La leyenda del dios dinero y su mercado sagrado: nuestra historia del mundo

-Bobby Recinos / MEDITACIONES EN ÍNDIGO

Solo hay una verdad: el amor al dinero es el principio de todos los bienes. El tiempo es dinero. El dinero es riqueza. La riqueza y el consumo material marcan el camino a la felicidad.

Hacer dinero es el propósito esencial del ser humano, de la organización en comunidad y de la economía. Implica crear riqueza y estimular el consumo. El consumo brinda felicidad. Quienes dedican su vida a acumular dinero son héroes que innovan, arriesgan y sirven de fuente de riqueza y oportunidad para todos, por lo que sus exuberantes estilos de vida son una recompensa justa, acorde a su contribución.

La pobreza, por su parte, es consecuencia directa de la holgazanería. El mercado libre y espontáneo, con su sabiduría abstracta perfecta, los desecha por costosos e infructíferos a través de una muerte prematura por hambre, peste o guerra. Si esa es la voluntad del mercado, es merecido. En una democracia de libre mercado —la única honrada—, solo sobreviven los seres superiores, los aptos, los ganadores.

Los seres humanos siempre actúan y deciden racionalmente. Son naturalmente egoístas, individualistas, competidores natos en un universo hostil donde prima la escasez. Compiten por su propia supervivencia con otros seres semejantes a sí y con otras especies de flora y fauna. Una vez asegurada su supervivencia, compiten para acumular dinero y cosas materiales. Existen, además, en bolsillos aislados, separados unos de otros por el muro de la otredad. Y si la separación es el estado natural del Homo sapiens, la discriminación, la jerarquía, la guerra y la corrupción son imposibles de eliminar.

Por otro lado, si el egoísmo es una virtud racional, el altruismo y la compasión son inmorales e irracionales. Ambas fuentes de la acción humana son incompatibles, por lo que se debe elegir un curso de vida entre uno y otro. Solo uno es el camino correcto. Toda tendencia colectivista bajo pretexto de solidaridad, invariablemente, conduce al autoritarismo. Stalin, Castro y Chávez lo demostraron.

Los seres humanos son animales compuestos de materia observable y perecedera, sin más. Sobreviven sin propósito ni significado más allá de la razón y la utilidad material. La intuición y las cosas del espíritu son, cuando menos, cursilerías. Cuando más, inexistentes. Siempre irrelevantes. El estado racional exige que nos enfoquemos en lo que podemos observar con datos duros. La consciencia es una quimera y hablar de ella, una psicopatología peligrosa.

Los servicios públicos son antinaturales e inmorales, deben estar siempre en manos privadas para maximizar su eficiencia, pues el incentivo de sus proveedores para acumular dinero es la panacea. Así, pues, todo esfuerzo intencionado para crear una sociedad más igualitaria es contraproducente y moralmente corrosivo. No lo olvidemos: el mercado da a cada cual lo que se merece.

La desigualdad socioeconómica, la desestabilización climática y la devastación ecológica son inevitables y deben ser aceptadas con madurez. Son, en fin, incomodidades menores y externas al crecimiento del producto interno bruto (PIB), que es lo que realmente importa. Sucede que un PIB en aumento constante significa la eliminación total de la pobreza, pues el crecimiento económico desde arriba gotea hacia abajo, alcanzando a toda la sociedad trabajadora.

En su rol social, las personas son definidas por el mercado mismo como consumidores. Su dimensión cívica es su dimensión económica, no hay más. La noción de sociedad es un mito. La ciudadanía se debe ejercer comprando y vendiendo. Muchas transacciones libres son equilibrio y bien común. El valor y contribución de las personas está determinado por sus ingresos, y el de las corporaciones, por su lucro. Después de todo, una corporación es legalmente una persona con derechos humanos. Si el legislador lo considera apropiado, ¿por qué habríamos de cuestionarlo?

En sociedades disfuncionales, en la medida en que los emprendedores y las corporaciones crean riqueza, los gobiernos la desperdician en gastos superfluos, como salud y educación (quienes no tienen dinero para ir al hospital o a la escuela no merecen ser sanados o educados). Por eso es importante que el Estado —mal necesario— sea mínimo y dedique todas sus energías, exclusivamente, a la protección de la propiedad privada, a hacer cumplir los contratos mercantiles y a la protección armada de la economía de libre mercado. Una vez emancipados, los consumidores de la mano visible del Estado con sus regulaciones invasivas, la mano invisible del global free market se encarga de canalizar la codicia natural de los individuos y las empresas hacia las mejores elecciones posibles: aquellas que maximizan el crecimiento económico en beneficio de todos.

El planeta Tierra es una roca muerta repleta de minerales y otros commodities para nuestro aprovechamiento y desarrollo material. El ingenio humano para dominar y transformar la naturaleza es infinito. Crecimiento económico más ingenio implica innovación tecnológica, la cual nos liberará algún día de nuestra dependencia en la naturaleza y sus recursos. De allí que es deber del empresario-consumidor ser un optimista racional y no preocuparse por los grandes problemas humanos y medioambientales. Está comprobado que planear, prever y responder deliberadamente a estados de urgencia e inequidad nunca es mejor que dejar hacer y dejar pasar.

No lo duden, el poder redentor del dinero y el mercado nos salvará.

La teoría económica neoclásica es una ciencia exacta. Cuestionarla es antisocial y perjudicial para todos. No hay alternativas viables al modelo de libre mercado impulsado por el lucro, la aspiración and the pursuit of happiness.

Pero no es cuestión de ideologías, sino del uso libre de la razón. ¿O acaso lo dudas?


Imagen tomada de The Daily Beast.

Bobby Recinos

En otras vidas fui abogado, cantante y jugador de básquet. Me gradué de derecho en la UFM y de ciencias políticas en Kyudai, Japón. Soy crítico porque estoy vivo y soy un idealista necio.

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