Hugo Carrillo: el amigo y el maestro (IV)

Francisco De León | Arte/cultura / MEMORIAS DE UN VIAJERO

… recordé a algunas de las amistades de Carrillo que estuvieron a su lado y compartieron con él los buenos y los malos momentos, como Juan José Espada, Ramón Banus, Luis Domingo Valladares, Manuel José Arce, Samara de Córdoba, Miriam Monterroso, Ligia Bernal de Samayoa, Ana María Rodas y especialmente Concha Déras, quien jugó para él un papel fundamental en la última etapa de su vida, por su apoyo, comprensión, afecto y solidaridad incondicional en todo momento.

Concha Deras. Fotografía tomada del artículo de Jaime Barrios, El asesinato de una gaviota. gAZeta 2018.

Ya tenía más de 4 años de trabajar y compartir amistad con Carrillo y la relación se volvió familiar, a tal grado que no había día de la semana o fin de semana que no compartiéramos juntos un almuerzo, una tertulia o una borrachera en casa de sus amigos, en mi casa o de ir a algún concierto de música, estreno de alguna obra de teatro, inauguración de alguna exposición de pintura en alguna galería de arte o actividad cultural en alguna embajada acreditada en Guatemala, etcétera. Según decía Carrillo, era importante tener relaciones con toda la gente vinculada con el quehacer cultural del país, «para que sepan que nosotros la gente de teatro existimos y sabemos nuestro trabajo artístico».

Fotografía de Ana María Rodas, tomada de su muro de Facebook.

Para Carrillo, uno de los defectos más grandes que tenía la gente de teatro de aquellos años era la falta de contacto con otros artistas y la falta de conocimiento de lo que nos rodeaba dentro del medio al cual pertenecíamos.

A la izquierda Hugo Carrillo, al centro Ramón Banus, en primer plano a la derecha Manuel José Arce. Fotografía de Eduardo Antonio Velásquez Carrera, tomada del muro de Facebook de Ana María Rodas.

Además de tener sus grandes amigos que lo apoyaban incondicionalmente, Carrillo tenía también sus grandes detractores y enemigos ocultos que solo trataban de desprestigiarlo con comentarios obsoletos e irrelevantes cuando él no estaba presente, pero cuando los confrontaba y preguntaba por qué habían hecho ese tipo de comentarios se retractaban y no reconocían lo dicho. Sin embargo, habían otros que sostenían lo dicho aún frente a él, tal era el caso de Jorge Palmieri, a quien, como decía Carrillo, «ya lo traía desde la pinche película», es decir, ya tenía antecedentes de sus comentarios inoportunos y crueles en su contra.

Fue durante un cóctel, luego del estreno de una obra de teatro en la Universidad Popular, cuando presencié un mano a mano entre Carrillo y Jorge Palmieri. Estábamos un grupo de actores de Teatro Club con Carrillo degustando unas boquitas cuando repentinamente irrumpió en nuestra conversación Jorge Palmieri, al primero que saludó fue a Carrillo, diciéndole:

El maestro Hugo Carrillo, el mejor dramaturgo de Guatemala y del mundo entero, ja, ja, ja. ¿Cómo estás, vos?

Le dio la mano y se empezó a reír de nuevo, yo noté algo raro en el ambiente, sabía que Palmieri se expresaba en tono sarcástico, porque yo sabía de antemano la rivalidad que se traían desde años atrás, pero eso los demás compañeros que estaban en el grupo lo desconocían. Carrillo le respondió:

Qué dice el periodista más destacado de Guatemala y México, porque allí es donde has estado escondido los últimos años de tu exitosa carrera como periodista, columnista, embajador, decano de la prensa y ¿qué más vos?

Fue suficiente el saludo de Carrillo para despertar de inmediato la ira de Palmieri, que, según parecía, ya venía un poco entonado por los cocteles. Palmieri se dirigió ante nosotros y nos dijo:

Y ustedes creen que están ante el mejor dramaturgo de Guatemala. De verdad eso es lo que creen muchá. ¿Y yo me pregunto, existe una escuela de dramaturgos en Guatemala para que este señor les diga que es el mejor dramaturgo o un dramaturgo realmente? No, no se dejen engañar, este señor es solamente un perito contador, de eso sí tiene título. ¿Miento? Francisco Hugo Carrillo Meza, ese es tu nombre completo y tuviste que utilizar el seudónimo de Franz Mez y toda esa historia para que la gente creyera en vos, de lo contrario nadie hubiera venido a ver esa adaptación que hiciste de “El señor presidente”. Para eso tal vez sí funcionarías, pero no como dramaturgo, no como dramaturgo, para eso tenés que nacer de nuevo.

