-Virgilio Álvarez Aragón / PUPITRE ROTO–
La situación política en el vecino país está llegando a niveles candentes, luego de que el golpe de Estado contra Manuel Zelaya, hace ocho años, si bien entronizó en el poder a lo más oscuro y oportunista de su clase política, también despertó en la población el deseo por no ser más actores pasivos ante la debacle política y social que por décadas ha sufrido.
A diferencia de Guatemala, donde los distintos actores sociales no logran construir, siquiera, canales de comunicación que permitan hilvanar algún proceso esperanzador, en Honduras, los partidos que se coaligaron ahora para apoyar la candidatura de Nasralla, son producto directo del rechazo de la población a esa clase política que orquestó y ejecutó el golpe de Estado en 2009, contando con amplia presencia del movimiento social organizado. Nasralla ya participó como candidato en 2013, cuando con su Partido Anticorrupción obtuvo un poco menos de medio millón de votos, mientras Libre, la organización surgida al rededor del depuesto Zelaya, alcanzó más de ochocientos mil votos.
Nasralla no es, pues, un candidato recién llegado a la política, como se quiere hacer creer en los medios de comunicación guatemaltecos. Tampoco es un izquierdista rematado. Lo que sí es cierto es que ha aceptado enarbolar muchas de las banderas de los sectores populares, a la vez que hizo del ataque a la corrupción descarada uno de sus principales cuestionamientos a quienes se apoderaron del poder en 2009.
En estos ocho años los liderazgos políticos no coludidos con el golpismo y la corrupción han conseguido construir una amplia aunque débil alianza, en la que, aceptando sus diferencias, han llegado a estructurar una propuesta creíble, capaz de recomponer el poder en beneficio de los sectores mayoritarios. Con dificultades y hasta contradicciones, el movimiento social ha dado pasos sólidos para revertir el cuadro de violencia y autoritarismo que el régimen, en alianza con las corporaciones extractivistas, ha venido imponiendo, brindado su apoyo a esta candidatura.
La actitud de las cortes de Justicia, al permitirle al presidente Hernández competir por la reelección, ha puesto en entredicho su independencia y legitimidad, pues fue precisamente por apenas intentar pedir esa autorización que Zelaya fue depuesto por el Ejército y los políticos hondureños, con al apoyo amplio y abierto de Estados Unidos y sus aliados. Siete años después la actitud fue otra, a pesar de los claros vínculos que con el crimen organizado y la corrupción muestra el actual presidente. Su defensa de la agenda neoliberal, simpática a los intereses de las grandes corporaciones y aquellos regímenes, parece ser su salvoconducto.
Es por todo ello que el proceso electoral realizado este domingo 26 movilizó al grueso de la población, desesperando a los grupos de poder que, acostumbrados a la corrupción y demagogia, temen perder su fuente de enriquecimiento ilícito.
Contabilizado setenta por ciento de mesas, según los datos oficiales, Nasralla obtenía 43.52 % de los votos, en tanto el actual presidente 41.07 %. La diferencia es mínima, y los oficialistas esperaban revertirla, confiando que, siendo votos rurales los que faltaban por contabilizar, cautivados por el clientelismo y alienados por el discurso anticomunista, fueran mayoritariamente para ellos. Pero lo oposición ve también la sombra de un grande y grotesco fraude, pues los mecanismos de control de los resultados es ya, en esas zonas, difícil y complejo.
Los grandes medios de comunicación hondureños, afines por décadas al poder político y económico, pues es de quienes obtienen sus jugosas ganancias, han estado permanentemente a favor del actual presidente, por lo que en este momento no son capaces, siquiera, de insinuar que un grotesco fraude pueda estarse orquestando.
Nada augura, por lo tanto, un final feliz en este proceso. De ser declarado ganador el actual presidente, los resultados serán poco creíbles, pues en las zonas urbanas hay un amplio rechazo a su candidatura y la sombra del fraude hará aún más tensa la situación política del país. De resultar vencedor Nasralla, los sectores oscuros harán todo lo posible por deslegitimar el triunfo, no debiéndose descartar ninguna maniobra para impedirle llegar al poder.
Pero lo que sí es cierto es que el movimiento social hondureño ha alcanzado niveles de desarrollo y consolidación muy superiores a los que poseía hace una década, estando actualmente por encima de lo que sucede en Guatemala. Si bien el reconocimiento del triunfo electoral podría ser el inicio de una época en la que pacíficamente los sectores más desposeídos podrían comenzar a ser tomados en cuenta, el que esto no suceda obligará a mayores esfuerzos y alianzas, no estando descartados períodos de alta tensión, dada la estrechez de miras y ambiciones que el grupo actualmente en el poder manifiesta.
Virgilio Álvarez Aragón

Sociólogo, interesado en los problemas de la educación y la juventud. Apasionado por las obras de Mangoré y Villa-Lobos. Enemigo acérrimo de las fronteras y los prejuicios. Amante del silencio y la paz.
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