempre pensaba que podía haber algo peor, y con eso conseguía darnos aliento a todas las personas que estábamos cerca de ella; no era resignación ni conformismo, ella era una luchadora nata, de toda la vida. Trataba de ver el lado bueno de las cosas, derramando luz, alegría, optimismo, positivismo… algo así como aquel verso de: no llores porque el sol se ha ido, que las lágrimas no te dejarán ver las estrellas».
En abril hizo nueve años que mi padre se fue, tenía casi 95 años. A finales de agosto se fue mi madre, acabando de cumplir 89. Ambos longevos, nos dejaron una herencia de honestidad, trabajo, esfuerzo, compasión, amor y dignidad, a pesar de lo vivido. Toda la gente que tocaron en su vida se llenó de su amor y sus buenas energías. Todas las personas podemos identificar alguna enseñanza que nos hayan dejado.
Papá la llamaba Esperanza, porque le había llenado el vacío de la vida… y eso es lo que hoy siento, después de acompañar sus últimas semanas: una enorme esperanza de que esté mejor, que sus sufrimientos terrenales hayan terminado y pueda finalmente descansar junto a él y a su hijo amado.
Sirva esta columna para rendir un homenaje a quienes ya se me adelantaron en el camino, pero dejaron sus dulces y sabias huellas en mi vida: mi madre Dora Julia Cóbar Castillo y mi padre José Cecilio del Valle Castillo.
Ruth del Valle Cóbar

Feminista, defensora de derechos humanos, investigadora social, constructora de mundos nuevos. Ha pasado por las aulas universitarias en Ciencia Política, Administración Pública, Psicología Social, Ciencias Sociales. Transitado del activismo social al político, incluyendo movimientos sociales, organizaciones sociales, entidades gubernamentales y del estado.
Un Commentario
Que este homenaje, te ayude a aliviar tu dolor. La memoria de los nuestros, en este país, es lo más valioso que nos queda, pues hemos vivido llenos de dolor, de altibajos, rodeados de circunstancias nefastas, más que positivas. Sigue venerando a los tuyos, con ese mismo amor que ellos te dieron en vida. Ten la esperanza que ellos ahora gozan del Cielo. La vida de nuestros muertos, es la memoria de los vivos. Un abrazo solidario.
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