Carrillo continúo riéndose y tomando a broma las insinuaciones de Palmieri, sin embargo, nunca, durante todos estos años de conocerlo, lo había visto tan furioso y tratando de conservar la compostura. Continuaron los albures y los dimes y diretes entre los dos, yo dejé mi cóctel por un lado y me preparé para separarlos por si llegaban a los manotazos. Carrillo era unos 30 cm más alto que Palmieri y era bueno para las peleas, al igual que su hermano Raúl, por lo tanto, pensé que al que tendría que recoger del suelo sería a Jorge Palmieri. El resto de invitados empezaron a rodearnos para escuchar la discusión y saber el final que tendría.

Oportunamente hizo su aparición Rubén Morales Monroy. Intervino directamente saludando a Jorge Palmieri. Nosotros aprovechamos la oportunidad para cerrar círculo con Carrillo y le dijimos que ya era tarde, que mejor nos íbamos donde el Chino Pobre. Allí estuvimos como dos horas divagando y platicando sobre otras cosas del teatro, Carrillo no nos dijo ni una sola palabra sobre lo sucedido durante nuestra estancia en la UP. Sin embargo, yo sabía que le había dolido mucho ese suceso, trataba de seguir la conversación, pero a veces se quedaba ido, como recordando el hecho de que Palmieri lo había tratado de ridiculizar ante nosotros. Tanto Palmieri como Carrillo eran dos grandes figuras del arte y el periodismo desde aquellos años, pero esta vez se le había pasado la mano a Palmieri.

Jorge Palmieri 1929-2017. Fotografía tomada del Twitter de Jorge Palmieri.

Cuando terminó la tertulia y cada quien se fue para su casa, todavía caminé con él sobre la octava avenida, rumbo al Mercado Central, le dije que lamentaba mucho lo sucedido con Palmieri, pero que eso no cambiaba nada la imagen que nosotros teníamos de él, que sabíamos de su valor como dramaturgo y gente de teatro.

Lo sé Francisco, lo sé -me respondió muy conmovido- Nos vemos mañana. ¡Cuídese mucho, eh!

Si alguien había sabido defender lo que tenía y había logrado en el teatro a lo largo de todos estos años era Carrillo. Recuerdo cuando tuvimos la noticia sobre la presentación de El señor presidente, por el grupo de Teatro Rajatabla de Venezuela, ellos habían utilizado la adaptación de Hugo Carrillo sin su permiso y su director, Carlos Giménez, un argentino que llegó a revolucionar el teatro en Venezuela y que tenía poder absoluto con la gente de teatro de ese país, se había adjudicado la autoría del mismo. Carrillo viajó primero a Caracas para contactar a Giménez y decirle que él era el autor de la adaptación al teatro de la novela de Asturias.

Al principio, según nos contaba Carrillo, Giménez no lo tomo muy en serio, pretendió reírse de él en su cara y no fue en su primer encuentro que Giménez reconoció haber plagiado la obra dramática de Carrillo. Pasó una serie de acontecimientos desagradables hasta que, finalmente, en una oportunidad, Giménez se vio acorralado por Carrillo cuando él durante una de las presentaciones de la obra lo arrinconó entre bambalinas, lo tomó del cuello y le dijo:

Al final de la obra quiero que salgas y reconozcas públicamente que la obra que estás presentando es una adaptación de la novela de Miguel Ángel Asturias realizada por Hugo Carrillo, que está actualmente en esta sala, si no lo haces, te vas a acordar de mí todo el resto de tu vida.

Giménez se asustó tanto ese día que no tuvo más que reconocer su error y admitir que Carrillo era el autor de la adaptación dramática de El señor presidente. Luego de eso se le reconocieron los derechos de autor por el grupo Rajatabla, pudiendo cobrar las regalías a lo largo de toda la temporada, inclusive lo invitaron a la presentación de la obra en Miami.

Carlos Giménez, director del Grupo de Teatro Rajatabla de Venezuela. Fotografía tomada del periódico Globedia.

Cuando Carrillo estaba borracho, solía jactarse diciendo que tenía cientos de ideas, no solo para el teatro sino para todo lo concerniente al arte y la cultura.

Tengo para esto, para aquello y pa’ más papa -solía decir-. Y en efecto así era, sumamente generoso con los amigos, siempre le daba consejos a la gente de teatro de cómo mejorar sus montajes y carreras artísticas, sin pedir ninguna gratificación a cambio, era el solo hecho de darles una mano.

En una ocasión, un amigo nos invitó a los 15 años de una su hermana en el barrio El Gallito, zona 3 de la ciudad de Guatemala. Fue un fin de semana, nos pusimos de acuerdo con Carrillo y otros amigos, de los cuales no recuerdo sus nombres, y nos juntamos en la avenida Elena y 13 calle de la zona 1.

Caminamos sobre la 13 calle, en dirección a la zona 3, internándonos en El Gallito, llevábamos la dirección que el amigo nos había proporcionado. Carrillo estaba fascinado viendo a los niños jugar tenta, saltar cuerda, jugar electrizado y al futbol en la calle, pasamos frente a la iglesia de la Santísima Trinidad, se quedó viéndola detenidamente y dijo:

Preciosa, qué iglesia más preciosa nunca había estado tan detenidamente en este barrio, es maravilloso, maravilloso, como sacado de una historia de Asturias.

