Jorge Mario Salazar M. | Política y sociedad / PALIMPSESTO
Hoy no es día de asueto. Solamente es la víspera de un asueto estéril. Un asueto en el que se celebran las mentiras y falacias más absurdas. Si fuéramos griegos, nos gobernarían los pseudólogos, quienes fueron formados por Dolos, verdadero creador del embuste, el engaño y la mala fe. No hay diferencia alguna con quienes nos gobiernan y quienes permitimos ser gobernados así. De esta cuenta, ladrones confesos que fueron agarrados con las manos en la masa y asesinos masivos cuyas víctimas gritan exigiendo justicia, señalándolos con las pruebas de su martirio, se declaran inocentes inculpados por intereses estratégicos de a saber qué potencia imperial. Así van construyendo un escenario fabuloso en donde los malos son buenos, los buenos borregos y los opositores, sanguijuelas peligrosas, aunque en la realidad no exista oposición real y verdadera.
Es viernes, y como todos los viernes, hay carnaval de esas fantasías en las que vivimos como nación. El centro de la ciudad reúne a todos los vagos que sienten como esa vagancia militante se fortalece ante la indolencia de un Estado incapaz de ofrecer mejoras a sus ciudadanos, un Estado que se niega a sí mismo, que niega su naturaleza de bien común y crea más divisiones entre las personas a las que debería de servir. Un Estado que quiere y sueña con ser una gran empresa, una gran finca donde la junta directiva se reparte las utilidades y define las migajas que va a repartir entre la mano de obra. Una empresa dirigida por vagos que sueñan con ganar muchísimo sin hacer casi nada, para darse lujos superfluos como anteojos de marca y zapatos de mil dólares.
En todas las bancas que hay por el paseo peatonal del centro histórico, se apuestan los vagos multicolores que sueñan con sueños diversos. Puede que sueñen con el amor de su vida o con el empleo de policía o de guardia privado. También sueñan con la buena noticia de que la embajada les otorga la visa y permiso de trabajo. En los ojos de todos ellos se puede ver ese brillo retenido a la fuerza para que no se les vea la tristeza, porque el día a día no deja para cubrir sus necesidades. También hay otros vagos que sueñan, que desean que los trabajadores formen una fuerza importante que convenza a los gobernantes a cumplir con sus funciones de fortalecer al Estado y su protección del bienestar de la ciudadanía.
Por todo ese paseo se escuchan las melodías de los grupos de músicos de la nostalgia que hacen recordar ilusiones de antaño, a la par de las notas de películas infantiles de aventura que acompañan a los artistas de la ilusión, con sus trajes espectaculares de superhéroes y villanos. Toda la parafernalia del engaño que abarca desde la infancia a la vejez. A la par de ellos, otros vendedores de ilusiones predican sobre el mismo dios con diferentes palabras, diferentes intereses y diferentes destinos divinos. Al mismo tiempo, ondean las banderas y truenan bandas de guerra escolares con la ilusión de una patria libre y soberana.
A pocas cuadras, las ilusiones de una república se desvanecen en medio de las amenazas de las autoridades. Aquí los vagos se visten con uniformes de marca. Ya sea con trajes negros de casimir, con trajes comando negros y otros con insolentes verde olivo, defienden la ilusión de su preminencia por encima de la ley. En la otra banqueta, los colores se tornan en blancos, rojos y negros que llaman a las ilusiones de la utopía nacional. Los vagos de la poesía y la imagen, de la música y las letras fomentan la mentira de un mundo feliz. No hay encuentro posible entre ambas fuerzas sin un territorio común. Entre ambas fantasías hay un abismo de por medio, real y concreto. En palabras de un químico: el agua y el aceite no se mezclan. En palabras del excanciller: no se puede tener a Jimmy y a la Cicig al mismo tiempo.
Todos los discursos son ilusorios. Presentan realidades inexistentes. Ni las dictaduras matan a todo el pueblo ni las democracias los liberan. Las libertades y los derechos se han relativizado tanto que ya no se encuentran los límites entre la forma y el contenido. Los vagos inundan las calles, las empresas y el Estado. También los periódicos, donde hablan de los pros y los contras de todos los asuntos de la política. Hay un vago en especial, en cuya ficción del mundo le tiene aversión a los colores derivados del rojo, aunque nadie sabe si pertenece a alguna adscripción.
Vivimos creyendo lo que nos dicen. Vivimos haciendo votos a lo inexistente como la libertad, como las oportunidades, como los derechos, como las constituciones políticas, como los dioses, como los valores supuestamente pregonados por sus profetas. El poder se apoya cada vez más en esas mentiras y falsedades. En lugar de jurarle a una bandera, se gritan aleluyas a imágenes de otros pueblos sin sustancia en esta latitud. En lugar de vivir de acuerdo a preceptos, se vive de discursos que otros creen. Estos son los grandes vagos, los de la palabra sagrada y la acción espúrea, que siguen avanzando gracias a un tremendo aparato de propaganda que hace fieles creyentes a otros, a los que no tienen más que hacer en el mundo que aferrarse a un largo sueño, a una ilusión, a una esperanza de lo que, de antemano, saben que no es ni será jamás.
En la plaza, los vagos hacen la fiesta. Cada uno en su mundo, reducido a lo que cree. Encerrados en cuartos de metacrilato miramos a los otros sin entender su filosofía y sin que ellos entiendan la nuestra. En medio de todos no hay tierra fértil para que germinen otras semillas diferentes.
Imagen tomada de Periódico Contexto de Durango.
Jorge Mario Salazar M.

Analista político con estudios en Psicología, Ciencias Políticas y Comunicación. Teatrista popular. Experiencia de campo de 20 años en proyectos de desarrollo. Temas preferidos análisis político, ciudadanía y derechos sociales, conflictividad social. Busco compartir un espacio de expresión de mis ideas con gente afín.
0 Commentarios
Dejar un comentario