–Claudia Mejía / EL PLACER DE SER MUJER–
Han sido por varios años muy buenos amigos, conversan de lo que viven, sobre lo que sienten y sueñan, sobre lo que les incomoda de la sociedad y sus hipocresías. Comparten risas, sufrimientos, silencios. Él encuentra en ella una mujer apasionada y excitante, con quien puede hablar casi de cualquier cosa, de sus rabias y temores, de sus debilidades y expectativas, y, para ella, él es el confidente, el hombre a quien correrá a contarle lo que le pasa, lo que la hace feliz e infeliz, se platican de sus deseos más íntimos, de sus fantasías, que están rodeados de prejuicios, pero que en la confianza logran superar.
De las palabras a los abrazos, de los juegos de miradas a las caricias en silencio, sin pedirse permiso ni declarar compromisos, han llegado a compartir en noches enteras la cama, las sábanas, la ducha; respiraciones y sudores, abrazos y besos, gemidos y suspiros, apropiándose sin notarlo de sus espacios más personales. Él se ha atrevido a limitarla, a indagar en sus recuerdos, a juzgar su pasado, a controlar sus diversiones y negarle fantasías. Sin embargo, ella se atreve a imaginar un futuro con él, más allá de los encuentros ocasionales, con despertares compartidos, con proyectos comunes y esfuerzos aunados.
Ella y él mantienen sus rutinas, su día a día, pero siempre están el uno para el otro. Se buscan y se encuentran, de cuando en cuando en la oscuridad, para entregarse y despojarse de ropas y temores, para unirse con ansias y deseos, y, con frecuencia a la luz del día, para compartir ideas, críticas y acuerdos. Se entregan, se gustan, se sienten; él lo vuelve a dejar todo en ese colchón, la eleva a los cielos del placer y la ternura, con la participación entusiasta y golosa de ella, con la búsqueda mutua de satisfacerse. Él es hambre, deseo, pasión, mientras ella contempla con dudas y temores lo que va sucediendo, y en silencio espera más sueños por compartir, mucho más que sudores y arrebatados encuentros.
El momento pasa, terminan, ella confía en que con el paso de los días se desvanezca la ilusión de andar de su mano por praderas tranquilas y bosques inquietantes, de vivir juntos días soleados y noches de tormentas. Trata de no buscarlo, de tomar distancia, intentando volver a equilibrarse, a esperar a que las cartas se repartan con mejor suerte para volver a jugar buscando alguna ventaja, quizá la próxima vez él esté dispuesto a compartir más que deseos, sensaciones y placeres.
Pero en este juego ella pierde todas las partidas, porque aunque las reglas están implícitamente establecidas, ella no aprende a jugar. Ella espera derrotar a su amigo de una buena vez, entrar en su corazón, mostrarle que los hechos son más que piel y carne, pero en el fondo sabe que está perdida. Lo comprende, y en esos momentos de lucidez, sabe de manera consciente que no está perdiendo solamente el juego, está perdiendo su tiempo, desgastándose hasta la médula, entregando el corazón, cuando él solo necesita su cuerpo en la entrega total de sus pasiones.

Ella de nuevo se cansa y se aleja, se aburre de ser simple deseo y pasión, pero él no la dejará ir. Él aparece en el momento oportuno, cuando lo necesita como amigo, como confidente, y pasan otra vez de la confianza al beso, del comentario amable al abrazo, vuelven a enredar brazos y piernas en entregas intensas de las que él sale satisfecho y ella desprovista de cualquier ilusión y esperanza.
Ella busca en el pecho de su amigo refugio, ese que en nadie más encuentra, y él busca en sus pechos el sabor y el olor del deseo y la lujuria. Ella busca expresar sus ilusiones, él satisfacer sus pasiones, entregarse a ella para encumbrarla a las estrellas del placer, olvidándose por un momento de sus frustraciones y dolores. Ocuparse de ella para hacerla suya por un rato y así volver a su mundo con las ansias mitigadas. Ella se come sus besos, quisiera meterse en su piel, abrazarlo hasta quebrarle los huesos, se pierde en su olor, negándose en esos efímeros momentos a aceptar que esos besos no son de amor y que no tienen futuro. Ella se entrega completa, con sus deseos de hoy y sus esperanzas de mañana, él apenas la siente y desea para hoy, sin querer ni proponer nada para los minutos siguientes. Ella busca su satisfacción en él, alcanza sus orgasmos en consecuencia de los orgasmos de él, y viceversa, y en ese momento se olvida que solo son sexo por un rato, un presente, sin más que los acompañe al dejar la cama.
El tiempo pasa, la ilusión y las pasiones de ella se agotan. Él quizá se quede sin el pretexto justo para hacerla caer, y así no se vuelvan a encontrar.
¿Quién ganará en el juego del deseo contra el amor?
Claudia Mejía

Mujer guatemalteca, en busca de la libertad de expresión en todas sus formas, artista, deportista, modelo y madre de tres. La vida ha sido mi mejor escuela, la resilencia ha sido mi acompañante fiel durante el camino y aprender a ser feliz con lo que la vida me ha regalado mi mejor herramienta para seguir adelante.
3 Commentarios
Me encantan los textos sugestivos de Cludia Mejía combinados con fotos sensuales y poéticas.
exclente coclusion, diferente manera de pensar y a mi punto de vista, acertada! con mucha libertad. exitos
lo ame, pasa y tambien pasa a la inversa, eres grande amiga mia. te quiero
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