La democracia cristiana sí fue una red social y política

Luis Zurita Tablada | Política y sociedad / SUMAR, SIEMPRE SUMAR

Los últimos acontecimientos políticos me han dejado perplejo. Ahora sí no hay ninguna duda: Guatemala es un país fallido. Ni los «poderes públicos» enaltecen la institucionalidad del Estado, ni respetan los veredictos judiciales. En el pasado, ese fue el sempiterno comportamiento de las élites pretorianas y plutocráticas. Y los abusos de los poderosos en contra de los derechos de las mayorías se sucedían cotidianamente, porque nunca ha sido la norma que el Estado guatemalteco cumpla con su razón de ser: «proteger el interés general en contra del irracionalismo del interés personal». No me lo estoy sacando de la manga, lo dijo Maquiavelo en su célebre obra El príncipe, pues, como él sentenciaba, «no es ninguna proeza matar a los compañeros, traicionar a los amigos, ser pérfido, despiadado, infiel, pues, ¡esto puede dar poder, pero no gloria!».

Ahora sí reina sin disimulo y con todo descaro la ley de la selva, o sea, la ley de los más fuertes, tanto los visibles como los invisibles. Y cuando veo el mapa de Guatemala, observo sus montañas y sus valles; sus abundantes como serpenteantes ríos; su biodiversidad de flora y fauna; su variedad de climas y el acariciante rumor de sus dos potentes mares. Empero, veo una multitud de seres humanos que cantan el mismo himno y que homenajean a una misma bandera; que dicen que la ceiba es su árbol nacional y que la monja blanca es su flor nacional, pero deambulan sin empatía política, económica, social y cultural, como indiferentes partículas de polvo de un lado para otro sin encontrarse fraternalmente entre sí. Entonces, una y otra vez, me vuelvo a preguntar: ¿este territorio es un país? Y me respondo: ¡no, Guatemala todavía no es un país, es una cólera eterna engullida por un conflicto interminable!

Pero, como reza la sabiduría popular, no hay mal que por bien no venga. En ese sentido, este momento crucialmente agudo deberá servir para que los académicos y los intelectuales reflexionen sobre las causales que nos arrastraron a este páramo político, un virtual desierto ante el cual se abren mil caminos, por lo que no sabemos cual tomar. Así las cosas, quienes nos afanamos por la política, damos bandazos de aquí para allá y estamos afligidos porque las elecciones se nos vienen a la vuelta de la esquina y no sabemos qué hacer, y como sucedía a Alicia en el país de las maravillas, para el que no sabe a dónde va, todos los caminos son posibles, incluidos los que conducen al precipicio.

Para la filosofía popular, nada es bueno, nada es malo. Es decir, que mala suerte o buena suerte, eso nadie lo sabe. Podría ser que este sea nomás el punto crucial para un nuevo despertar político, más serio, más responsable, más consciente, más maduro, más objetivo y alejado de voluntarismos estériles, o sea, apenas un pequeño manantial de donde han de derivarse una infinidad de encadenamientos que por fin nos conduzcan a ese horizonte en donde, como Sísifo, nunca terminamos de arribar. ¿Por qué? Hay que decirlo sin eufemismos, ¡porque el infantilismo político nos domina!

De ahí que la evaluación del pasado no muy lejano puede alumbrar el camino. Es el caso que después del derrumbe de los diez años de primavera democrática en el país de la eterna dictadura, nació un gran proyecto político y social encabezado por el insigne político e intelectual René de León Schloter, quien fundara la democracia cristiana guatemalteca, un auténtico movimiento social y político, probablemente el único caso en que se logró la conformación de una auténtica red social y política diseminada por todo el territorio nacional.

No hubo rincón de Guatemala a donde no llegara el aliento socialcristiano. Impregnó al movimiento sindical, magisterial, profesional, campesino, estudiantil, religioso, cooperativo, haciéndose respetar como una alternativa para construir una nueva hegemonía política y social en el país, y en momentos cruciales fue el amparo donde la almendrita de la socialdemocracia expresó los sueños de valiosos líderes encabezados por Manuel Colom Argueta y Alberto Fuentes Mohr.

