Vinicio Barrientos Carles | Política y sociedad / DESARROLLO & PAZ
El futuro está siempre presente, como una promesa, como un señuelo y como una tentación.
Karl Popper
En la dedicatoria del libro Jouney to Earthland: The Great Transition to Planetary Civilization, publicado en el 2016 por el norteamericano Paul Raskin , notable ambientalista y doctor en física teórica, presidente y cofundador del Instituto Tellus, puede leerse lo siguiente: «A los visionarios, los pioneros de ayer que abrieron el camino hacia un mundo integrado, las multitudes de hoy que impulsan el proyecto y los viajeros de mañana que tal vez puedan llegar a avistar el destino». Esta dedicatoria sintetiza de buena manera la esperanzadora visión de un futuro factible, pero no necesario, que justamente en estos años, pero no por mucho tiempo, estaremos en la posibilidad de escoger y de construir, como alternativa predilecta entre otras dos, una no tan dichosa, de muerte lenta, y otra desastrosa, de muerte rápida, que muchos de los que actualmente estamos en vida pudiéramos todavía alcanzar a sufrir en carne propia. Toda esta visión sobre nuestro futuro mediato en el siglo XXI no es una casualidad fortuita o repentina, sino que, por el contrario, se ha venido construyendo paulatinamente, como resultado de los esfuerzos académicos sostenidos que desde hace algunas décadas han perseguido de una manera u otra esta esperanzadora alternativa, hoy por hoy integrada y formalizada en lo que ahora se ha denominado «la gran transición». Destacan de forma singular las investigaciones sobre los posibles escenarios a desarrollarse, llevados a cabo por el impulso de la iniciativa del Global Scenario Group –GSG–, el cual ha arribado a una síntesis teórica sobre los mismos, luego de extensivos estudios al respecto de las posibilidades reales conforme la evolución observada en distintos ámbitos de la existencia humana, con la evaluación de las nuevas problemáticas a resolver en este siglo XXI, dentro de los marcos referenciales del deterioro medioambiental, socioeconómico y de la geopolítica mundial. En este sentido, el GSG se constituyó como un grupo de académicos que culminó sus primeros esfuerzos en el 2002, con la entrega de una publicación dirigida a distintas entidades ambientalistas, pero de manera muy particular al Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente –PNUMA–. Los escenarios desarrollados por el GSG fueron plasmados de forma muy concisa en esta publicación (Great Transition: The Promise and Lure of the Times Ahead; Gran transición: la promesa y el atractivo de los tiempos por venir), produciendo un gran impacto a nivel mundial, a tal punto que el Instituto Tellus se vio realimentado para generar nuevas iniciativas, similares, pero mucho mejor enfocadas sobre diversos contextos más específicos.
En los planteamientos, se hace necesario hacer una revisión de la evolución de nuestro planeta, para enmarcar la historia humana dentro de este contexto, lo cual hemos plantado en artículos previos, tanto desde la perspectiva del concepto del Antropoceno y la influencia antropogénica asociada, como desde un punto de vista más naturalista en la evolución misma del cosmos. En este sentido, esta panorámica cosmológica nos traslada fuera del ámbito de la vida cotidiana, e incluso más allá del territorio más extenso de la historia humana, ofreciéndonos un mirador privilegiado desde el cual podemos considerar una más justa evaluación de la difícil y complicada situación contemporánea. Para ello, un diagrama nos recuerda cuan pequeño es el entorno temporal de los acontecimientos cuasi apocalípticos a los que nos enfrentamos en este siglo XXI.
