Luis Zurita Tablada | Política y sociedad / SUMAR, SIEMPRE SUMAR
I
En 1988 se me cayó la venda política de los ojos.
Leí un ensayo del doctor Pablo González Casanova –exrector de la UNAM–, donde concluía que el auge neoliberal lo inundaría todo, convirtiendo a la política en una mercancía más, sujeta a la oferta y la demanda, por lo que, en lo sucesivo, político exitoso sería aquel que ganara elecciones, aunque así tuviera que venderle el alma al diablo.
Luego, en una conversación con el comandante de la URNG, Pablo Monsanto, en el DF mexicano, me comentó que la Guerra Fría había llegado a su fin, por lo que la insurgencia revolucionaria perdería su viabilidad.
En 1989 se derrumbó el Muro de Berlín y en 1990 la URSS y el Pacto de Varsovia desaparecieron para siempre, terminando desde entonces el contrabalance moral del capitalismo.
En 1980 Reagan pronunció la siguiente sentencia: «El gobierno no es la solución, es el problema». De esa manera dio comienzo el reinado del liberalismo neoclásico, que funda su ideario en la primacía individualista, consumista y competitiva. Y el Estado fue derrumbado hasta su mínima expresión, siguiendo los lineamientos del Consenso de Washington. El mercado pasaba así al primer plano, mientras el Estado era despojado de su papel regulador del bien común, salvo que al contrario de lo pregonado por Reagan ¡aún estamos esperando que el mercado demuestre su superioridad moral!
En ese contexto, la Democracia Cristiana Guatemalteca –DCG–, arribó al poder político por la vía democrático electoral en 1986, asumiendo formalmente las riendas del Ejecutivo, del Legislativo y del municipal, y con el picaporte para elegir una Corte Suprema de Justicia a su conveniencia.
Sin embargo, ¡el gobierno demócrata cristiano fracasó!
II
Un viejo adagio dialéctico reza que a veces el triunfo solo enmascara la derrota. Nunca mejor aplicado al devenir del gobierno de la DCG, pues durante cinco años se confirmaría que la política es la confrontación del ideal con la realidad.
Y la realidad política confrontada por la DCG sería cruda, dado que desde 1980, de acuerdo con los dictados del Consenso de Washington, el Estado ya no sería más el motor del desarrollo, sino el mercado. Además, el Estado sería reducido a su mínima expresión, declinando sus responsabilidades sociales. Para variar, Guatemala, obediente pero no deliberante como siempre, se convirtió en las últimas tres décadas en el único país del continente americano en donde la pobreza empeoró a niveles que no se alcanzaron ni siquiera durante los gobiernos militares, no se diga en los ámbitos de la educación y de la salud.
Ironías de la vida, 30 años después de su heroísmo político fundacional, la DCG empezaría a cavar la tumba del incipiente Estado de bienestar. Un primer síntoma, sutil, pero muy significativo, fue la supresión del subsidio a la Incaparina, la fuente principal de calorías y proteína para la clase popular guatemalteca, un atol formulado por el INCAP con patrocinio estatal, destinado a paliar la desnutrición crónica. Pero, también haber abandonado la rectoría del Plan Maestro de Electrificación Nacional sería el principal síntoma del neoliberalismo en curso, pues se clausuraron los proyectos hidroeléctricos Chulac y Xalalá, que, unidos a la hidroelectríca Chixoy, hubieran bastado y garantizado un superávit energético para impulsar el desarrollo económico y social del país de una manera sostenible, donde hubiera habido equilibrio entre economía, ambiente y sociedad, y se hubiera evitado la conflictividad social devenida tras la inmoral liberalización de la producción y comercialización energética, lo cual evidenció no solo la falta de patriotismo, sino la falta de visión estratégica gubernamental.