Lamentablemente, por razones que no abordaré en este breve espacio, pero sí lo haré en próxima columna, ese proyecto vino a menos justo cuando la historia le entregó la batuta para conducir la transición hacia la democracia. Hoy, lo que me motiva es el ejemplo de construcción del instrumento político y social, que puede servir como orientación en esta coyuntura álgida en que no encontramos el camino correcto, y no lo encontraremos, porque hay que construirlo…

Y ese fue el mérito de René de León Schloter, pues inspiró una utopía nacionalista, progresista y al margen de la Guerra Fría, construyendo la nave para transitar el proceloso océano de la política y sembrando un sueño en las mentes y en los corazones de tantos hombres y mujeres de todas las edades, a través de un vasto programa de formación político/ideológica, y sin distinción social y cultural, una auténtica red que se adelantó a su tiempo, pero que ahora nos hace falta como pivote para impulsar un histórico programa de cambio estructural, o sea, para la deconstrucción del país. Como Moisés, no entró a la Tierra Prometida, pero dejó un método… Por ese legado, ¡el país entero está en deuda con René de León Schloter!

De esa cuenta, solo una persona muy ingenua o muy inconsciente o muy ignorante o muy malintencionada puede negar el valor ineludible de las ideologías. Es cierto que, desde la perspectiva de la razón pura, podrían considerarse las ideologías como falsas conciencias, dada su parcialidad. Sin embargo, desde la perspectiva de la razón práctica, son necesarias para interpretar la realidad y para impulsar la acción política de los ciudadanos, ora en los partidos, ora en los movimientos de reivindicación social. En tal sentido, no hay ideologías superiores. Pero si alguna se arrogara superioridad con respecto a las otras, tendría que demostrarlo desde el punto de vista ético y moral.

Como es público, por siempre he sido socialdemócrata y me atengo a sus fundamentos materialistas que he dejado plasmados en mi obra El ABC de la socialdemocracia, cuyo eclecticismo -ético y moral- postula el hermoso ideal de que la sociedad perfecta sería aquella en donde se humanice todo lo natural que no se puede dejar de ser y se naturalice todo lo humano que se puede llegar a ser. En ese orden de ideas, aprecio al socialcristianismo, cuyo ideario siempre lo he considerado el complemento subjetivo, no siempre bien ponderado, de la socialdemocracia, fuera de que, juntos y en los momentos gloriosos de ambos idearios, han hecho mucho bien a muchos países.

Un ejemplo histórico que puede ilustrar mi hipótesis es el cristianismo. Jesús no vino a abolir la ley, pero si marcó un antes y un después en la historia con el aporte de una nueva utopía: «amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a sí mismo». A partir de esa idea-eje, Pablo de Tarso, el auténtico secretario de organización del cristianismo, diseñó la red a partir de la disección de los evangelios y de las parábolas de Jesús. Y vaya si no tuvieron éxito sus famosas cartas… Se impuso al propio Imperio romano y se diseminó exitosamente hasta nuestros días en medio mundo. ¿Alguien podría creer que la epopeya española al conquistar nuestro continente hubiera sido posible sin la cooperación, hombro a hombro, de la red cristiana? Conste que lo que se valora, para los fines del presente análisis, es el método, no sus grises usos, puesto que el hecho de que sus objetivos trascendentes no se hayan cumplido a plenitud porque han sido torpedeados por dentro y por fuera no niega su trascendencia humanitaria… ¡Que es una red, es una red! Y como cualquier red, igual se puede inclinar hacia el bien como hacia el mal.

Pues bien, algo así tiene que hacerse en Guatemala. Eso creo y eso sugiero con visión de corto, mediano y largo plazo. Lo someto a debate público, pues formar partidos al estilo tradicional alrededor de cacicazgos o de comportamientos infantiles o impulsos voluntaristas, solo conducirán a nuevas decepciones. Hay que plantearse el futuro desde una plataforma social y política que sea una red que inunde cada espacio real y virtual del país, que se disemine viralmente, que se estructure orgánicamente y que hermane los ideales de los guatemaltecos y de las guatemaltecas en torno a un solo horizonte. Que el ciudadano del norte quiera -esencialmente- lo mismo que el del sur; que el ciudadano del oriente quiera lo mismo que el del occidente, claro, con sus matices regionales y culturales.

O que el ladino quiera lo mismo que el indígena, en especial porque somos una sociedad tecunhumanista, confluencia de lo mejor del humanismo cristiano occidental y de lo mejor del humanismo ancestral mesoamericano, ¡aunque no lo hemos terminado de interiorizar!, razón por lo cual no hemos sabido aprovecharlo positivamente.

En aquel entonces, la democracia cristiana guatemalteca no encontró la forma de convencer al empresariado oligárquico, ni la oficialidad militar contrainsurgente aprehendió dicho ideal, pues la Guerra Fría mantenía ocupado al Estado en otras absurdas como terribles prioridades, y el inevitable poderoso vecino norteño era la cabeza de la Guerra Fría en nuestro hemisferio, por lo que priorizaba sus intereses geopolíticos a cualquier costo.

