Trudy Mercadal | Política y sociedad / TRES PIES AL GATO
Walter Benjamin (pronunciado «Binyamin») era un tipo peculiar, un filósofo, ensayista y crítico cultural, cuyos escritos siguen siendo bastante innovadores. Hay quienes, entre quienes le leen fielmente, se pasan la vida entera dilucidando los mensajes crípticos de sus obras más difíciles, mientras otras personas se deleitan con la óptica, aún «engasante» después de tanto tiempo, de ensayos como El arte en la era de la reproductibilidad técnica y su serie recopilada bajo el título The Storyteller (El narrador o El cuentacuentos).
En resumen –un resumen malo pues sus ensayos son sobre mucho más–, lo que nos dice en el primer ensayo, es que el «aura» sagrada de una obra de arte es devaluada por su reproducción mecánica, lo cual es paradójico, pues la reproducción mecánica lleva el arte a las manos de toda la población. Piénsese, por ejemplo, en la diferencia de ver a la Mona Lisa solamente en el Louvre y la de poderla adquirir en cualquier afiche por poco dinero. El mensaje de El cuentacuentos, por otro lado, es que la información no pasa del momento en que fue novedad. El cuento es diferente a la información, pues sobrevive a través del tiempo; condensa sabiduría que se puede expender a lo largo de las eras, una y otra vez. Por ende, el cuento es más poderoso que una nota informativa. De hecho, en alguna revista acabo de leer que los cuentos más populares hoy día tienen entre 2 000 a 5 000 años de existencia. Siendo que la información se mueve cada día más rápido y es menos contemplada, es poca la sabiduría que esta puede impartir al final del día.
Benjamin escribió otro ensayo titulado «Desempacando mi biblioteca. Una charla sobre coleccionar», publicado en su famoso compendio Iluminaciones. Mucho se ha escrito sobre este ensayo. Existe incluso un poema medio-conocido y muy lindo que se titula La biblioteca de Walter Benjamin, de Michael Murphy. Cuando Benjamin escribe este ensayo, su vida estaba en transición. Se había separado de su esposa, vivía solo y sus libros llevaban ya un buen tiempo empacados aún. Al fin, Benjamin, bibliófilo apasionado y coleccionista obsesivo, comienza a desempacar su biblioteca:
Estoy desempacando mi biblioteca. Sí, lo estoy. Los libros no están aún en los estantes, no han sido aún tocados por el manso tedio del orden. No puedo marchar de ida y vuelta frente a sus filas para revisarlos frente a una audiencia amigable. No deben ustedes temer nada de eso. En vez, debo pedirles que me acompañen en el desorden de embalajes abiertos…
Los libros fueron, junto con las obras de arte que logró adquirir en su corta vida, sus posesiones más preciadas; esto sale a relucir cuando comienza a desempacar los (aproximadamente) 2 000 libros que tenía embalados. En el ensayo, Benjamin procede a hablar del sentimiento de anticipación del coleccionista genuino y propone examinar la relación del coleccionista de libros con el objeto de su pasión.
Como sabe bien toda persona amante de libros, no es posible solo desempacarlos y colocarlos en sus estantes sin detenerse periódicamente a examinar cada uno. Ante esta tarea, a Benjamin le pasa como a Proust cuando le da una mordida a la magdalena: le abruma una avalancha de recuerdos frescos. Toda pasión existe al límite del caos, nos dice, pero la pasión del colector bordea el caos de los recuerdos, de la oportunidad, del destino, pues ¿qué es este «coleccionismo» de libros sino una especie de desorden mental, el cual hemos acomodado tan bien que hacemos parecer una especie de orden? Pues como explica Benjamin, hay áreas de la vida –o de la psiquis– en las que cualquier acto o intento de imponer orden es en realidad el acto de balancear una situación de extrema precariedad.
Los amigos más cercanos de Benjamin, Theodor Adorno y Gershom Scholem, decían que en la vida de este hombre solitario y poco sociable, los libros y su existencia estaban intrínsicamente entrelazados y mantenía con estos una relación más real que con la gente. De hecho, Benjamin dice en su ensayo «mi biblioteca explica quién soy». La persona que colecciona libros u obras de arte tiene una relación intensa con esos objetos que no tienen, técnicamente hablando, una función utilitaria o funcional. Esa persona ama los objetos de colección de una manera casi mística, como el escenario de su destino, el proveedor de emociones, más que nada, la emoción de la posesión. Coleccionar libros no tiene que ver con dinero, pues las personas bibliófilas sienten la misma emoción al adquirir libros baratos en las librerías de viejo.
Para el coleccionista verdadero, «el coleccionista como debe de ser», según Benjamin, el acto de adueñarse y de poseer es la relación más íntima que puede tener con dichos objetos. No es que los objetos cobren vida en las manos del coleccionista –en este caso el bibliófilo– es el (o la) coleccionista quien cobra vida a través de sus libros.
Imagen tomada de Red española de Filosofía.
Trudy Mercadal

Investigadora, traductora, escritora y catedrática. Padezco de una curiosidad insaciable. Tras una larga trayectoria de estudios y enseñanza en el extranjero, hice nido en Guatemala. Me gusta la solitud y mi vocación real es leer, los quesos y mi huerta urbana.
Correo: info@trudymercadal.com
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