Sin embargo, si tan solo el gabinete de gobierno de la DCG hubiese sido un poco consecuente con la doctrina social de la Iglesia, otro cantar hubiese sido. Se hubiera hecho un gran esfuerzo para contrarrestar los antisociales excesos neoliberales, apoyando estratégicamente al cooperativismo y ofreciéndole al pueblo, cuyo único capital es su fuerza de trabajo, las bondades de la ayuda mutua, de la subsidiariedad y de la solidaridad, y tal vez el campo no hubiera caído en los niveles deprimentes del presente ni la migración de la pobreza hacia las luces urbanas hubiera tomado por asalto a las ciudades, pero no se hizo. Se hubiera hecho un gran esfuerzo para que los diferentes sectores y grupos sociales del país comprendieran el valor de la economía social de mercado, un modelo de equilibrio entre Estado y mercado cuya motivación es utilizar las potencialidades del mercado altamente competitivo para garantizar a los habitantes la igualdad social para expandir su espíritu, desarrollar su totalidad humana y establecer relaciones de cooperación entre congéneres, pero no se hizo.
III
Cuando el demócrata cristiano Ludwig Erhard escribió Bienestar para todos, sentó las bases de la economía social de mercado, o sea, la idea de un mercado fuerte, moderno y competitivo conviviendo en equilibrio estratégico con un Estado fuerte y coherente con el pacto social rousseauniano, por ende, legítimo, democrático y transparente, con autonomía relativa y con recursos financieros. Eficiencia económica con cohesión social. La premisa es que el mercado y el Estado no son fines en sí mismos, sino simplemente medios para alcanzar el desarrollo humano, porque el ser humano es la prioridad absoluta por encima de cualquier otra prioridad. Erhard definió un camino irrebatible hacia el desarrollo humano integral y transgeneracional, puntualizando que el Estado de bienestar solo duraría el tiempo que fuese necesario hasta que ya no hubiese un solo ciudadano que necesitase el acompañamiento del Estado.
Ese planteamiento tuvo éxito pleno en Alemania tras el desastre de la Segunda Guerra Mundial, a tal extremo que es conocido como el milagro económico alemán. ¿Por qué en Guatemala se desdeña ese modelo que concilia economía de mercado con justicia social? ¿Por qué ningún partido la reivindica de cara a los extremismos ultraliberales que tanto daño socioambiental han causado al país? El colmo es que ni siquiera las universidades del país la incorporan como objeto de estudio, no se diga las desilustradas cámaras empresariales guatemaltecas inmersas aún en el Medioevo y para quienes economía social de mercado equivale a una palabra satánica. Y la sociedad civil ni por curiosidad discute el tema… Sin embargo, en el contexto geopolítico global, ¿acaso hay otra alternativa ante el capitalismo salvaje? De mucha utilidad en la actual encrucijada de Guatemala sería leer el ensayo Estructura ideológica de la economía social de mercado, cuyo autor es Eugenio M. Recio, profesor honorario de ESADE.
IV
Pero en Guatemala el gobierno demócrata cristiano solo lo fue de nombre. Su gabinete económico, o no conocía los lineamientos de la economía social de mercado, o eran acólitos del neoliberalismo en ciernes. De todas maneras, en cualquiera de ambos escenarios, el resultado siempre hubiese sido el mismo, una total dejadez socioeconómica a contracorriente del interés general de los guatemaltecos, que ha desestructurado a la sociedad más de la normal histórica y dislocado al ambiente sin miramientos bioéticos.
Es increíble, pero la Internacional Demócrata Cristiana (IDC) y la Internacional Socialista (IS) estaban seriamente preocupadas por el destino de Guatemala. Comprendían que el contexto del conflicto armado interno era adverso para la democratización del país. De esa cuenta, a comienzos del proceso electoral en 1985 vino a Guatemala Carlos Andrés Pérez, al frente de una delegación de cinco prominentes socialdemócratas. Su propuesta fue muy concreta: establecer una alianza electoral entre la DCG y el Partido Socialista Democrático (PSD), con la finalidad de forjar un gobierno apoyado por ambas internacionales. Lamentablemente tal alianza no se pudo concretar, especialmente por la miopía del PSD, de lo cual doy fe, pues yo era en ese entonces un imberbe miembro del mismo, en cuyo seno se creía ilusamente que el próximo gobierno sería socialdemócrata. Craso error, pues no hay mayor falencia que creer que se tiene asegurado el futuro cuando ni siquiera se tiene asegurado el presente.
