Leonardo Rossiello Ramírez | Política y sociedad / LA NUEVA MAR EN COCHE
Me atrevería a decir que la mayoría de las películas y series que se muestran en la televisión europea no son europeas. Se originan en los Estados Unidos. Es un poco curioso eso. Habrá que preguntarle a los sabios por qué es así. Al fin y al cabo, no estamos hablando de colonias de ultramar. La lógica indica que en Europa se deberían ver, principalmente, películas y series europeas. Pero no es así.
También me atrevería a decir que cuando esas producciones muestran un juicio en los Estados Unidos, flor y nata del reino de la justicia, la mayoría de las veces la persona que emite el fallo es una mujer afrodescendiente. Eso también debería ser materia de deliberación y juicio de un –por ahora inexistente– CESS, Consejo Europeo de Sabios y Sabias [1]. La razón es sencilla: en la vida real la mayoría de los jueces de occidente son hombres blancos.
En cualquier caso, la abundante casuística de los juicios en películas y series va conformando, a fuerza de machacar un imaginario colectivo donde reina la ponderación y el imperio final de algo que se ha dado en llamar Justicia. Esa la imagen de una mujer a la que le han ido agregando elementos (la alegoría como metáfora continuada): una espada (el castigo, el monopolio de la violencia, la policía, el presidio) y, como una mujer con una espada en la mano era insuficiente, una balanza romana (el debate, la argumentación, la aportación de pruebas y testimonios). Pero esos elementos tampoco eran suficientes. Le agregaron, absurdamente, una venda que le tapa los ojos (supuestamente para que sea imparcial).
Pero, vamos, que el consejo de sabios y sabias explique cómo hace la Justicia para saber cómo se inclina la balanza si tiene los ojos vendados. Se dirá: a tientas. Pero para eso tendría que soltar la espada, con lo cual no podría funcionar ni como alegoría ni como Justicia. Sería un mamarracho ridículo. Pero vendada y pese a que nunca se la representa caminando, dicen que llega, pero demora (de seguro porque la venda la obliga a caminar despacio, cuidando de no tropezarse).
Claro, hay excepciones. Una de las más flagrantes es el caso del buen cristiano guatemalteco Ríos Montt, el que usaba por igual, según él mismo, la Biblia y la metralleta. Jefe de breve régimen (1982-83) en el que se cometieron fusilamientos y masacres violentas contra miles de indígenas mayas, fue acusado de ser responsable de unos y otras. Estuvo en arresto (domiciliario, desde luego) y fue condenado por un tribunal a 80 años de cárcel por genocida, pero resultó absuelto por la instancia judicial más alta del país. Es que tenía, pobre desgraciado, demencia senil. Murió a los 91 años.
Pueden mencionarse otros casos, también flagrantes, de poderosos que resultaron acusados, investigados e incluso encarcelados por períodos, como el benefactor de la humanidad Augusto Pinochet, pero finalmente terminaron sus días en libertad. Habría que examinar todos los casos y llevar una estadística. Quizá no sean excepciones, sino la regla, y las excepciones sean los casos en los que la Justicia, tardona, eso sí, finalmente llega, con su justa mente, imparcial y definitiva.
Para contrabalancear el caso Ríos Montt vale mencionar a Otto Pérez Molina, el trigésimo sexto presidente de Guatemala. Fue acusado de fraude con las aduanas y, si mis fuentes son fidedignas, también el expresidente Álvaro Colom y una buena panda de sus ministros están presos y acusados de hacer negocios ilícitos. También fue acusado de peculado y absuelto el expresidente guatemalteco Alfonso Portillo. Requerido por la justicia de Estados Unidos, acusado de lavado de dinero, fue extraditado a ese país.
Por lo pronto, veamos algunos prontuarios de expresidentes acusados, investigados o presos. En América Central, recordemos que Rosa Elena Bonilla, esposa del expresidente de Honduras, Porfirio Lobo, lindo apellido, fue detenida no ha mucho, acusada de corrupción. Pero estamos hablando de expresidentes, y don Lobo, pues… fue acusado por la fiscalía de los Estados Unidos de narcotraficante. Se trata de una inclinación familiar: el hijo, Fabio Lobo, fue condenado a 24 años de cárcel por narcotráfico.
La expresidente de Panamá, Mireya Moscoso, fue despojada de sus fueros e investigada por usurpación de tierras y manejos inapropiados de dinero. Y el expresidente panameño, Ricardo Martinelli, está preso en los Estados Unidos, igual que el expresidente Noriega. Hay que reconocer cierta solidaridad entre los expresidentes acusados. Por ejemplo, Arnoldo Alemán, expresidente de Nicaragua, fue condenado a 20 años de cárcel en 2003 por lavado de dinero y fraude. Para que no estuviera solo, otro expresidente nicaragüense, Enrique Bolaños, fue investigado por malversación de fondos del erario público, y los expresidentes de Costa Rica, Miguel Ángel Rodríguez y Rafael Ángel Calderón fueron condenados a prisión por corruptos.
