Ju Fagundes | Para no extinguirnos / SIN SOSTÉN
La piel se refresca al recorrerla los múltiples y diminutos chorros de agua de la ducha, nos despabilan, aún si no son lo suficientemente fríos como para producirnos un golpe de sensaciones. Pero también nos estimulan y alegran, y si la compartimos con quien deseamos una proximidad sensual, resulta una experiencia más que placentera.
Aproximar nuestros cuerpos desnudos debajo del agua tibia hace que la excitación se incremente. Vernos y tocarnos hace que el deseo se multiplique, es mucho más intenso que estar escondidos entre las sábanas. El agua, al recorrernos de la cabeza a los pies, permite que compartamos humedad y frescura, haciendo que los labios humedecidos nos regalen sensaciones mucho más provocadoras que cuando nuestra piel está seca.
La ducha, en su minúscula dimensión, es el espacio óptimo para obligar a la aproximación física. Las caricias son más directas, las podemos prodigar y recibir en cualquier parte del cuerpo sin el estorbo de ropa o cama. De pie, nuestras piernas, además de apoyar el cuerpo, permiten que nos unamos de manera diferente, con más deseo y libertad. El juego de atracción se hace más intenso, diferente, activo, cuando enredamos nuestros cuerpos, manteniéndonos frente a frente, sin más separación que el agua que nos escurre.
La humedad perenne de los cuerpos es una sábana activa que lubrica y estimula, haciendo que el fuego de la pasión que nos surge desde las entrañas se multiplique en la piel, a pesar de la frescura que nos produce el agua. Si en la cama son dadas algunas formas de sumisión, de pie, bajo la ducha, nuestra iniciativa es mayor, dándonos ráfagas de placer voluntariamente procuradas. La libertad de acción, que las manos y la boca tienen, permite todos los juegos eróticos imaginados, haciendo que agua y espuma de jabón sean mucho más que simples objetos de limpieza corporal.
Sentir sus manos húmedas recorrer y acariciar glúteos y pechos nos excita de manera novedosa e intensa, pudiendo constatar, además, cómo esas caricias hacen efecto en su miembro viril. De pie, y unidos bajo ese leve pero persistente torrente de agua, nos permitimos acariciar también con la vista, haciendo que al mirar el objeto de deseo, este aumente sus dimensiones, perdiendo flacidez y ganando gallardía. En esas condiciones, notamos en nuestra piel el calor de su sexo, a pesar de la tibieza del agua, pudiéndolo manejar, además, con mucha más soltura y control que en posición horizontal. Ojos, manos y cuerpo lo estimulan y acarician de manera abierta, sin vergüenza ni pudor.
Los abrazos resultan eróticamente estimulantes, pudiendo además orientar su boca a esas zonas que, besadas con pasión, nos humedecen intensamente por dentro. Agua y saliva se mezclan y confunden, haciendo de los besos y caricias contactos más húmedos, donde el agua no solo nos escurre si no que nos acaricia y estimula.
En esas condiciones, el ingreso de su sexo a nuestro cuerpo puede ser mucho más lento, dándonos la oportunidad de manejarlo desde nuestros propios deseos y fantasías. De frente o de espaldas, de pie y acariciados por el agua, nuestros orgasmos son más que palpitaciones, son sensaciones que nos recorren de pies a cabeza, haciéndolas más placenteras, diferentes y, además, visibles, llenando de imágenes lo que en otras condiciones practicamos con los ojos cerrados.
La ducha es, así, un nido húmedo y cálido, donde la satisfacción sexual alcanza dimensiones diferentes. Aprender a usarla y aprovecharla es, más que una variación sexual, la consumación de nuestro derecho al placer.
Fotografía principal tomada de El País.
Ju Fagundes

Estudiante universitaria, con carreras sin concluir. Aprendiz permanente. Viajera curiosa. Dueña de mi vida y mi cuerpo. Amante del sol, la playa, el cine y la poesía.
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