La historia se repite

-Alistair Langmuir Sánchez | PUERTAS ABIERTAS

Los seres humanos tendemos a tropezar varias veces con la misma piedra, y no es difícil encontrar ejemplos en los que la historia se repite cíclicamente. Este artículo narra la relación histórica entre las sociedades que han habitado Guatemala y sus volcanes, creando un paralelismo entre hechos históricos y la situación actual.

Los desastres –erróneamente denominados naturales– no son eventos puntuales, casuales ni recientes. Desde el inicio de los tiempos, los humanos (y el resto de seres vivos), nos hemos visto afectados por fenómenos geológicos y climáticos extremos como pueden ser las erupciones volcánicas y los lahares o deslaves de material movilizados por las lluvias.

Los impactos que causan los desastres en la sociedad perduran en el tiempo y la severidad de los mismos depende en gran parte de las causas/situaciones sociales en el contexto geográfico local. América Central, situada en el límite entre dos placas tectónicas, es una región volcánica y sismológicamente activa, con uno de los mayores índices de exposición de población en el mundo. Si tenemos en cuenta, además, que la población expuesta a los desastres es precisamente la más vulnerable, encontramos que Guatemala, junto con las demás regiones centroamericanas y del Caribe, se encuentran entre las regiones con mayor índice de riesgo en el mundo.

En las últimas décadas, el impacto de los desastres a nivel global se ha multiplicado de manera drástica. Esto no se debe a un incremento en la frecuencia de fenómenos geológicos, sino a la creciente exposición y vulnerabilidad de la población. Paradójicamente, este incremento de población en riesgo ha ido a la par de un mayor entendimiento de las amenazas y el riesgo, reflejado en numerosos estudios, evaluaciones y publicaciones– y una integración de los mismos en marcos legislativos, planes y marcos de actuación nacionales. Curiosamente, la documentación y estudio de la actividad volcánica en Guatemala no es reciente. La relación entre la sociedad y los volcanes en nuestra región se ha venido expresando de manera escrita desde tiempos ancestrales, incluso previos a la Colonia. Los relatos contenidos en el Popol Vuh y los Anales de los kaqchikeles no solo describían los volcanes y su actividad, sino que estos eran deificados y considerados como creadores del universo, pero también como destructores. Más adelante, los conquistadores relataban a la Corona española en mapas y cartas la geografía y los pobladores de la región, incluyendo descripciones de fenómenos naturales extremos. Dos siglos después de la conquista, una vez establecida la Colonia y encomiendas, aparece un documento clave: uno de los primeros análisis de riesgo en el mundo.

Mapa de la erupción del Volcán Pacaya en 1775 y los terrenos adyacentes. El Volcán de Fuego (J) también se representa haciendo erupción, aunque de menor grado. También se aprecia en el mapa la ciudad de Antigua (B) y la localización de la capital actual de Guatemala (A). Fuente: Ministerio de Cultura y Deporte. Archivo General de Indias. MP-Guatemala, 315.

Corría el año 1717, cuando las autoridades coloniales elaboraron un documento recopilatorio en el cual diversos testigos describían detalladamente las amenazas volcánicas a la que se veían expuestos. La violenta erupción del Volcán de Fuego ese mismo año, acompañada de una fuerte sismicidad y lahares, y la permanencia en la memoria colectiva de la destrucción de Ciudad Vieja [Santiago de los Caballeros] en 1541, fueron motivos suficientes para que la élite criolla solicitara una relocalización permanente de la capital. La recopilación, titulada Autos hechos sobre el lastimoso, estrago y ruina que padeció esta ciudad de Guatemala, está compuesta por descripciones de los eventos, posibles impactos económicos y la percepción de la población. El fin último del documento era solicitar permiso y fondos a la corona española para trasladar la capital, Santiago de los Caballeros de Guatemala [hoy La Antigua] a otro lugar más seguro.

El por entonces rey de España, ajeno a las inquietudes provenientes de las colonias americanas, ya «pacificadas», desestimó la petición del cabildo. La destrucción de La Antigua de Guatemala era tan solo una cuestión de tiempo: los recurrentes e intensos sismos acaecidos entre julio y diciembre de 1773, conocidos como los terremotos de Santa Marta [1], pusieron punto y aparte en la historia de la ciudad.

Hoy, trescientos años después, podemos encontrar cierto paralelismo con la situación en la que se encuentran las comunidades que habitan las laderas del Volcán de Fuego. El desastre ocurrido el pasado mes de junio ha generado una serie de cambios estructurales: a nivel técnico se han mejorado los equipos de monitoreo y el sistema de manejo de emergencias. Gracias a los avances científicos y los mapas de amenaza, se puede predecir qué zonas son susceptibles a las amenazas volcánicas, y qué poblaciones e infraestructura están expuestas a las mismas. A nivel comunitario, la calamidad también ha generado cambios: la población requiere saber los procesos y amenazas del Volcán, algunos términos como flujos piroclásticos o lahares, que anteriormente no se conocían ahora sí se escuchan; la percepción de riesgo es notablemente mayor, pero también viene acompañada de miedo y la incertidumbre. Como respuesta, los líderes comunitarios están demandando vivir en condiciones dignas y en un lugar seguro, tal y como hicieron los colonos tres siglos atrás. La única diferencia es que hoy sí hay un marco legal que nos ampara, tal como manda el primer artículo de la Constitución de la República: «El Estado de Guatemala se organiza para proteger a la persona y a la familia; su fin supremo es la realización del bien común».

Mientras tanto, el Gobierno y las autoridades municipales se encuentran inmersos en una espiral de luchas políticas y cruzadas en vistas a las inminentes elecciones, y son ajenos a la realidad del país. Siguen ignorando documentos, peticiones y necesidades urgentes, hasta que el Volcán decida hacer erupción de nuevo, hasta que la tierra tiemble, hasta que llueva el ciclón… entonces tocará reparar, (re)construir y llorar a los desaparecidos. Entonces, y solo entonces, aparecerán en helicóptero los héroes nacionales, mientras tanto, los olvidados seguirán esperando.

[1] Nombrados tras la santa por haber comenzado el 29 de julio. Una descripción de los eventos y consecuencias se pueden encontrar en Breve descripción de la noble ciudad de Santiago de los Caballeros de Guatemala por Felipe Cadena, 1774, reimpreso en 1858 y accesible en línea en Wikimedia.

Alistair Langmuir Sánchez

Estudiante de posgrado en la Universidad de Edimburgo. Geógrafo de profesión, se encuentra investigando la construcción del riesgo en las comunidades aledañas al Volcán de Fuego. Entre sus áreas de interés están la cartografía participativa y de amenaza, y la combinación de saberes locales y científicos para una comunicación más efectiva. alistaircom@hotmail.com

Puertas abiertas

2 Commentarios

Rodrigo Brito Ortiz 06/03/2019

Amigo, Hermano mío, tremendo artículo que te sacaste, tío! Me encantó como desarrollaste tus ideas y tus sentimientos en el escrito. Se nota toda la pasión que le has puesto a esto y eso no hace más que llenarme de orgullo y alegría. Quisiera leer más de tus investigaciones. Un abrazo enorme a la distancia y espero sinceramente verte mas pronto que tarde.

Robert Fraser Harris 27/02/2019

Buenisimo el articulo, me encanto el mapa del a erupcion del Volcan Pacaya! Yo vivo en Antigua, Guatemala y es lamentable ver la actitud de algunas autoridades frente a la situacion actual del Volcan de Fuego.

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