En Perú, donde los expresidentes parecen coquetear con la Justicia (hay nada menos que seis que cumplen con los requisitos), fue condenado a cadena perpetua por el Tribunal de Roma el expresidente Francisco Morales Bermúdez por estar involucrado en muertes y desapariciones. Estuvieron en la cárcel, simultáneamente, dos expresidentes: Alberto Fujimori y Ollanta Humala. Otro expresidente peruano, Alejandro Toledo, está requerido por la justicia acusado de matufia por el caso Odebrecht. El expresidente Alan García, fue investigado por lavado de dinero y enriquecimiento ilícito. Finalmente, Pedro Pablo Kuczynski, quien luego de haber indultado a Fujimori tuvo que renunciar por las acusaciones de haber recibido dinero ilícito de parte de… sí, Odebrecht.
Por el sur, estuvieron a la sombra el expresidente y dictador argentino Rafael Videla, acusado de delitos de lesa humanidad durante la dictadura, y el expresidente y dictador uruguayo Gregorio Álvarez. El expresidente de Bolivia, Gonzalo Sánchez de Losada, fue acusado de genocidio y oficialmente requerida por Bolivia su extradición de los Estados Unidos. El expresidente Paraguay, Francisco Franco, fue acusado e investigado por enriquecimiento ilícito y contubernio con empresarios y banqueros acusados de lavado de dinero, evasión den impuestos, falsificación y otras travesuras.
Hay expresidentes acusados que esperan la última palabra de Tribunales Supremos: Cristina Fernández, argentina, con varias causas pendientes por corrupción y el funesto Mauricio Funes, de El Salvador, acusado de enriquecimiento ilícito.
Este breve y pintoresco recorrido por Nuestra América contempló solo expresidentes. El panorama podría enriquecerse mucho más con otros individuos ilícitamente enriquecidos (el presidente de Pedevesa en Venezuela, por ejemplo, o los abrumadores casos en Colombia), exministros, excancilleres y verdugos militares. La corruptela y el abuso de funciones afecta desde luego a otras regiones del planeta, donde se debe llamar a la señora Justicia para que establezca cómo son las cosas [2].
El expresidente de Brasil, Lula de Silva y candidato a la Presidencia (el que más intención de votos concita) fue también acusado de corrupción y condenado a doce años de cárcel. Vaya fallo. Lo ha apelado ante el Supremo Tribunal Federal. La víspera del resultado de la apelación, el Supremo Tribunal Federal de Brasil se ha enterado de la irrestricta solidaridad de la cúpula del Ejército con su comandante en jefe, Eduardo Villas-Boas, quien hizo un «llamado de atención»: amenazas lisas y llanas de golpe de Estado en caso de que el expresidente resultara absuelto. ¿Presiones? Claro que no, solo son opiniones. Finalmente, por seis contra cinco, el Supremo Tribunal desestimó la apelación. Juzgaba no la culpabilidad o no del expresidente, sino si podía o no ser apresado antes de que se establezca si es o no inocente. Resultado: Lula da Silva puede ser apresado en cualquier momento a partir de ahora y no puede continuar con su campaña presidencial.
¿Es una acusación basada en razones políticas? Lula es el candidato con mayor intención de votos y aún no hay pruebas definitivas. ¿Es un fallo también de la democracia? Quizá, pero ¿quién dijo que la democracia es garantía de justicia? ¿No fue la democracia la que asesinó a Sócrates?
De todos modos esto huele mal y puede terminar muy mal. Las protestas arrecian, como si resonaran poderosamente las palabras de Abraham Lincoln: «Se puede engañar a algunos todo el tiempo y a todos algún tiempo, pero no se puede engañar a todos todo el tiempo».
Habría que proponer al CESS y aun a la ONU que la Justicia de una vez por todas sea despojada de su venda y en cambio se adornen sus oídos con tapones. Así por lo menos no tendrá que oír el ruido de los sables cuando levante la espada y falle.
[1] No me molestaría que fuese un consejo de ancianos y de ancianas, con tal de que fueran sabios y sabias, que su número fuera impar, lo que es fundamental para asegurar siempre una mayoría, y que, por mor de justicia, estuviese integrado por la misma cantidad de ancianas que de ancianos. En este caso se podría llamar Caasse, Consejo de Ancianas y de Ancianos Sabias y Sabios Europeo.
[2] Por ejemplo, el expresidente surcoreano Lee Myung-bak fue investigado por corrupción, por lo que no encontró nada mejor que quitarse la vida. A ese episodio siguió, recientemente, el caso de la expresidente Park Geun-hye, envuelta en un escándalo de tráfico de influencias y corrupción, por lo cual está compareciendo ante magistrados del Poder Judicial.
Leonardo Rossiello Ramírez

Nací en Uruguay en 1953 y resido en Suecia desde 1978. Tengo tres hijos, soy escritor y profesor en la Universidad de Uppsala.
0 Commentarios
Dejar un comentario