Edgar Rosales | Política y sociedad / DEMOCRACIA VERTEBRAL
Casi sin darnos cuenta, hemos cumplido un año de vivir inmersos en una profunda crisis política multicausal, pero esencialmente debido a dos hechos nefastos: la incapacidad manifiesta de un gobernante que en casi tres años no ha logrado aprender el oficio, versus las acciones del titular de una comisión internacional convocada para reordenar el sistema de justicia, pero que terminó replicando los mismos vicios de esta.
Es decir, tanto Jimmy Morales como Iván Velásquez contribuyeron a hacer más profunda la división que ha marcado a esta sociedad desde siempre, pero que en estos 365 días llegó a niveles de polarización tan álgidos como en la época de nuestra Guerra Fría, aunque en aquellos tiempos al menos era por razones ideológicas definidas.
La diferencia es que esta nueva polarización fue artificialmente estimulada, y la mayoría de nosotros, en lugar de desactivarla, hemos contribuido a insuflarle todo el gas posible. Y es que hay que decirlo pronto: hemos llegado a creer que Guatemala se reduce a un agrio «Cicig o no Cicig» y el «debate» no pasa de ser un estéril «Jimmy se va» o «Iván se queda».
Y es que si usted se da una vuelta por las redes sociales, esa es la «profunda» discusión, repetida hasta la náusea, que uno encuentra. Mientras los fachos liderados por la Fundación Terrorista se adjudican la victoria ante la expulsión del comisionado, los chairos aseguran que la decisión presidencial califica como golpe de Estado.
Aparte de esas discusiones insulsas y uno que otro meme más o menos gracioso, por ningún lado aparece alguna propuesta seria para atajar este clima de enfrentamiento enfermizo. Al contrario: pareciera que esta crisis solo sirve para despertar nuestra creatividad de caricaturizarla.
En lugar de encontrar respuestas razonables, no extremistas, lo que vemos son vulgares apuestas de garito, en las que el objetivo es ver quién ridiculiza más al bando oponente; quién dice las peores sandeces del otro; quién tiene mayor capacidad de agresión; quién puede insultar más ofensivamente.
Pareciera que, tanto a la extrema izquierda como a la extrema derecha, les convenía que el problema de la corrupción se contaminara ideológicamente y que este fuera su elemento salvador para procurarse su propia resurrección y subsistencia. Por ello, nada mejor que dividir en dos el terreno y asustar con el fantasma rojo de la Guerra Fría o con el retorno de la represión.
Y entonces, ahí tenemos a muchos repitiendo el libreto y «encendidos en patrio ardimiento», desgarrándose las vestiduras ante lo que califican como atropello a nuestra soberanía, concepto caído en obsolescencia a causa de la globalización. La poca que nos quedaba, y ustedes lo saben estimados ultraderechistas, ahora se negocia en Suiza, en las oficinas de la Organización Mundial del Comercio (OMC), cada vez que se imponen las condiciones bajo las cuales tenemos que comerciar nuestros productos; estemos presentes o no. Estemos de acuerdo o no.
Y ahí tenemos también a los otros. Dando palos de ciego. Convocando a paros que no tienen respuesta. Echando a la suerte la credibilidad, con movilizaciones que no inquietan a nadie. Repitiendo que sin Iván el país está perdido, que el país volverá al oscurantismo y que todo aquel que esté contra la Cicig, está contra Guatemala.
Y por supuesto que el presidente, quien desconoce radicalmente qué diablos significa eso de «representante de la unidad nacional», no ayuda mayor cosa. Mejor dicho, no ayuda nada. Y la USAC, menos. Increíble que nuestra máxima casa de estudios haya caído en el juego tan bajo de devolverle la moneda del «no grato» a un mandatario insustancial, en lugar de enfocarse en su misión académica de aportar a la distensión, y la constitucional, de contribuir al análisis y solución de los problemas nacionales.
Visto nuestro escenario nacional, así, a vuelo de pájaro, es triste y lamentable asumir que no tenemos nada. Que estamos envueltos en un duelo de dimes y diretes, en una contienda interminable de descalificaciones y, prácticamente, en un callejón sin salida.
Además, en cuanto a la famosa lucha contra la corrupción y la impunidad, nos hemos conformado con disfrutar el espectáculo de ver la humillación de presuntos corruptos en su camino amargo a las carceletas, a seguir con morbo espectacular y desde la comodidad del sofá, sus caras compungidas ante las feroces indagatorias. ¡Pero, nada más!
Por ello, un enfoque realista de nuestro escenario nacional, nos debe llevar a aceptar, con madurez, ciertos hechos que resultan insoslayables: que la correlación de fuerzas en el Congreso es insuficiente para impedir que el Pacto de Corruptos evite el enjuiciamiento del presidente a toda costa; que no existe la fuerza popular organizada capaz de protagonizar una revolución (tuitear o feisbuquear no cuentan como expresión política) y que la llamada lucha contra la impunidad, así como la dirigió Iván Velásquez, ha causado mucho alboroto y poca justicia.
Entonces, el cuadro anterior nos sugiere que no tenemos nada ni nadie entre nuestras élites -de cualquier índole- con la capacidad visionaria y el liderazgo indispensable para promover las soluciones, que bien podrían pasar por un diálogo de alcance nacional. Sí, el enésimo si se quiere, pero dialogar siempre será mejor a nada.
Frente a la debacle se debe imponer el optimismo, así sea poco el que nos quede. Es importante unirnos, todos, no alrededor de grandilocuentes objetivos. Bastaría con el común de rescatar el país, que es nada más y nada menos lo que estamos a punto de perder.
Continuar en la senda de la confrontación –de Cicig o no Cicig, de Guatemala o Venezuela– está demostrado que nos llevó a esta crisis. Es hora, entonces, de las voces sensatas, porque las hay. Aún entre las expresiones más radicales y conservadoras, hay pensamientos con un gramo de lucidez que pueden sentarse a buscar esas salidas que no encontramos en el Gobierno, ni en la USAC, ni en ningún lado.
Pero debe ser para ya. Para ayer. De lo contrario, preparémonos para muchos años más de crisis y, entonces sí, mejor aceptemos de una buena vez que el nuestro ya es un Estado fallido.
Imagen tomada de Psicología & reflexiones.
Edgar Rosales

Periodista retirado y escritor más o menos activo. Con estudios en Economía y en Gestión Pública. Sobreviviente de la etapa fundacional del socialismo democrático en Guatemala, aficionado a la polémica, la música, el buen vino y la obra de Hesse. Respetuoso de la diversidad ideológica pero convencido de que se puede coincidir en dos temas: combate a la pobreza y marginación de la oligarquía.
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