Luis Enrique Morales | Política y sociedad / OTREDAD Y EDUCACIÓN
Jugué una sola vez en el Atari y no me gustó. Recuerdo que no se me daban muy bien los controles. Nunca tuve un Nintendo 64 o un Play Station, solo Play Boy, ah pero eso es una revista, no cuenta. La primera computadora que vi en mi vida fue una que tenía las letras color naranja. El sistema operativo era DOS y usaba disquetes de 5¼. Luego la evolución fue a una computadora de disquetes de 3½. Allí conocí cómo se instalaban los juegos de computadoras. Era un ordenador compartido entre cuatro. Los fines de semana, cuando llegaban los primos, era entre ocho. El juego principal fue The Prince of Persia. Un clásico. Como era el demo, pues teníamos que conformarnos con el nivel tres y allí acababa el juego de doce niveles. Luego, un ordenador IBM de colores, con Windows 3.11 y ya solo compartido entre cuatro, pues los primos tenían un ordenador con Windows 98. El entretenimiento era Kent 4, The prehistoric 1, The prehistoric 2, Bash, Xenon 2, The Prince of Persia 2 y Sextris. Siempre compartido y con derecho a jugar solo tres horas los días sábados.
El primer celular que vi fue un Motorola análogo, de un vecino. Luego, en un partido de fútbol informal en la calle, otro amigo apareció con un celular Nokia, el que tenía el juego de la culebrita. Solo lo vi de lejos. Quería tocarlo y nunca pude. Era color naranja y hacía tic, tic, tic, cuando la culebra iba agarrando cuadraditos y se iba haciendo más larga. Recuerdo que ese vecino era como un ser superior por lo que llevaba. A veces llegaba a casa uno de mis mejores amigos con el celular análogo de su padre. Aquel lo robaba por horas, cuando su viejo estaba con los tragos encima. En una escapada llegaba a casa para mostrarnos las cosas que se podían hacer. Marcación por tonos: poníamos el celular cerca de un teléfono de casa y marcábamos con el análogo. El teléfono de casa escuchaba los diferentes sonidos de los números y hacia la llamada automáticamente. Existía un código que si mal no recuerdo era *#136# y ese celular análogo permitía escuchar otras llamadas. Había de todo un poco: mujeres reclamando a sus maridos, gente llamando a los bomberos, prostitutas quejándose de una mala noche de trabajo.

Fui creciendo, empecé el bachillerato. Con una computadora en casa para todos y el internet comenzaba a tomar espacio. Los compañeros del instituto portaban celulares, pues la mayoría venía de lugares aledaños. Trabajaba en un taller de mecánica. Ahorré mis primeros cuatro salarios y compré mi primer celular. Era un Alcatel 200 con pantalla de colores. Era un lujo. Digno de presumir estúpidamente. El segundo teléfono me lo vendió un amigo del instituto, el mismo que se robó unos carburadores de un Subaru de motor de cilindros opuestos, fui su cómplice. A diferencia del primero, ese tenía una cámara. Era otro lujo de la época. Las imágenes no tenían buena resolución pero funcionaba para seguir presumiendo cosas. Después, ya estando en la universidad, un hijo de un narcotraficante me vendió un celular táctil que permitía tener dos tarjetas SIM y tenía televisión. Era del tamaño de un ladrillo. Era una marca china que no puedo ni escribir ni pronunciar. Seguía trabajando en el taller y logré comprar mi primera computadora portátil. Estaba equipado ya, celular y computadora. Con el celular llamaba para cortejar y la computadora sirvió para que un día mi hermano, el mayor, me encontrara desnudo en el cuarto, bailando frente al ordenador para una costarricense que conocí en Hot Latin Chat. La llamada fue por Skype. Podría contar las veces que me hicieron quitarme las ropas frente a una cámara sin que lograse algo a cambio; contarlo todo me da pudor.
El recorrido fue largo y tormentoso. Antes de salir de Guatemala tenía un Blackberry que una mi prima me obsequió con tanto cariño. Con ese aparato me comunicaba y luego de que se arruinara, me hice de un Samsumg Galaxy 3 y cuando se descompuso me hice de un IPhone 4 y cuando se descompuso me hice de un Huawei y cuando ese se descompuso me hice de un IPhone 11 y cuando ese se descomponga no sé qué haré. Lo que me ha durado es mi segunda computadora, siete años. La deuda a las empresas de telefonía también es de años. Aunque la computadora funcione y la quiera cambiar… No hace falta que me sienta extraño, pues donde vivo, al final de cuentas es el país que más ha digitalizado y el que más usa aparatos digitales. No fue extraño el día de una actualización administrativa, en el que tres personas estábamos sentadas en nueve metros cuadrados. Todas sin hablar y rodeadas de ocho computadoras, seis móviles y dos relojes inteligentes. Un par extraños que nunca he de ver, ni tocar, eran los que hablaban. ¿Y si todo fuera una ilusión como el cuento de Borges: Esse Est Percipi? Es más, a veces me pregunto ¿qué fin habrá tenido mi Alcatel 200 que le vendí a un compañero del instituto o ese celular análogo con el que escuchábamos llamadas prohibidas? Aunque sea triste contar el tiempo que he pasado frente a una pantalla. También es desconsolador decir que en la casa donde vivo hay más de esos aparatos electrónicos que humanos y que me consta saber que el Samsung Galaxy 3 se lo di a un amigo africano, que lo mandó para Camerún donde lo arreglaron para luego venderlo a un africano cualquiera, y que el IPhone 4 reposa roto en la gaveta de mi escritorio, a diferencia del Huawei que se empolva al lado de los condones ya vencidos, que nunca he de poder usar.
Fotografía principal tomada de Ok Diario.
Luis Enrique Morales

Nació en Quetzaltenango, Guatemala en 1989. Escritor, poeta y columnista. Egresado de la Universidad Galileo en 2012. Actualmente residente en Estocolmo, donde trabaja en docencia y, al mismo tiempo, realiza estudios a nivel de posgrado en Ciencias de la Educación (Pedagogía) en la Universidad de Estocolmo.
Correo: luis.morales.rubio@gmail.com
2 Commentarios
Hola mi querido amigo y hermano, me ha hecho recordar tantas y fabulosas anécdotas, me parece que en esta historia figuro en mas de un par, al igual que Ud. su servidor tampoco inicio con tetrix, ni atari, ni nintendo, ni mucho menos play station, pero si recuerdo entrañablemente como mis grandes amigos me compartían de ese tiempo que les daban del computador pantalla ámbar en el cual pasábamos muy buenos tiempos, recuerdo como si fuera ayer escuchar esas conversaciones marcando los códigos en el cel motorola que tuve por primera vez aya por el año dos mil para ser exactos, recuerdo mi primer computador con el cual inicie en el mundo de la informática, no olvido que en ese computador hicimos innumerables tareas, bromas, nos iniciamos en redes sociales engañando a amigos y compañeros de estudio haciéndonos pasar por chicas lindas, y por supuesto rompiendoles el corazón. Entre las anécdotas no olvido al celular del famoso juego la culebrita siendo robado de mi bolsillo de un saco que lleve a una fiesta de la UMG, increíblemente robado por la chica que saque a bailar, recordar es vivir mi querido y sin duda hoy me has hecho vivir, un abrazo y mi cariño, a la distancia.
Con que bailando desnudo pa ticas que conociste en latin chat jajaja
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