Edgar Rosales | Política y sociedad / DEMOCRACIA VERTEBRAL
La reciente petición de practicar una evaluación psicológica y psiquiátrica, según los términos expresados por la Liga Guatemalteca de Higiene Mental, además de desencadenar la creatividad memística chapina, ha desatado un nuevo episodio de la interminable crisis de enfrentamiento político que padece la sociedad guatemalteca de los últimos tiempos.
No voy a entrar a considerar si las razones expuestas por la entidad mencionada están científicamente sustentadas (mitomanía, cinismo e hipocresía, desapego afectivo y un probable perfil alcohólico, según el comunicado). Dice, además, que es el retrato de un auténtico psicópata. Al final, determinar tales extremos es tarea que debe dejarse en manos de psicólogos o psiquiatras. Lo que sí se puede hacer, es plantear algunas consideraciones políticas en torno a este asunto.
Si bien es cierto, a la mencionada organización no gubernamental le asiste el derecho de petición contemplado en el artículo 28 de la Constitución de la República, además, esta prevé en su artículo 165, literal i, que con dos terceras partes del total de diputados, se puede declarar la incapacidad mental del presidente para ejercer el cargo, previo dictamen de una comisión integrada por cinco médicos.
Por si fuera poco, la historia ampara la intención del legislador constitucional, toda vez que la separación del jefe del Ejecutivo por razones de incapacidad mental ha ocurrido en dos ocasiones: en 1920, cuando la Asamblea Nacional, mediante el decreto 1022 del 8 de abril de ese año, destituyó a Manuel Estrada Cabrera y designó en su lugar a Carlos Herrera. El otro caso ocurrió en 1930, cuando el presidente Lázaro Chacón sufrió una hemorragia cerebral que lo imposibilitó para ejercer cualquier actividad, pero esta vez no fue el Congreso sino el ministro de la Guerra, general Mauro de León, quien designó a Baudilio Palma como sucesor, lo cual desencadenó una seria crisis política.
Pero, volviendo al caso actual, sería interesante indagar acerca de los motivos que habría tenido un ente como la Liga Guatemalteca de Higiene Mental, habitualmente desentendida de los avatares políticos, para emitir un pronunciamiento como este que ha acaparado la atención durante la semana en curso.
A vuelo de pájaro, los motivos para pensar en serias deficiencias mentales del presidente Morales son abundantes y evidentes: deslices verbales, declaraciones que varían entre el absurdo y el ridículo o aseveraciones fantasiosas, algunas de ellas, incluso, sostenidas en presencia de algunos de sus colegas y difundidas a escala global.
Sin embargo, semejantes dislates también se pueden explicar por tres razones muy sólidas: 1) la notable ineptitud para ejercer un puesto para el que no estaba capacitado,ni siquiera en sus aspectos más elementales; 2) la incapacidad para separar su actividad anterior de comediante, de la actual, y asumir que con chistes torpes se pueden suplir las deficiencias y 3) el síndrome de soledad que agobia al mandatario, al contar con un equipo de asesores sin las calificaciones necesarias para sacarlo de apuros.
Estos hechos (con la excepción del encono con el que ha abordado el asunto de la Cicig y su comisionado) no han significado hasta hoy un grave atentado contra la sociedad. Nada comparable con las masacres del general chusema -Efraín Ríos Montt-, a quien medio mundo tildaba de viejo loco. Aunque Jimmy nos ha llenado de vergüenza ante el mundo, al final eso solo significa un problema de ubicación, pero no necesariamente un asunto de debilidad mental.
Así que lo más seguro es que esta propuesta -que en realidad contribuye muy poco a la higiene mental colectiva- pase sin pena ni gloria, tal como ha ocurrido con otros intentos, mucho más serios, de defenestrar al histriónico presidente guatemalteco. Y más aún, sabiendo que en el caso de que esta solicitud avanzara en su gestión, la última palabra recaería en el Congreso de la República, donde ha sido imposible reunir los votos necesarios para retirarle el derecho de antejuicio, lo cual resulta una figura mucho menor a la destitución por incapacidad mental.
Por otro lado, habría qué indagar a quienes busca beneficiar, directa o indirectamente, la Liga Guatemalteca de Higiene Mental, hoy devenida en actor político. El primer favorecido, indudablemente, es el vicepresidente Jafeth Cabrera, por lo que el razonamiento más elemental y simplista sugiere que él podría estar detrás del serruchazo a la silla presidencial.
Sea cual fuere la motivación, ello no debería desviar la atención de la población acerca de las actuaciones presentes y futuras de Morales. Mientras él se entretiene con sus insulsas gracejadas -y algunos las toman en serio, como la Liga-, el gran drama es que el país continúa a la deriva, sin rumbo en educación, en salud, en seguridad o infraestructura. Prácticamente, sin rumbo de nada.
Es ahí donde se impone una menuda disyuntiva para la ciudadanía: ¿es tan apreciable nuestra democracia y nuestra institucionalidad, para soportar al presidente, en mala hora elegido, hasta el último día de su mandato? ¿Hay condiciones para buscar un relevo, o ello significa caer en más de lo mismo? ¿O será que el presidente, en su laberinto de comicidad, es capaz de adoptar la espinosa vía del golpe de Estado, como se ha insinuado en los últimos meses?
La conclusión es que, sea cual fuere, a Guatemala le espera una ruta tortuosa en los siguientes meses.
Mientras tanto, psicópata o no, cada día nos está resultando carísimo el haber elegido a un presidente que, lejos de desmentir a sus detractores, a cada rato les confirma que la sensatez no habita en su cerebro.
Fotografía tomada de Parrocchia Sacro Cuore di Bari.
Edgar Rosales

Periodista retirado y escritor más o menos activo. Con estudios en Economía y en Gestión Pública. Sobreviviente de la etapa fundacional del socialismo democrático en Guatemala, aficionado a la polémica, la música, el buen vino y la obra de Hesse. Respetuoso de la diversidad ideológica pero convencido de que se puede coincidir en dos temas: combate a la pobreza y marginación de la oligarquía.
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