Vinicio Barrientos Carles | Política y sociedad / PARADOXA
Si la justicia existe, tiene que ser para todos; nadie puede quedar excluido, de lo contrario ya no sería justicia.
Paul Auster
El término justicia proviene del latín iustitĭa, que, a su vez de deriva de ius –derecho– que significa en su acepción originaria, «lo justo, o lo que se ajusta». Esta anotación viene muy al caso de lo que acontece en Guatemala. De repente, pero no decir de manera fortuita, sino todo lo contrario, por la fuerza de los hechos y en la medida que la historia reciente lo ha venido impulsando, el concepto de justicia ha empezado a ser el centro del debate en las confrontaciones sociales, ideológicas y políticas. De repente, un sector poderoso de la población ha incluido en su discurso temáticas que, sin ser exclusivas de la actualidad, han empezado a llamar poderosamente su atención, la de los medios y su audiencia. Me estoy refiriendo a temas como la prisión preventiva, la presunción de inocencia o perspectivas críticas como la llamada justicia selectiva.
Sin embargo, lo que llama poderosamente la atención es que estos aspectos han cobrado relevancia y suma importancia cuando los afectados en el proceder del sistema de justicia son los llamados detenidos de cuello blanco. El crimen de cuello blanco es un término acuñado a inicios del siglo pasado por el criminólogo estadounidense Edwin H. Sutherland (1883-1950), según quien este tipo de delito es el crimen cometido por una persona que goza de respetabilidad y de un estatus social alto, en función de su ocupación o rol en la sociedad. Así, después de los cruces de referencias y de las observaciones respectivas, bajo estas luces, podemos comprender que los problemas prácticos suscitados en el sistema de justicia guatemalteco no solo tienen que ver con la logística, la algoritmia o los recursos del sistema, sino con el mismo concepto de justicia que ha imperado por siglos en nuestro país.
Como se menciona en el párrafo inicial, la justicia atañe a lo justo, a lo que se ajusta, pero este ajuste corresponde, de forma general, a una distribución pertinente de los costos y los beneficios de la acción humana, entre los distintos miembros de una comunidad, conforme ciertos criterios rectores o según una escala de criterios específicos. De esta guisa, la noción de justicia podrá tener varias acepciones, según sean los criterios bajo los que opera. Esta diversidad de posibilidades propugnan por una seria discusión del concepto de justicia que se asume, aunque por lo general existe un acuerdo que se corresponde con los criterios de la dignidad humana y del bien común, los cuales, a su vez, descansan en el principio de equidad, como punto de partida o valor no negociable. En todo caso, la ley será el mecanismo fáctico por medio del cual la justicia se haga presente en la práctica cotidiana, y el Estado de derecho, la institución a través de la cual el ciudadano pueda gozar de la justicia.
Debemos aterrizar en los acontecimientos que nos devoran en disputas que como marea sistemática van y vienen, pareciendo perpetuarse en un torbellino sin fin. No debemos distraernos ni engañarnos. La cruda polarización que vivimos no es una disputa personal entre el presidente James y la figura directiva de la Cicig, el comisionado Iván Velásquez. En contra de las apariencias, la confrontación no es personal, no. El enfrentamiento que estamos viviendo es entre los dueños de la finca que han perdido el control sobre los criados, que en medio de una vorágine de vientos de cambios y actualización al modo de ser del siglo XXI, demandan nuevos horizontes. En el fondo del problema, se confrontan dos visiones sobre la justicia, una conservadora, al modo del siglo XIX, y otra más acorde al presente, con los toques necesarios de regionalización y permisividad por parte de quienes ostentan el poder. Lo que se está discutiendo en el fondo son los principios bajo los cuales el concepto de justicia, y el sistema judicial, operará en el país. Y aunque usted no lo crea, Guatemala es única, en su conservadurismo y sus tradiciones, lo que se hace patente en la increíble insistencia con la que el presidente James se ha expresado en el concierto de la Naciones Unidas. Por el otro lado, aunque alguno no lo quiera aceptar, las necesidades fundamentales del pueblo guatemalteco han llegado a su límite, y el funcionamiento efectivo y eficaz de los tres poderes del Estado no puede hacerse esperar, pues el pueblo lo demanda con creces.
La discusión está servida. Muchos de los hechos que se suscitan serán únicamente comprensibles bajo la luz de esta pugna subyacente, en vista de que los viejos paradigmas que impulsaron la Guerra Fría son insuficientes y se encuentran totalmente fuera de contexto. Por ello, ese discurso de izquierdas y derechas es fatuo y banal. Por millares, los títeres que en las redes sociales proliferan eslógans y consignas de letra muerta. Pero el trasfondo es otro. El tema es la justicia y bajo qué principios deberá reconstruirse.
Resulta innegable como el discurso sostenido, aunque insostenible, del señor presidente, apunta a un tácito sujeto referido a él mismo: «[el presidente] no está obligado a acatar…», lo cual responde al móvil de las fuerzas obscuras, cada vez más expuestas, que lo impulsan y lo llevan a un acantilado sin retorno. Lo que estamos presenciando es una lucha del pueblo por un lugar en la mesa de las decisiones, una mesa que, con reglas claras, posibilite la aplicación de los principios del bien común, de manera que lo descrito en nuestra Carta Magna pueda convertirse en realidad viable y factible. Únicamente con la superación de las murallas que protegen a un sistema de justicia obsoleto e intrínsecamente desigual podrá verse la luz al final del túnel. Es posible, y viendo con ojos de optimismo las recientes décadas, podemos afirmar que estamos avanzando y que la lucha por la justicia va por buen camino.
Como pueblo, debemos formarnos, debemos reconstruirnos, debemos asumirnos como los únicos responsables del ejercicio de nuestra inviolable soberanía. Muchas palabras que se escriben, muchas palabras que se gritan, la conciencia no demora. Estamos caminando, y no debemos desmayar. Guatemala está de pie y más temprano que tarde veremos más y mejores aciertos. La justicia como ideal y la justicia como práctica no pueden esperar más. Nosotros somos los únicos responsables de estos procesos y lo que la justicia llegue a representar en nuestra sociedad.
Fotografía principal tomada de CBGEC.
Vinicio Barrientos Carles

Guatemalteco de corazón, científico de profesión, humanista de vocación, navegante multirrumbos… viajero del espacio interior. Apasionado por los problemas de la educación y los retos que la juventud del siglo XXI deberá confrontar. Defensor inalienable de la paz y del desarrollo de los Pueblos. Amante de la Matemática.
0 Commentarios
Dejar un comentario