La capital del miedo

-Jaime Barrios Carrillo / SIGNOS

No es novedad que de la falta de viviendas y trabajo surjan las áreas marginales y los llamados palomares. El creciente deterioro de la capital es notable, aunque ciertos polos de gran inversión muestren lo contrario. Pero son islas de progreso urbano en medio de mares de pobreza. Son diarias pesadillas para los 3 millones de habitantes de una ciudad que no cuenta con suficiente oferta comercial, cultural ni laboral para todos sus habitantes. La violencia, la suciedad y los transportes deficientes lesionan la vida urbana. Se afecta también la recepción turística.

Algunos avances puramente cosméticos se han concretado durante las administraciones de Arzú, como la recuperación del Paseo de La Sexta. Pero dista de la obra urbana profundamente social y de visión futurista de Manuel Colom Argueta, durante su gestión como alcalde de la Ciudad de Guatemala entre 1970-1974. Una obra en especial acrecentó la popularidad de Colom Argueta entre los estratos populares capitalinos: los drenajes para aguas negras que afectaban muchas áreas marginales y el trabajo preventivo en los barrancos poblados para impedir derrumbes.

Durante su administración se ejecutó la obra más impresionante de urbanización de colonias y barrios populares, muchos de los cuales durante años habían esperado una capa de asfalto o la instalación de una tubería para obtener agua potable. Colonias como La Florida, La Verbena, la mayor parte de las zonas 5, 6 y 7 vieron por fin llegar atisbos de progreso.

No puede endilgarse a Arzú, solamente, el atraso social de la capital, pues la degeneración urbana de la Ciudad de Guatemala corresponde a un período de varias décadas de migraciones rurales por razones económicas y la proliferación de la pobreza por causas del sistema imperante de concentración de la riqueza y monopolios.

La Ciudad de Guatemala es hoy una especie de urbe carcelaria; sin lugares públicos, disminuidos por razones de seguridad, lo que ha producido un estilo de “feudalismo urbano” excluyente y una vida cultural y artística raquítica y elitista. La criminalidad en la vida callejera produce el candado social. Talanqueras, casas con alarmas, guardianes armados y hasta cercas eléctricas. La ciudad penitenciaria. El candado social exige además la exclusión de las personas que no pertenecen a la zona, al barrio, al condominio o a la misma clase social. Los espacios abiertos han sido sustituidos por los malls, construidos a imitación del primer mundo, pero con una enorme falta de ofertas culturales en los mismos (librerías, teatros, galerías, bibliotecas).

En la capital el transporte público había tenido la paradoja de ser privado. Subsiste con subvenciones que permiten grandes ganancias privadas. Un servicio deficiente, con unidades en mal estado, personal poco calificado y falta de cobertura. No existe todavía un sistema más global, como un metro o tranvía. El transmetro vino a romper ese monopolio de alguna manera y a brindar un servicio eficiente y seguro, aunque es parcial. El parque automovilístico hace mucho superó la capacidad vial de la ciudad. La ineficiencia y carencia del servicio de transporte colectivo es la causa principal.

El agua resulta otro problema: escasez e impotabilidad. El negocio de vender agua potable muestra una carencia de calidad en el servicio. La ciudad se hará cada vez más sedienta y el acceso al agua más desesperado.

No son cambios cosméticos los que urgen; ninguna cirugía plástica sirve para remozar el rostro del monstruo. Se requiere de una metamorfosis total que implique el cambio de estructuras en todo el país.

Jaime Barrios Carrillo

Columnista, escritor, investigador, periodista nacido en 1954 y residente en Suecia desde 1981, donde trabajó como coordinador de proyectos de Forum Syd y consultor de varias municipalidades. Excatedrático de la Universidad de San Carlos, licenciado en Filosofía y en Antropología de las universidades de Costa Rica y Estocolmo.

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