Francisco Cabrera Romero | Política y sociedad / CASETA DE VIGÍA
En el ADN de las iglesias hay un gen invasivo. Hay casos en lo que la alfabetización, en vez de constituirse en una herramienta de liberación del pensamiento, se convierte en otra forma de dominación.
A lo largo de la historia, las iglesias encontraron, a veces con más lentitud, que la alfabetización podría ser una efectiva herramienta para evangelizar. Y así la han utilizado por siglos.
Desde luego que generalizar es errado, tanto como sería desconocer la tendencia dominante en la acción colectiva de las diferentes iglesias, en relación con el uso de la alfabetización.
Como casi cualquier otro ente, en la medida que las iglesias realizan programas de alfabetización de personas jóvenes y adultas, trasladan su ideología. Lo que desde una visión crítica constituye una suerte de contradicción.
La educación, en general, y la alfabetización, en particular, deberían representar una práctica hacia la libertad. No otra forma de educación bancaria o de imposición de límites al pensamiento.
El acto de alfabetizarse es propicio para leer la vida desde una perspectiva nueva. Una oportunidad para ampliar el conocimiento sobre el mundo y la diversidad que lo caracteriza. En cambio, no hay gran mérito cuando se alfabetiza para trasladar un esquema mental e instalarlo como pensamiento único.
Hasta el día de hoy, las iglesias son uno de los grandes alfabetizadores. Es justo decir que una de las principales motivaciones de las personas adultas para aprender a leer, es la Biblia.
Aproximarse por sí solos a las lecturas que las iglesias proponen, es ciertamente un asunto confirmado por personas en proceso de alfabetización. Esto no deja de ser una forma de aprovechamiento de quienes llevan primero la fe y luego el alfabeto. En tal caso, enseñar a leer se convierte en una forma de cerrar el círculo, en vez de abrir las opciones que la alfabetización está llamada a ofrecer.
Este esquema de alfabetización no logra (ni pretende) romper la verticalidad de quien «enseña» frente a quien «aprende». No hace justicia a los abundantes conocimientos de las personas que se alfabetizan, los minimiza como forma para ejercer un dominio moral que no admite cuestionamiento.
Es la misma imagen del encomendero-fray Bartolomé de las Casas, «salvando las almas» de quienes no reconocían «la fe verdadera».
Hay en esto una división que proviene del sexismo aprendido a través de la cultura. El interés de leer la Biblia es más frecuente en las mujeres que en los hombres. O al menos, es más reconocido por las mujeres. Lo que también refuerza un convencionalismo que proviene del «deber ser» dominante, en el que las mujeres solo pueden aprender para cumplir mejor su rol de esposas y madres, no para avanzar hacia nuevos escenarios.
Siguiendo el estilo de los religiosos que acompañaron a los conquistadores españoles, las iglesias han encontrado que aprender las culturas y los idiomas es una forma efectiva para cristianizar. Así es como el Abya Yala se convirtió en América.
Este fenómeno no es exclusivo de nuestras regiones y realidades. Otras regiones han pasado de forma más o menos parecida por estos largos trayectos.
Leer por motivos religiosos se reconoce como el gran motor de la alfabetización europea. Pero la Iglesia católica no siempre confió en compartir el conocimiento del alfabeto. Por mucho tiempo prefirió mantener el monopolio de la lectoescritura y solo entregar la interpretación digerida.
El despliegue de la alfabetización en Europa es una clara muestra sobre cómo los países católicos avanzaron mucho más lentamente en la expansión de la cultura letrada.