V
Tuve el privilegio de conocer y conversar en varias oportunidades con el general Alejandro Gramajo Morales, ministro de la Defensa del gobierno demócrata-cristiano, el último hombre fuerte como no volvió a tener gobierno alguno, y gran conocedor del pensamiento estratégico del general Carl von Clausewitz, y como tal, sabedor de que la política era la continuación de la guerra por otros medios incruentos cuando esta última se agotaba. He ahí la complejidad de la política, pues el costo de su fracaso es el retorno a la «guerra cruenta», aunque ahora también bajo la amenaza de la «blanda guerra virtual«, que no mata físicamente, pero sí moralmente. La intermediación del doctor Héctor Rosada Granados me permitió conocerlo y acceder al pensamiento y motivaciones del que considero tal vez el último militar de gran cultura que ha habido en Guatemala. Pese a las debilidades del gobierno, el general Gramajo me confió que harían falta tres gobiernos demócrata-cristianos para sentar las bases de la democracia en Guatemala, siempre y cuando se hicieran acompañar por colegas militares suyos comprometidos con la democracia real del país. Él lo deseaba y creo que lo propuso, pero no lo consiguió… Como esa hipótesis no se cumplió, siempre quedará la duda. Empero, a la vista de los colegas contrarios al general Gramajo que arribaron al poder desde 1990 en adelante, o sea, con ninguna otra motivación que no fuera el botín de guerra, hace pensar que él tenía razón, por lo que aun la sociedad civil sigue a la espera de que emerja una institución militar neutral y proba, garante apolítica del proceso demoliberal auténtico. Danilo Barillas, siendo secretario general de la DCG en 1974, dejó un desafío a las fuerzas armadas que aun está vigente.
VI
Cuando yo regresaba en 1992 de mi exilio en Canadá y México, fui portador del libro La batalla por Guatemala, cuya autora Susan Jonas me solicitó entregara sendos ejemplares a la comandancia de la URNG y al secretario de la Democracia Cristiana, Alfonso Cabrera. En lo concreto, después de un enjundioso análisis de la realidad política de Guatemala, en uno de los capítulos de la obra, Jonas proponía en ese entonces una estrategia tantas veces platicada, pero nunca concretada, o sea, la necesidad de conformar una gran alianza política, social y programática desde el centro derecha hasta la izquierda, como única salida para viabilizar la gran transformación urgente de las estructuras semicoloniales del país, dado que el gran cambio implica la instauración de un hegemonía política de corte gramsciano que sustituya al anciano régimen de dominación oligárquico donde se incuban los grandes males del país. Jonas consideraba que, en ese momento, los rieles de la democracia cristiana aún estaban intactos, por lo que era la vía ideal para montar la gran plataforma política indicada.
En una reunión apadrinada por la embajada de España en San Salvador, El Salvador, Alfonso Cabrera, en nombre de la DCG, pero acompañado por Rodolfo Paiz Andrade, Lizardo Sosa, Alfonso Portillo y yo, propuso a los comandantes de la URNG, Pablo Monsanto y Gaspar Ilom, la idea de una alianza en tales términos, pero la URNG no aceptó, probablemente por prejuicio, pues la praxis de la DCG se había relajado hasta niveles extremos, aunque honestamente siempre he pensado que ese fue un acto fallido más por culpa del infantilismo político que corroe por igual a las izquierdas como a las derechas guatemaltecas. Obviamente, ahí se perdió la última gran oportunidad de los últimos treinta años, y difícilmente en el corto plazo volverá a haber otra oportunidad dadas las precarias condiciones de la política nacional actual.
