Sergio Estuardo Castañeda Castañeda | Política y sociedad / EXPLORACIONES
Prometeo, en la mitología griega, era un titán amigo de los simples mortales que robó el fuego sagrado a los dioses para que los humanos lo utilizaran en su beneficio. Este hecho definitivamente no les agradó a estos, quienes, como castigo, decidieron darle un regalo. Sí, en aquel entonces era sabido que si los dioses daban un obsequio era para buscar meter en problemas a quien lo recibía. Entonces Zeus, en lo que hoy podríamos vincular con el tema de la seducción y la cosificación misógina, le regaló como castigo a una mujer de nombre Pandora. Esta bella mujer le entregó lo que en estos días conocemos como «la caja de Pandora», la cual Prometeo astutamente mantuvo cerrada. La complicación surgió cuando su hermano, Epimeteo, que no era tan lúcido ni astuto y además padecía de ingenuidad, abrió aquella caja que contenía todos los males del mundo. Prometeo, viendo que al abrirla se esparcían la desdicha, el desamor y el sufrimiento, se volcó rápidamente sobre ella para cerrarla, dejando atrapado al menos un mal; la esperanza.
Pero bajemos del Olimpo eurocéntrico y veamos cómo, en la actualidad, la esperanza tiene tan buena prensa ya que es vista –casi como un fármaco– como un bello horizonte que se contempla sin que se haga mayor esfuerzo por alcanzarlo. No por gusto en el cristianismo es una virtud teologal junto a la fe y la caridad. Esperanza viene del latín sperare, es decir esperar; así es como muchos cristianos hacen de la espera de Cristo su comodidad y dicha, mientras también los hay quienes hacen similar la espera de la revolución social. Convierten, pues, la espera en un fin en sí misma. No es entonces de extrañar que la esperanza, hoy por hoy, sea atravesada por lo biempensante, oponiéndose al pesimismo crítico, que –a pesar de su mala prensa– tanto ha aportado a diversas transformaciones sociohistóricas a través de reflexiones analíticas que prácticamente nacen perdiendo en tinieblas, pero que por eso mismo logran vislumbrar otras lecturas que desde otros enfoques esperanzadores u optimistas no podrían ser vistas.
Así es como, además de que la esperanza pueda que «prolongue el tormento» como decía un pensador alemán, en ocasiones resulta nociva su excesiva proliferación en la lucha ideológica por parte de esa subalternidad tan tristemente golpeada; es su paliativo que muchas veces la traiciona. Entonces vemos como reproduce las creencias del tipo mesiánico –de esperar que algún líder o personaje venga a salvarlos de los males sociales– sobreponiéndose muchas veces incluso a los propios principios y memoria histórica. Cuidado, pues, con la esperanza instrumentalizada por el poder que en lugar de nutrir al pensamiento crítico lo obnubila. Porque vaya si no hay mecanismos para alterar nuestras emociones y estados de ánimo, y así condicionar decisiones y conductas.
Pero estas líneas van más allá de simplemente proponer la filosófica y urbana máxima que dicta que si piensas mal acertarás. Acá no se trata de un pesimismo derrotista, sino que el asunto va más inclinado al «pesimismo de la razón y optimismo de la voluntad» que promulgaba el buen Gramsci, por ejemplo. Tampoco se trata de despotricar ante dicho estado de ánimo ni de caer en un reducido binarismo sobre si es bueno o malo el término en cuestión; hablamos de la posibilidad de poder verlo de otra manera, desde otras lecturas. ¿Por qué no, por ejemplo, deconstruir el concepto de esperanza para ver si puede contener en su significado práctico posibilidades más emancipatorias? Recordemos que somos lenguaje y este, como todo lo que conforma al humano y a la naturaleza en general, es constante movimiento y cambio. Apertura y mixtura. Ahora bien, si aún después de cuestionar y profundizar sobre todo esto no os convencéis de que la esperanza sea una aliada y compañera, os dejo una cita más, ahora de un existencialista francés, la cual dicta que «no hace falta esperanza para obrar». ¡Enhorabuena!
Imagen tomada de Steemit.
Sergio Estuardo Castañeda Castañeda

Estudiante de ciencias sociales, escritor y explorador que ha concebido la indagación de diversos escenarios como parte fundamental en el proceso de aprendizaje. Vinculado a la realidad política y social a través de la participación en colectivos críticos urbanos. Consciente de la necesidad de expulsar ideas para abrirnos al diálogo, al debate, a nuevas formas de compartir aprendizajes e intentar llegar a pensar por nosotros mismos.
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¡ENHORABUENA!
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