González Fonseca señala:
Hacia 1680 el espacio mediterráneo de la vieja cristiandad —España, Portugal, Italia—, a partir del cual había ido forjándose Europa, empezaba a quedarse casi totalmente marginado por la nueva Europa de las Luces. El contraste Norte-Sur, claro en Francia, es cada vez más notable a lo largo del siglo XVIII. Europa se escinde en dos: al Norte, la Europa científica, ilustrada: norte de Francia, Inglaterra y Gales, centro y sur de Escocia, parte de Irlanda, los Países Bajos, parte de Alemania, Suiza, parte de Austria, la Italia del Po y Venecia. Esta es la Europa que lee, la de las Luces: 33 millones de hombres en 1680, 55 millones hacia 1800, con un índice de crecimiento superior al de la Europa mediterránea. Y al Sur, los países católicos, mucho menos alfabetizados, mucho más resistentes a los cambios y a la Ilustración [1].
El mismo autor, citando a Carlo Cipolla, señala que hacia 1850, los países protestantes del norte de Europa tenían niveles de analfabetismo por debajo del 30 %. Mientras que los países católicos, en el sur, tenían niveles por arriba del 50 %.
El caso de España, especialmente relevante para la mayor parte de América Latina y el Caribe, es muy particular a este respecto. Se cree que en el siglo XVI sus niveles de alfabetización eran incluso superiores a los países del norte. Pero luego descendieron drásticamente, de manera que llegaron muy por debajo del resto del continente.
Por qué las naciones protestantes avanzaron más rápidamente que las católicas, es motivo de amplios estudios y discusiones. Pero se considera que los factores para esto habrían sido principalmente la Reforma Protestante, el desarrollo comercial, el crecimiento de la burocracia estatal y la modernización de los ejércitos [2].
A mediados del siglo XIX, el analfabetismo entre las mujeres españolas alcanzaba a 87 de cada 100. De forma que la mayor parte del período colonial, nuestra región estuvo sometida por una España rezagada ante el resto de Europa. Situación que compartía con Portugal. Ambas naciones colocadas en el centro de las bases del catolicismo.
Volviendo a lo nuestro. El paisaje religioso de Guatemala fue cambiando en la segunda mitad del siglo XX y especialmente en el marco del conflicto armado interno (1960-1996), donde se reporta la introducción intencionada de sectas protestantes como parte de las estrategias contrainsurgentes, particularmente después de 1976.
Esto hizo perder terreno al catolicismo, situación que se ha venido acrecentando hasta nuestros días. El sitio protestantedigital.com indica que hay al menos 40 mil templos evangélicos en Guatemala.
Y no es solo una cuestión de denominaciones y afiliaciones. Entre las iniciativas católicas es más común encontrar esfuerzos inspirados por un sentido solidario y transformador de la exclusión y discriminación que comúnmente acompaña a la población que se alfabetiza en edad adulta.
Por el contrario, entre las iniciativas protestantes, las motivaciones suelen ser la captación de grupos que pasan a ser cautivos de una iglesia específica y en las que el dominio de la lectoescritura tiene una menor trascendencia como cambio de vida y mayor como instrumento de afianzamiento de la fe.
Claramente se puede advertir una diferencia entre el protestantismo del norte de Europa y el que se desarrolla y crece en Latinoamérica y el Caribe. Es decir, no estamos hablando del mismo protestantismo que explicaría parte del desarrollo económico y social de aquellos países.
Las iglesias en general han sido activas en procesos de alfabetización, ya sea que los realicen directamente o que las encarguen a entidades amigas.
Se trata de un fenómeno en el que, al final de cuentas, hay que preguntarse si la alfabetización resultó más beneficiosa para las personas que aprendieron a leer y escribir, o lo fue más para quienes las persuadieron y efectivamente las alfabetizaron.
Imagen principal tomada de Solo sé que no sé nada.
[1] J. González Fonseca. 2011. Solo sé que no sé nada. La alfabetización a través de la historia.
[2] Ibídem.
Francisco Cabrera Romero

Educador y consultor. Comprometido con la educación como práctica de la libertad, los derechos humanos y los procesos transformadores. Aprendiente constante de las ideas de Paulo Freire y de la educación crítica. Me entusiasman Nietszche y Marx. No por perfectos, sino por provocadores de ideas.
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