VII
Traer a la memoria los pocos hechos narrados, consciente de que hay más, por supuesto, es suficiente para dimensionar la complejidad de la crisis nacional. No dimensionarla es la fuente de los repetidos errores políticos que se han cometido en las últimas tres décadas. Cómo comúnmente se estila decir, no pueden obtenerse resultados diferentes haciendo siempre lo mismo. Especialmente importante es tener en cuenta que Guatemala es ya una olla con demasiada presión. La vida diaria de la mayoría de guatemaltecos transita día a día sobre la superficie del bien, animados por lo sim-bólico, o sea, por lo que une y construye, pero lamentablemente acechada permanentemente por el subsuelo del mal, o sea, por una minoría animada por lo dia-bólico, lo que desune y destruye, lo cual hace que todos vivamos al filo de la navaja.
En ese sentido, seguir buscando resultados inmediatos sin ton ni son como el único norte de la política es una torpeza. De esa cuenta, la corrupción, la impunidad y la criminalidad son problemas que hay que enfrentar y contener hasta donde sea humanamente posible, pero en el entendido de que no son el problema principal, sino las consecuencias de la alienación a la que hemos sido conducidos por el sistema semicolonial, oligárquico, oligopólico y excluyente imperante, dado que el sálvese el que pueda ha convertido lo anormal en la forma normal de vivir. ¡A medida que se vaya superando el anciano régimen, en esa medida lo bueno irá sustituyendo a lo malo! Por ello, transparentar el quehacer político es una tarea urgente a través de una ley electoral y de partidos políticos libertada del poder del capital y de la férula mafiosa.
De lo que sigue que es necesario afrontar ciertas tareas sin las cuales es imposible sentar las bases para una democracia real en Guatemala, entre las cuales amerita mencionar las siguientes:
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Es necesario plantearse seriamente el papel de las fuerzas armadas. Por el propio bien de la institución castrense y por el devenir de la democracia política, económica, social, cultural y ambiental del país, es necesario rescatarla de la oscuridad en que se encuentra encallada. Ello implica no solo su depuración, sino conformarla con un nuevo canon de valores humanitarios que inspire en los oficiales una visión integral de la problemática histórica guatemalteca y del papel de los ejércitos modernos. Además, la oficialidad debe ser orientada hacia el uso de la inteligencia en función del bien común, lo cual comienza por garantizar a todos y cada uno de sus miembros no solo la más alta capacitación ad hoc, sino la dignificación social y pecuniaria a la altura de la alta responsabilidad que la Constitución Política de la República le asigna y que el pueblo ansía.
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Es necesario plantearse seriamente el papel de las fuerzas de seguridad civil. Por el propio bien de la institución policíaca y por una urgente percepción de seguridad ciudadana para vivir sin miedo y no ser aplastado por las irracionalidades humanas, es urgente rescatar a la Policía Nacional Civil de las cloacas a las cuales ha sido arrastrada por la sociedad y el Estado de la «irresponsabilidad sistémica» en que se ha convertido Guatemala. Ello implica no solo su depuración, sino conformar un canon que inspire en el cuerpo policial un sentido de servicio cívico de primera necesidad, pues su labor es procurar que el equilibrio entre el bien y el mal no se desborde a favor del mal, lo cual exige, a la par de una capacitación ad hoc, la dignificación social y pecuniaria a la altura de la alta responsabilidad que de ellos espera la ciudadanía, lo cual será un imposible mientras el policía y su familia convivan pared con pared en el mismo barrio donde vive el delincuente y su familia.
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Es necesario plantearse seriamente el papel de la economía en el devenir de la sociedad. Hay que procurar respuestas prácticas a problemas concretos, lo cual es necesario para unir lo que podría parecer contradictorio, como sería la coordinación de una economía eficiente basada en el mercado, que impulse la libertad individual y la responsabilidad social a través de la política. Hay que abrir la mente a otras formas de multiplicación del capital que no sea la burda explotación extractivista de los recursos naturales o del aprovechamiento de la mano de obra barata como una eterna ventaja comparativa que no se plantea la óptima reproducción de la sociedad guatemalteca, lo cual implica el desafío del desarrollo humano integral y transgeneracional. Ello supone superar el dualismo del anciano régimen, donde rige una sociedad jerarquizada entre ricos y pobres, por ende, sin cohesión social, dado que, en un lado, está el señor o el patrón que lo posee todo, y, por el otro, está el siervo o el servidor que tiene poco y se somete. Para el efecto, la economía social de mercado es una alternativa irrebatible e incompatible con los monopolios, fuera de que demanda consensuar seria y responsablemente la tasa última de ganancia, puesto que tan legítima como la renta de la tierra o la ganancia del capital, el salario y el bienestar del trabajador es la condición sine qua non para la prosperidad sostenible del país y para la paz social. De lo que sigue que la política económica y la política social deben estar unidas dialécticamente de un modo inseparable.
