La falsa democracia

-Virgilio Álvarez Aragón / PUPITRE ROTO

Aunque dicen que la democracia se comenzó a usar en la antigua Grecia para gestionar al Estado, fue en el proceso de consolidación del capitalismo cuando, para evitar guerras civiles y enfrentamientos sanguinarios, las élites fueron dando forma a procedimientos que, aceptados por quienes se disputan el control de porciones importantes del poder, permiten que el Estado y sus instituciones beneficien a los que se alzan con él, pero sin perjudicar totalmente a los otros.

Desde las postrimerías del siglo XIX las disputas por el poder siempre han sido entre distintos sectores del capital. Agroproductores frente industriales exportadores, comerciantes frente industriales, etcétera. Pero también, desde entonces, entraron a presionar los trabajadores y sectores menos favorecidos, conquistando no solo espacios de representación sino, en algunas economías, curiosamente las más ricas y sólidas, beneficios que a partir de la segunda mitad del siglo XX han dado forma a los llamados estados de bienestar.

En América Latina, donde el capitalismo se ha construido de manera desordenada y atrofiada, la democracia tampoco se constituyó diáfana y profundamente. En más de un siglo de intento, a duras penas se han consolidado los procesos electorales, que si bien son parte importante de un sistema democrático, cuando se realizan de manera transparente y con resultados aceptados por todos los contendientes, no se reducen a ello. El respeto a los derechos y la satisfacción de las necesidades básicas de todos son condiciones indispensables para que exista una efectiva democracia, que no debe entenderse como un fin en sí misma, sino como un medio para desarrollar las sociedades y, claro está, hacer menos agresivo y salvaje el capitalismo.

El esfuerzo democratizador, entendido como permitir que los distintos sectores sociales expresen y propongan sus agendas de país y nación, y llegados al poder los pongan en práctica, alcanzó amplio desarrollo en los distintos países del continente. La disputa intraoligárquica, materializada en el enfrentamiento entre conservadores y liberales, en algunos casos estaba siendo superada con la presencia activa y significativa de organizaciones políticas no oligárquicas que de una u otra manera representaban e impulsaban los intereses de los sectores desposeídos. Los llamados partidos socialdemócratas intentaban dar cabida a las demandas de trabajadores del campo y la ciudad, a las mujeres y grupos minoritarios.

Pero, la caída del mal llamado socialismo real y el impulso intenso de la agenda neoliberal hicieron que a partir de los años noventa del siglo pasado estas organizaciones perdieran de tajo su posición progresista. Del PSDB de Fernando Henrique Cardozo en Brasil a los socialistas de Ricardo Lagos en Chile, los partidos que hasta la caída de las dictaduras eran los espacios políticos que defendían las agendas progresistas en la región redujeron casi a cero sus propuestas, convirtiéndose en defensores de los intereses de las grandes corporaciones, asumiendo, abierta o calladamente, la teoría del derrame para enfrentar la pobreza y la desigualdad.

Surgieron entonces los caudillismos de izquierda, que mal que bien vinieron a resolver en alguna medida las grandes diferencias que asolaban a sus países. Bajo el eufemista socialismo del siglo XXI se reordenaron las relaciones capitalistas en varios países del sur de América y, podría decirse, en Nicaragua, satisfaciendo necesidades y reconociendo derechos a quienes se les habían negado antes.

Pero la ronda beneficiadora parece estar entrando también en crisis, sin que los déficit democráticos puedan ser solucionados en esos y los otros países. Si en Brasil se impuso la fracción oligárquica más conservadora y corrupta, en Argentina se pretende sepultar a los opositores progresistas bajo la estúpida acusación de traición a la patria. En Chile, la derecha más conservadora y reaccionaria, al aliarse a la derecha liberal, está a punto de convertirse en el freno a los escasos avances sociales que los gobiernos de Bachelet han conseguido.

Si en Venezuela las acusaciones de fraude y manipulación electoral encuentran en eco en los grandes medios internacionales, el escandaloso fraude perpetrado en Honduras es minimizado y dejado de lado, demostrándose que por sobre el discurso seudodemocrático lo que se privilegian son los intereses de las grandes corporaciones internacionales y sus aliados locales.

Así, la democracia en la región va dando traspiés, debilitándose, con partidos e instituciones cada vez más débiles. No logran entender los que la manipulan y falsean que, con sistemas políticos poco o débilmente democráticos, el capitalismo tampoco se desarrollará, dejando sus ganancias y beneficios cada vez más en riesgo.


Fotografía tomada de Página 12.

Virgilio Álvarez Aragón

Sociólogo, interesado en los problemas de la educación y la juventud. Apasionado por las obras de Mangoré y Villa-Lobos. Enemigo acérrimo de las fronteras y los prejuicios. Amante del silencio y la paz.

Pupitre roto

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