Justicia de hombres

Vinicio Barrientos Carles | Política y sociedad / PARADOXA

Cuando el lago esté limpio, los invitaré a comer una mojarrita… en octubre, calculo, que los voy a invitar
Ingrid Roxana Baldetti Elías

El muy sonado resultado sobre el veredicto del caso judicial denominado Agua mágica nos hace pensar. Pero esta reflexión variará conforme el grupo etario al que se pertenezca. Tanto a unos como a otros, el dictamen condenatorio para los trece acusados por el Ministerio Público provocará alguna repercusión. Quizá para los mayores el impacto sea esperanzador, que no todo en Guatemala está perdido, que el sufrimiento que por décadas hemos sabido sobrellevar tiene sentido, que hay esperanza para nuestros nietos, porque verán y gozarán de un mejor país.

La terna de jueces presidida por el juzgador Pablo Xitumul deliberó durante muchas horas, encontrando a la mayoría de los acusados culpables de los delitos de asociación ilícita, fraude, tráfico de influencias y cohecho pasivo, en distintos grados, y por ello fueron sentenciados a diferentes tiempos de prisión. Tres de los acusados resultaron absueltos del delito de cohecho pasivo, aunque se ordenó para los mismos una investigación por posible delito de lavado de dinero. Por otro lado, la penalización sobre los otros diez condenados sumó un poco más de 115 años de prisión, siendo únicamente conmutables en pago de fianza dos años sobre este monto total.

La pena más alta impuesta fue para la ex vicemandataria Roxana Baldetti Elías, a quien se le conocía como la Gran Jefa o la Mera Mera, condenándosele a 8 años de prisión por el delito de asociación ilícita, 5 años por fraude y 2½ años por el delito de tráfico de influencias, lo que suma un total de 15 años y medio de prisión inconmutable. Al momento de dictarse la sentencia, la líder de la estructura criminal llevaba 3 años, con 6 meses y 12 días de arresto en prisión, por lo que estarán pendientes de pena únicamente ocho años aproximadamente. La siguiente condena, en orden descendente de magnitud, correspondió a Mario Baldetti E., hermano de Roxana, a quien se le asignó una pena de 13 años de prisión, dos de ellos conmutables a razón de Q 100 por día, es decir, canjeables por una fianza total de Q 73 000 pagaderos al Estado de Guatemala.

Fotografía tomada de Ámbito juridico.

El juicio correspondiente al caso Agua mágica es uno de los primeros que han concluido, desde las protestas y el movimiento ciudadano del 2015, y en este sentido tiene mucho de emblemático y de icónico. El mensaje es claro: la justicia existe y sin importar el rango o la calidad de un delincuente, este puede ser llevado a los tribunales y ser efectivamente condenado, sin importar cuánta influencia o poder sociopolítico se pueda tener. Este resultado es efectivamente esperanzador para la mayoría de los guatemaltecos, que desde generaciones previas no habíamos podido gozar de una justicia imparcial que el poder o el dinero no pudieran comprar.

En muchos círculos se podía escuchar que la justicia era de Dios, y de nadie más. Sin embargo, esta alusión a una justicia en el más allá es tan solo la manifestación más cruda y más burda que la justicia en el más acá no es posible. Sin embargo, este tipo de expresiones evidencian nada más la desesperanza y el desaliento, así como la completa desilusión, en la posibilidad de una sociedad basada en la igualdad de los derechos ante el Estado. De forma que, el resultado de este juicio es altamente relevante y significativo para la historia del Estado de Guatemala, que habla de algo nuevo, algo noble, algo que a muchos alegra y enorgullece, y posiblemente a otros preocupa.

Al margen de estos pocos que quisieran continuar impunes, este fallo judicial impulsa poderosos ideales a las grandes mayorías, y provee de renovadas fuerzas para continuar luchando por un Estado basado en el derecho y la justicia. Como guinda al pastel, sobresale el licenciado Xitumul, presidiendo una corte que juzga y condena bajo total apego al derecho a la licenciada Baldetti. Es decir, varios estereotipos que se desploman en un acto, ante una nueva forma de vernos a nosotros mismos, desprovistos de los prejuicios de la clase y el linaje que tanto nos han dañado.

Parece, a toda luz, que aquellas mojarras que la ex vicepresidente Baldetti ofreció, en sus tiempos de gloria y abuso, no llegarán, y no habrá magia posible que pueda revertir lo que se ha dispuesto. Esto seguramente también hará pensar a los poderosos de turno. En este sentido, llama tremendamente la atención la frecuencia con la que recientemente los acusados o detenidos invocan, de diversas formas y en más de una ocasión, una justicia superior a la que terrenalmente, como humanos, nos pretendemos sujetar, apelando a una justicia divina por encima del juzgador que el sistema le ha conferido.

Fotografías tomadas de Prensa Libre y ODHAG.

Por mi parte, veo que esta negativa a aceptar un sistema humano, muy humano, en el cual las acciones que perjudican a los congéneres tengan consecuencias negativas conforme a un código, nada antojadizo, escrito y firme, expresado en la ley, que es dura, pero es la ley, debe tener una razonable explicación. Apelar al Supremo, o a cualquier código superior, no tiene sentido, si aquello que ha estado mal para los seres humanos, pudiera estar bien para cualquiera con una moral superior, bajo un criterio universal de lo que significa el bien y el mal. Por otro lado, quizá convenga recordar que la razón de ser de cualquier pena o condena judicial es cabalmente para que el ajusticiado tenga la oportunidad de reflexionar, y de encontrar el equilibrio suficiente que sus acciones evidencian que perdió ante la sociedad. Y es que delinquir en esta vida resultaría muy fácil si se espera que la justicia llegue en otra. A esta actitud algunos la llamamos oportunismo proimpunidad, y es lo que reconozco en esta imploración por una justicia suprema, porque en la medida en que no se aceptan los errores que han dañado a otros, se estará postergando el pertinente y correcto balance entre las acciones y las consecuentes derivaciones, y en términos de justicia, no existe ninguna adulteración o endulzamiento posible que legitimice este proceder.

Algunos poseerán una firme creencia en la justicia divina, otros, posiblemente y por el contrario, la negarán, pero es fundamental entender que todos, unos y otros, estamos obligados a trabajar arduamente para que nuestros sistemas humanos de justicia propendan a una sociedad más equilibrada, en la que antes de actuar en cualquier dirección pensemos de forma ética que todos por igual tenemos derecho a una vida de bienestar, y que nadie tiene el privilegio de ir atropellando al otro en beneficio propio. Es decir, debemos actuar con esta justicia, de hombres, como si fuera la única con la que pudiéramos contar. Y en adenda a esto, estoy seguro que Alguien allá arriba se sentirá muy orgulloso por este nuestro proceder.


Fotografía principal tomada de CBGEC.

Vinicio Barrientos Carles

Guatemalteco de corazón, científico de profesión, humanista de vocación, navegante multirrumbos… viajero del espacio interior. Apasionado por los problemas de la educación y los retos que la juventud del siglo XXI deberá confrontar. Defensor inalienable de la paz y del desarrollo de los Pueblos. Amante de la Matemática.

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