Matheus Kar | Literatura/cultura / BARTLEBY Y COMPAÑÍA
Julio Cortázar nos demostró que incluso para las actividades más obvias se debe llevar una ordenada serie de pasos, como llorar, dar cuerda a un reloj o subir una escalera. No porque el rumbo del mundo cambie con ello, sino porque hasta en las actividades más obvias hay poesía.
Esto no es un decálogo, una serie de pasos a seguir, ni mucho menos la reivindicación de un género. No; es, más bien, la excusa de un maniaco para hablar de música.
- Sienta lástima por la música que se escucha involuntariamente; aquella que acompaña a la edecán de un taller lleno de hombres, la que el chofer del bus utiliza para torturar a los pasajeros o la que algunos utilizan para hacer tareas. La música merece respeto, como cualquier arte. Y como cualquier arte, merece tiempo y espacio.
- Escuchar música es como leer un libro de misterio; para resolverlo hay que leer todos los capítulos, no se pueden escoger al azar «los mejores capítulos» e ignorar el resto. Por lo tanto, no compre recopilatorios, escuche el albúm completo. El Sgt. Peppers de los Beatles, Las consecuencias de Bunbury o el Ziggy Stardust de David Bowie son ejemplos ejemplares, son redondos, están completos, se sostienen, como un buen cuento de Borges. ¿Se imaginan un buen cuento sin el final o sin el principio?
- La música es una experiencia completa. No debe ser interrumpida o utilizada de fondo o relleno. En la fiesta de la música, la música es la agasajada. ¿Se imaginan estar en pleno acto sexual, en lo mejor del clímax, y de pronto alguien —el censor, por ejemplo— toca el timbre y los interrumpe? ¿Verdad que es molesto?
- Respete la música. Eso sí, solo si esta se deja y exige respeto.
- No escuche más de dos álbumes al día. Como toda buena obra de arte, esta necesita dedicación, reflexión y cuidado. No abuse del falo del arte, no vaya a ser que la sensibilidad se la castren.
- El formato es importante. No es lo mismo el vinilo que el mp3. La alta calidad es importante. ¿Se acuerdan de esas películas grabadas en el cine, donde se ven las sombras de los espectadores pidiendo permiso para pasar entre las butacas o se escuchan los gritos de los niños pidiendo que les pasen las palomitas? Pues así es la baja fidelidad. Es como ir al Louvre y en lugar de la Mona Lisa encontrar «arte conceptual».
- Recuerdo que gracias a Johnny Cash descubrí a Nick Cave, el elegante Nick Cave, fundamental en mi formación. Estaba revisando los créditos en el booklet del American IV: The Man Comes Around, cuando leí allí que el líder de los Bad Seeds aparecía en I’m So Lonesome I Could Cry. Cosa que no hubiera sucedido si no hubiese comprado el CD. A través de un álbum se forman constelaciones, quién diría que David Bowie terminaría produciendo algunos de los mejores álbumes de la historia: los más famosos de Lou Reed e Iggy Pop, y que Reed estuvo en The Velvet Underground, y que allí también estuvo John Cale, y que esa banda inspiró a Joy Division. Bueno, algunos dirían que era suficiente con googlearlo. Pero no hay poesía en googlear. Imaginen googlear al amor de su vida. No hay mérito, ¿cierto?
- Claro que esta es una apología del fetiche, un fetiche musical. Con el fin de que una de las grandes artes no se siga banalizando.
Fotografía tomada de Bob Dylan.
Matheus Kar

(Guatemala, 1994). Promotor de la democracia y la memoria histórica. Estudió la Licenciatura en Psicología en la Universidad de San Carlos de Guatemala. Entre los reconocimientos que ha recibido destacan el II Certamen Nacional de Narrativa y Poesía «Canto de Golondrinas» 2015, el Premio Luis Cardoza y Aragón (2016), el Premio Editorial Universitaria «Manuel José Arce» (2016), el Premio Nacional de Poesía “Luz Méndez de la Vega” y Accésit del Premio Ipso Facto 2017. Su trabajo se dispersa en antologías, revistas, fanzines y blogs de todo el radio. Ha publicado Asubhã (Editorial Universitaria, 2016).
Un Commentario
Excelente, e inspirador. ¡Me encantó!
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