-gAZeta | RESEÑAS–
Por tratarse de una novela policíaca, su reseña no puede ser demasiado explícita sin revelar la trama. Por tanto, se tratará de revelar algunos de los artificios utilizados por el autor para lograr los propósitos de entretener, encantar, engañar y a veces enseñar, haciendo un esfuerzo por no destapar el gallo.
Con la ayuda de sus aleros Enio y Fabio, el comisario Wenceslao Pérez Chanán resuelve los asesinatos de varios hombres, cuyos cuerpos, con los genitales cercenados, han sido hallados desnudos al lado de muñecas inflables, con las cuales parecían haber tenido sexo. Las muñecas tienen cierto parecido con una chica que Wenceslao conoció en su juventud.
Juego de muñecas es contada por un narrador omnisciente, aunque algunas veces tiene dudas y otras parece discreto y hasta tímido, o introduce sus propias opiniones acerca del arte; deslices que revelan facetas del autor. En algunas ocasiones, se delega el papel de narrador, o por lo menos de observador privilegiado, a un barrilete en las alturas. El narrador parece estarle contando la historia a una audiencia popular y lo hace con gusto y sin inhibiciones, como cuando describe la comida popular, los tragos y la forma de bajar un pie de la cama y asentarlo en el piso para sentirse uno menos borracho. Sin embargo, al hablar de Bach o la primera vez que menciona a Van Gogh, se siente obligado a dar explicaciones magistrales.
La narración es lineal, con flashbacks prolongados. El narrador usa un lenguaje culto, haciendo esfuerzos por no alardear. El lenguaje de los personajes es popular, pero no soez. De buenas a primeras, al abrir cualquier página de Juego de muñecas y abstrayéndose de las referencias geográficas, uno no se daría cuenta de que la novela fue escrita por un guatemalteco. «El comisario abandonó el taxi en la calle José Martí», en vez de «El comisario se bajó del taxi en la calle Martí», o «…las imágenes de su padrastro apoyado sobre su cuerpo», en vez de «las imágenes de su padrastro encima…». Esto denota cierto esmero al escribir, quizás asociado al deseo alcanzar una audiencia más universal.
Los personajes pertenecen a la ciudad de Guatemala, aunque incluyen a un par de extranjeros, algunas prostitutas de otros países de la región y uno que otro de los departamentos del interior. Varios personajes son de Oriente, lo cual junto con las referencias a peleas de gallos, Gualán, Chiquimula, el Motagua y la sierra Las Minas sugieren que el autor proviene de esa región o tiene lazos familiares allí.
Hay símiles y metáforas, unos más afortunados que otros. «Lo oscuro fue llenando el ambiente como cuando se vacía la tinta de un lapicero en el agua». Menos afortunado resulta «como dijo el descuartizador, vamos por partes», que se repite tres veces. Cuando alguien describe el cuadro de Van Gogh que sirve de inspiración para que el asesino arregle y disponga las habitaciones donde comete los crímenes, su explicación es demasiado larga y detallada. De por sí, este elemento es ya bastante jalado, por el nivel educativo y profesión de quien resulta ser culpable y esta explicación termina de mandarlo a uno de vuelta a la incredulidad. Las explicaciones acerca del arte son en general demasiado largas.
El truco mágico principal es la creación de Wenceslao Pérez Chanán, un comisario justiciero, honesto, bondadoso y buen padre de familia, en un país donde esto sería muy poco probable. Él lo sabe: «… el aparato policial del país… había tomado el papel de… represor». La novela está ambientada en una Guatemala más bien antañona, a pesar de las referencias a internet, celulares y narcos. Esto lleva a pensar en un país más sano, menos corrupto, más campechano; en una Guatemala «de antes».
El recurso de las muñecas inflables manda el mensaje de que si quieres saciar tus instintos más primitivos, hazlo de forma que no perjudiques a nadie. En la novela el bien triunfa sobre el mal y hasta se le hace justicia post mortem a Van Gogh. Todos tienen su merecido, pero para no tomárselo demasiado en serio, el autor se burla con cariño de su propio héroe. Lenguaje, sintaxis, sesgo temporal y humor contribuyen a hacer más plausible la novela de un jefe de policía honesto, sediento de justicia y trabajador en un país como Guatemala.
Por Eduardo Villagrán
Este libro fue publicado en Guatemala, por Flacso (Colección Letras Nuevas) en 2012.
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