Identidad nacional

Luis Enrique Morales | Política y sociedad / OTREDAD Y EDUCACIÓN

Hoy, Otto René Castillo estaría reescribiendo estos versos:

Tenemos
por ti
tantos golpes
acumulados
en la piel,
que ya ni de pie
cabemos en la muerte.

En mi país,
la libertad no es sólo
un delicado viento del alma,
sino también un coraje de piel.
En cada milímetro
de su llanura infinita
está tu nombre escrito:
libertad.

Sin lugar a dudas, volvería a escribir su poema Libertad exactamente igual. La poesía de Castillo se encuentra repleta de su identidad como guatemalteco, el chapín de a pie de su época. También encontramos entre líneas el papel fundamental que juega la educación en él y su contexto social. Por lo tanto, no es de extrañarse de su intensa lucha e idealización políticas durante su trayectoria. Si su ideología política era buena o mala, eso es lo que menos nos importa en este artículo, lo importante para esta nota es el valor que le da a ser guatemalteco y el papel fundamental que juega en el contexto sociocultural en la educación de su época.

La Guatemalita de Efraín Recinos, imagen tomada de Pinterest.

Castillo nace en 1936, es decir que los primeros ocho años de su vida los vive en la dictadura de Ubico. Posteriormente, vivió la Revolución de 1944 con la llegada a la Presidencia de Arévalo, que trae a su Gobierno un enfoque particular en la educación, con la primera campaña de alfabetización, la reapertura de la universidad popular, entre otras cosas. Posteriormente, la llegada de Arbenz al Gobierno trae consigo el aumento en la educación rural, en la alfabetización y en la educación secundaria. También la regionalización de las escuelas rurales, los postulados pedagógicos que se mantuvieron durante 10 años, el anteproyecto de una ley orgánica que instaló un modelo educativo de acuerdo a la realidad del país y, quizás lo más importante, que mantuvo la educación laica, gratuita y obligatoria hasta alcanzar el mínimo de escolarización. Y cabe recordar que en aquella época, las guarderías infantiles albergaron huérfanos que se atendieron con sistemas modernos de la época.

La primavera duró hasta el 19 de febrero del 1954. Entonces Castillo tendría 18 años, me toca pensar que él vivió el antes y el después, vio realmente a la patria caminar y por ello no me extraña que sus poemas estén marcados por un fuerte nacionalismo y odio muy particular al tirano, al mismo que escupe la faz de la patria. Pero lo más importante de su poesía es la constante empatía por el indefenso, el olvidado y el marginado, sus poemas incluyen a los que durante siglos se habían olvidado y los dignifica. También es un llamado para que se unan a lo que llamamos patria y por ellos exige justicia. La lucha constante de Castillo fue la expresión del deseo más fuerte de cualquier intelectual de la época: que la nueva Guatemala con todos sus avances no desapareciera.

El maestro Efraín Recinos acostumbraba decir que Guatemala es un país chiquitito y que tenemos que ser nosotros mismos como un país, porque sino, corremos el riesgo de desaparecer. Recinos lo entendía mejor que nadie, no fue por nada el legado que dejó a Guatemala. También Recinos es el símbolo de la dignidad guatemalteca contemporánea, ya que en su obra reúne lo maya con lo no maya y expresa la multiculturalidad de nuestro país, él no deja a nadie afuera. Recinos, a diferencia de Castillo, era apolítico. Un ejemplo concreto de la desaparición de Guatemala como tal es Enrique Gómez Carillo, el escritor más prolifero de la patria y el más olvidado de Guatemala. Este escritor es también una muestra de la identidad de un guatemalteco y producto de la inversión en becas por el Gobierno de turno de la época, según se cuenta en su libro autobiográfico Treinta años de mi vida. Allí cuenta también que en una ocasión, estando en Bruselas, una chica lo acusó de un desarraigo total, él explica que no era del todo así, porque con la destrucción de Santiago de los Caballeros por un terremoto, se echó a llorar porque todos los lugares de su infancia quedaron totalmente destruidos, esta es la muestra más pura de una identidad nacional bien formada. Luego, Gómez Carillo se refiere a Guatemala como un país no para morir, sino para vivir.

Es allí a donde hay que volver, recuperar el valor afectivo que nos une como país, a un pensamiento de la totalidad. Debemos rehacernos como el fénix y para ello la educación es una herramienta que nos puede ayudar a construir una identidad donde se elige todo y a todos sin exclusión alguna. Porque con la educación se puede volver a recordar a aquellos que han hecho actos heroicos o han dejado legados importantes para el país. Porque es a ellos a los que hay que recordar, es a ellos a los que hay que estudiar hasta el fondo. También, la educación puede ser una herramienta utilizada para enseñar a las generaciones venideras que todo puede ser de otra manera y darles un sueño, sin importar cual, para que tengan algo por qué vivir. Sobre los verdugos solo importa la memoria colectiva, la memoria de las víctimas y sus barbaries. Pero honestamente no tiene sentido pasar la escuela memorizando los nombres, sus caras y fechas de nacimiento, sin saber el daño que hicieron y lo que perdimos por sus culpas. Por ello es justo y necesario que los personajes ilustres sean minuciosamente estudiados, para que podemos formar nuestra propia cultura general, como un país digno de respeto, no por un potencial económico, sino por algo que va mucho más allá.


Mural de Carlos Mérida. Imagen tomada de Artslant.

Luis Enrique Morales

Quetzalteco nacido en 1989, escritor independiente y estudiante. Egresado de la Universidad Galileo en 2012, excatedrático en el área automotriz de la región de Quetzaltenango. Actualmente residente en Estocolmo, donde trabajo en docencia y, al mismo tiempo, estudio Ciencias de la Educación (Pedagogía) en la Universidad de Estocolmo.

Otredad y educación

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