La historia del cosmos se inició hace casi 13.8 millardos (mil millones) de años, con la colosal erupción de energía del denominado Big Bang. A partir del caos primigenio de ese suceso portentoso se fueron consolidando, en fases diferenciadas, estructuras progresivamente más complejas, de manera que aunque en su conjunto el universo se volvía más entrópico (desordenado), se iban consolidando subsistemas cada vez mejor organizados y crecientes en complejidad. Así, como parte del grandioso devenir del ser, a partir del hervidero de energía radiante, tan solo en la primera fracción de segundo se formaron quarks y partículas, y al cabo de unos 300 000 años se estabilizaron los átomos simples con el progresivo enfriamiento del universo. La materia se distribuyó en galaxias agrupadas asimétricamente al azar, que acabaron dando a luz estrellas y planetas; y hace unos 3.8 millardos de años apareció la vida más simple sobre la Tierra y se abrió un nuevo capítulo en la historia del universo. De esta guisa que la evolución biológica ha sido una prodigiosa aventura marcada por la tenacidad y la inventiva a través de episodios titánicos de extinción y proliferación. Esta creciente organización neguentrópica amerita una profundización pertinente, la cual estaremos llevando a feliz término en una posterior oportunidad. Sin embargo, traemos a colación un hecho asombroso, y son las denominadas transiciones, las cuales siguen una curva logística que observamos recurrentemente en nuestras microobservaciones de la dinámica del universo, tanto a nivel temporal como en el espacial, las cuales hacen su aparición justo en el momento cuando en algún sentido los macrosistemas evolucionan cualitativamente, dando lugar a una nueva capacidad de carga.
En este marco de ideas, y ya en una panorámica microtemporal, más cercana al aparecimiento del ser humano en el planeta, los estudios que hemos citado al inicio hacen un extenso análisis de las fases que es posible identificar a lo largo de la historia humana, llegando a la conclusión que existen marcados saltos que generan cambios en los que distintos escenarios, no determinísticos, son planteados de manera indefectible, dada la naturaleza de estos interespacios de la existencia, los cuales son identificados como transiciones (macro) del gran sistema. La imagen siguiente muestra un resumen, tomado del texto la gran transición que hemos citado.
Es un hecho de que la complejidad creciente de la sociedad y su ampliación también acelera el ritmo de la evolución social. Por ello, el cambio histórico avanza con mayor rapidez que el cambio biológico (y muchísimo más rápido que el cambio geológico), y la historia misma también se está acelerando. Según se ve en la imagen del inicio, la Edad de Piedra duró unos 100 000 años; la Civilización Temprana, aproximadamente 10 000 años; y la Era Moderna, que ahora está tocando a su fin, empezó a palpitar hace casi un milenio. De esta forma podríamos visualizar que si la Fase Planetaria durase un siglo, se mantendría la secuencia de lapsos de tiempo exponencialmente decrecientes. Tanto si este prolongado patrón de aceleración es mera coincidencia como si es la expresión de un principio histórico subyacente, sigue siendo cierto que el vórtice del cambio se arremolina ahora a nuestro alrededor con una celeridad sin precedentes, nunca antes vista. Esto nuevamente viene a reforzar ideas apocalípticas en torno del Antropoceno.
Sobre estos tres escenarios estaremos realizando algunas muy breves consideraciones, con el análisis y la reflexión consecuente a las prioridades que demarcan los tiempos actuales, hito de la historia de la humanidad, y muy posiblemente de gran parte del equilibrio que durante millones de años se ha constituido en nuestro hermoso planeta. Vale la pena invertir mucho de nuestra consciencia en ello, pues todos nos lo merecemos, y es nuestra ineludible responsabilidad.
Imagen principal elaborada por Vinicio Barrientos Carles, con información tomada del libro: Jouney to Earthland: The Great Transition to Planetary Civilization (2016).
Vinicio Barrientos Carles

Guatemalteco de corazón, científico de profesión, humanista de vocación, navegante multirrumbos… viajero del espacio interior. Apasionado por los problemas de la educación y los retos que la juventud del siglo XXI deberá confrontar. Defensor inalienable de la paz y del desarrollo de los Pueblos. Amante de la Matemática.
Correo: viniciobarrientosc@gmail.com
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