-Francisco Cabrera Romero / CASETA DE VIGÍA–
Nadie nos está dividiendo. Ya estamos divididos. Definitivamente hay personas con las que no me gustaría verme del mismo lado de la cancha.
“Tenemos que unirnos como guatemaltecos” suena como letanía acuñada cada vez que se pretende desviar la atención de las contradicciones medulares con las que ha vivido nuestro país. Palabras que según sea la coyuntura se pueden traducir como no mirar, dejar hacer y dejar pasar.
“Guatemalteco” es una categoría demasiado amplía, donde tienen lugar múltiples identidades y contradicciones. No hay un guatemalteco igual a otro. No todos mueren de obesidad, hay quienes, aunque no lo prefieran, mueren por desnutrición.
¿Qué unidad es posible entre explotadores y explotados? ¿Qué unidad puede suceder entre los racistas añejos y los hijos y nietos de campesinos semiesclavizados? ¿Entre fanáticos religiosos y quienes demandan el derecho a la diversidad sexual? ¿Y entre anticomunistas responsables del terrorismo de Estado y quienes sobrevivieron a las masacres? Cada cual reivindica una Guatemala diferente, su propia construcción del país que quisiera. ¿Qué unidad cabe?
Es por eso que cuando alguien acude al pobre argumento de que “tenemos que unirnos”, en realidad está haciendo derroche de ignorancia sobre cómo llegamos a ser lo que somos; o bien está abusando de la demagogia, confiando en la simplicidad del razonamiento de sus compatriotas.
El artículo 182 de la Constitución indica que el “presidente de la República representa la unidad nacional y deberá velar por los intereses de toda la población de la República”. ¿Cómo hay que interpretar eso? ¿Representa qué unidad nacional? Hay que buscar, con lupa y en el claro, aquellas cosas que puedan ser de interés común de la población.
Las contradicciones parecen abrumar a quienes crecieron pensando que todos debían aspirar a ser como ellos. Los esquemas distintos les parecen insultantes. Porque entienden la unidad solo como “cállense la boca” y “sigan como están otros quinientos años”.
Cuando Marx y Éngels, en el lejano enero de 1848, arengaron: “Proletarios de todos los países, uníos”, se referían a los proletarios, con razones primarias para unirse contra sus explotadores. Pero ahora ni eso. Porque el lenguaje ha descompuesto la categoría de trabajador para llamarlo, de manera eufemística, “colaborador”. Y las campañas de dominio intelectual, basadas en la emocionalidad, han conseguido que el trabajador ame al patrón que lo explota y la forma en que explota, porque al mismo tiempo lo hace sentir alguien. Es el fenómeno de McDonald’s, empleados explotados cantando felices en los restaurantes, haciendo coreografías, orgullosos de llevar en el pecho la marca que los saca del anonimato entre sus pares.
Pero no todo funciona así, muchos otros trabajadores nunca amarán a sus empleadores y no habrá poder que los convenza de unirse a quien los somete.
¿Se ha preguntado cómo se sentirá el hermano, el padre, la madre, la hija de aquel que fue secuestrado y nunca apareció, cuando ve a alguien que representa al grupo que lo hizo desaparecer? ¿Cómo se sentirá el que sabe quien es el kaibil que masacró su comunidad? ¿El que sabe quién secuestró y violó y lo ve andar por la calle? ¿Qué unidad es posible?
Ni los cristianos ni sus iglesias se pueden unir. Los protestantes viven de criticar a los católicos, que, por cierto, viven haciendo exactamente lo mismo de los protestantes. Y cada uno por su lado critica al que no es capaz de convencer con sus miedos enfermizos a un infierno que en el fondo de su corazón desean que sea grande e inclemente para cocinar a todos sus enemigos.
“Nos están dividiendo”, como si hiciera falta dividir lo que ya está separado. Quien habla de la explotación, del racismo, del machismo, del clasismo… no está dividiendo. Nada más está haciendo visibles las divisiones con las que vivimos. Nuestro país se construyó sobre esa combinación de dominaciones. No sobre los nobles ideales de la libertad.
No es culpa de quien relata el mundo que este sea tan ingrato. Mal haría en decir lo bello de un escenario dominado por la injusticia.
La unidad nacional solo puede ser coyuntural y sobre objetivos amplios y un poco imprecisos. “El pueblo unido jamás será vencido” es un lindo verso, más cuando lo interpreta Inti-Illimani. Pero vamos a ver: este pueblo no se une. Ni la lucha contra la corrupción que lo desangra es capaz de hacerlo.
No hay unidad sin reconocimiento de las diferencias. Quizá haya unidades específicas que se puedan lograr y además valgan la pena.
No quiero decepcionar a nadie. No me gusta escribir solo cosas bellas, como diría el maestro Luis Cardoza y Aragón “Yo nunca he escrito para entretener, sino para desesperar”.
Fotografía tomada de Prensa Libre.
Francisco Cabrera Romero

Educador y consultor. Comprometido con la educación como práctica de la libertad, los derechos humanos y los procesos transformadores.
Aprendiente constante de las ideas de Paulo Freire y de la educación crítica. Me entusiasman Nietszche y Marx, no por perfectos, sino por provocadores de ideas. Miembro del Consejo de Educación Popular de América Latina y el Caribe -CEAAL-, con el cual he aprendido a querer esta región del mundo y trabajar por ella. Consultor para organismos nacionales e internacionales y eventualmente funcionario público. Creyente de la importancia del insustituible papel del Estado en el desarrollo de las sociedades. Gozo la literatura. Me gusta Galeano pero me quedo con Saramago, como me gusta Asturias pero me quedo con Cardoza y Aragón. No me atemoriza el futuro. Me preocuparía tenerlo todo resuelto. Y a lo que verdaderamente le temo es a los dogmas… de cualquier clase.
2 Commentarios
Me gustó mucha esta reflexión que nos lleva a repensar sobre al discurso de la unidad y la importancia de las diferencias.
Puntual, preciso, contundente y claro. Muy bien Francisco!! Saludos!
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