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Es necesario plantearse seriamente el papel de la educación en el devenir de la nación guatemalteca. Ya Adam Smith sentenciaba que la educación es el mayor de los bienes públicos. Por ende, ha de educarse a la población sin distingo alguno, promoviendo la formación técnica y humanista, garantizando de esa manera no solo el bienestar personal ciudadano, sino el bienestar social a largo plazo, pues a todo ciudadano ha de forjársele de tal manera que ahí donde se desempeñe lo haga con las mejores calidades, especialmente cuando de quehaceres políticos se trate, campo al cual han de arribar los mejores.
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Es necesario plantearse seriamente el papel de la salud ciudadana, tanto la física como la mental. Una sociedad de seres humanos desnutridos, desamparados y sin la atención primaria de salud es una sociedad de seres humanos descalificados para el desempeño pleno de su humanidad. De no afrontarse tal desafío, Guatemala será cualquier cosa, menos un país de pleno derecho, sino una paria en el concierto de las naciones.
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Es necesario plantearse seriamente la reconstrucción institucional del Estado y de los servicios públicos, asumiéndose con responsabilidad la importancia de la separación real de los poderes del Estado, así como la emisión de una moderna normativa para el servicio civil en todos los niveles del Estado, mientras se reconstruye funcionalmente el trascendente papel de los consejos de desarrollo con la finalidad de que por fin se desconcentre, se descentralice y se democratice el quehacer público y se libre de los intereses creados. Es hora ya de que en este tórrido país se aprehenda que la idea de los contrapesos institucionales propuestos por Montesquieu es la más lúcida de las invenciones políticas de todos los tiempos, pues es la mejor respuesta para contener y regular las debilidades humanas, haciendo privar las dimensiones de luz y sapiencia sobre las dimensiones de sombra y demencia. Ya lo decía Freud: ¡el mal es inevitable! Ya lo decía Jung: ¡Solo una persona inmensamente ingenua o inconsciente puede creer que el pecado de pensamiento, palabra, obra u omisión es evitable!
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Es necesario poner la atención debida a los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS). Al analizarlos, pareciera que fueron dictados especialmente para curar los males de Guatemala. No hay uno solo de tales objetivos que no aplique al caso Guatemala. Tales ODS constituyen no solo la última oportunidad de sobrevivencia humana, sino el programa de gobierno ad hoc que la comunidad de naciones regala a Guatemala para humanizar todo lo natural que no podemos dejar de ser y para naturalizar todo lo humano que podemos llegar a ser, pues como reza el primero de sus principios, ¡no hay que olvidarse de nadie!
Luis Zurita Tablada

Guatemalteco (1950), químico, político, escritor. Ha desempeñado cargos en el ejecutivo en áreas ambientales, candidato a la vicepresidencia de Guatemala, docente universitario, director del Instituto Guatemalteco de Estudios Sociales y Políticos, autor de varios libros, notas periodísticas e ideólogo de la socialdemocracia en Guatemala. Es miembro del Centro Pen Guatemala.
Un Commentario
DE LO MEJOR QUE HE LEÍDO HASTA HOY EN GAZETA, Y CABALMENTE LAS CONSECUENCIAS QUE VIVIMOS HOY, APARTE DE NUESTRA IDIOSINCRASIA ES PRODUCTO DEL DESGOBIERNO DE LA DCG. NO ESTÁ AÚN EL PAÍS PREPARADO PARA DARLE LA BIENVENIDA A UN SISTEMA DEMOCRÁTICO SEGÚN MI APRECIACIÓN. FELICITACIONES PARA EL EXPOSITOR.
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