Por eso, en este momento en que la ultraderecha avanza en todas las latitudes (y no solo en el Triángulo Norte de Centroamérica), el desafío incluye sentarse con el pequeño, mediano y gran empresariado, y convocarlos a la economía social de mercado (probablemente el único nicho demoliberal para humanizar a Guatemala en este período histórico en que, pese a la claridad de los objetivos de desarrollo sostenible, el ultraliberalismo se afana en desestructurar a la sociedad y desarticular a la naturaleza), procurando hacerles entender que la economía social de mercado es un método que ha demostrado que el capitalismo no es malo per se, pues hay un capitalismo ilustrado, humanista y bien intencionado, ejemplo de lo cual es Alemania y su milagro económico y social, sin dejar de mencionar a los demás países europeos occidentales, en especial los escandinavos, donde, capitalismo incluido, han alcanzado 90 % de igualdad social, pues comprendieron que sin desarrollo humano integral y transgeneracional el futuro es incierto.

En fin, el objeto de la economía social de mercado es la construcción de una sociedad en donde todos sean humanamente diferentes; socialmente iguales y totalmente libres.

El período capitalista del New Deal estadounidense y que nutrió la idea del Estado de bienestar a nivel global es conocido en Inglaterra como la edad de oro del capitalismo y en Francia como los 30 años gloriosos del capitalismo, pues el bienestar social no afectó para nada el crecimiento económico. El Estado de bienestar dejó de priorizarse tras el nocaut que desde la década de los años 80 el liberalismo neoclásico le ha estado infringiendo, alejando del ámbito de las políticas públicas y de las políticas económicas el afecto humano, el sentido de compromiso y la motivación de la inteligencia en función del bien común.

Y al segmento militar hay que impulsarlo conscientemente hacia la retoma del espíritu de los Acuerdos de Paz, especialmente porque el viejo concepto de ejército de ocupación es un lastre que aniquila no solo el florecimiento de la democracia liberal en el país, sino la dignificación de las propias fuerzas armadas.

¿Qué estamos esperando? ¿Nos falta carisma, ideas, energía y valentía? ¿Dónde están los socialdemócratas, los socialcristianos y los liberales? ¿De cuánto desprendimiento hemos de ser capaces? Por supuesto, si las elecciones por venir son inevitables, a los dirigentes progresistas corresponde demostrar su grandeza, o sea, no comer ansias por ocupar posiciones a sabiendas de que no sucederán cambios de fondo, procurando esfuerzos para alcanzar mínimos electorales de gran calidad intelectual, asegurando que al Congreso y a los concejos municipales arriben ciudadanos inspirados por aquellos de gran talla que fueron, por ejemplo, Fito Mijangos, por el centro izquierda; José García Bauer, por el centro, o Jorge Skinner Klee, por el centro derecha, y desde sus curules o concejalías sean las conciencias de las instituciones públicas. Entre tanto, a partir de la masa crítica que nunca falta a la sociedad, seguir consolidando la gran red social y política que aún no se tiene, acumulando fuerzas y afinando un programa para la gran transformación democrática-gradual y progresiva- de Guatemala.


Luis Zurita Tablada

Guatemalteco (1950), químico, político, escritor. Ha desempeñado cargos en el ejecutivo en áreas ambientales, candidato a la vicepresidencia de Guatemala, docente universitario, director del Instituto Guatemalteco de Estudios Sociales y Políticos, autor de varios libros, notas periodísticas e ideólogo de la socialdemocracia en Guatemala. Es miembro del Centro Pen Guatemala.

Sumar, siempre sumar

4 Commentarios

arturo ponce 22/10/2018

Como podríamos lograrlo con un caudal de la población mayoritario y bañado de ignorancia; conozco la ideología de De Leon pero sin educación es un sueño inalcanzable. Muy buen artículo, constructivo.

Mario Rossi 19/10/2018

La evocación de una época distante en el tiempo…….que pudo ser, hilada en un especial tejido de conceptos e ideales con posibilidades de ser rescatados, alientan la esperanza, en medio del caos (siempre que apostemos no ser superados por el).

Fernando González Davison 18/10/2018

Muy bien Luis

Luis 18/10/2018

Todo un documento, valioso en el momento en el que los guatemaltecos por fin abordemos en serio el debate, en un contexto serio, permanente, dedicado…

Dejar un comentario