Leía el letrero de un negocio llamado «El teosinte», veía en las calles las ventas improvisadas de tortillas con chicharrón, atol de elote, elotes locos, chuchitos, tostadas, etcétera, caminaba y respiraba los olores y el humo de los braseros que se confundían en el ambiente y me decía:

Esto es realmente bello y auténtico, Francisco, esto es Guatemala. ¿Sabía usted que existía este lugar y no me lo había contado? Qué bárbaro, que bárbaro. De aquí pueden salir mil obras de teatro.

Le conté que había hecho mi primera comunión en la Santísima Trinidad. Que la familia de mi madre fue de los primeros pobladores de El Gallito. Que mi abuelo había perdido una propiedad en el llano de palomo y por azares del destino se había quedado viviendo allí, que su casa era una de las casas más antiguas del barrio, que estaba ubicada muy cerca al tanque municipal y que la primera vez que asistí a un mitin político de niño fue en ese tanque municipal cuando vi a Manuel Colón Argueta y lo escuché durante su discurso como candidato a alcalde de la ciudad, con tan solo cuatro adultos y un patojo, que era yo, como público y me dejó impactado de por vida, por su elocuencia y porque aunque solo éramos 5 personas que lo escuchábamos, él se dirigía a nosotros como si fuéramos una multitud. Que parte de mi infancia la había pasado en ese barrio cuando los fines de semana mi madre nos llevaba a visitar a mi abuela. Le conté que en ese barrio había nacido la pomada GMS y la marimba de Checha y su India Maya.

Qué barbaridad, qué riqueza cultural la que se puede encontrar aquí –seguía diciendo–. Esto le puede interesar a Ramón –recalcó–.

En esas estábamos cuando alguien se acercó a nosotros y nos preguntó:

¿Son ustedes los que vienen a la fiesta de 15 años de la Tinita? Desde hace rato los están esperando, vénganse conmigo.

Nos metió por un callejón y empezamos a bajar por un laberinto de pequeñas callejuelas hasta que empezamos a escuchar música de marimba, al frente divisé muchas personas que estaban alrededor de una ventana viendo hacia adentro, cuando más nos acercábamos a la ventana empezamos a sentir el olor a pino que estaba regado en el suelo. Antes de llegar a la ventana había un portón. La persona que nos había llevado hasta allí tocó la puerta fuertemente. Nos salió a abrir una señora como de unos 50 años con vestido de fiesta, pero todavía con su delantal amarado en la cintura. Como que todavía tenía cosas pendientes en la cocina.

Pasen adelante –nos dijo–, usted seguramente es el maestro Carrillo, mi hijo nos habla constantemente de usted y nosotros en la casa hemos ido a ver sus obras de teatro, es un honor tenerlo por acá. Hay un lugar reservado para ustedes en la sala.

La sala era un cuarto grande con una ventana en medio de la pared que daba hacia la fachada principal, la gente que estaba afuera en la calle veía hacía adentro lo que sucedía, agarrándose de los barrotes de la ventana. Al fondo del cuarto estaba una marimba en vivo que tocaba Lágrimas de Telma, alrededor del cuarto había sillas de madera donde estaban sentados los invitados más importantes que veían bailar en el centro de la sala a la quinceañera con su papá.

La quinceañera vestía el tradicional vestido largo rosado de encajes al estilo piñata, tenía cabello negro y largo peinado al «estilo gitano» de aquellos años, tenía una diadema plateada que le dejaba caer solamente el fleco sobre su frente. Era súper flaca y bajita.

El papá era de unos 55 años, de mediana estatura y tenía un excesivo y prominente estómago, estaba vestido con un traje oscuro, camisa blanca y corbata roja, con un brazo sostenía la cintura de su hija, y el otro lo tenía hacia arriba tomándole la mano, a la cual soltaba constantemente para secarse el sudor y las lágrimas de su rostro con un pañuelo blanco de chibolitas rojas que hacían juego con su corbata. Le costaba mucho agacharse y tomar a la quinceañera de la cintura y a veces, cuando daba vueltas durante el baile, parecía que lo hacía solamente con el vestido de ella pues debido a su flaqueza casi desaparecía dentro de la vestimenta.

Carrillo se acercó a mí y me dijo casi al oído:

¿Ya vio al papá? Está llorando, está llorando de la felicidad y las lágrimas se le mezclan con el sudor. Qué barbaridad, qué sentimiento más puro y digno.

Al lado contrario de la marimba se encontraba una mesa con el pastel de 15 años, era de 3 pisos, tenía una muñequita de plástico que representaba a una princesa de vestido rosado largo parada sobre un portalito en el tercer piso del pastel.

Las paredes de la sala estaban adornadas con globos adheridos a la pared con tape transparente. Había un letrero que decía «Felicidades en tus 15 años hija querida». El suelo de toda la sala estaba cubierto de pino. De inmediato cuando, nos acomodamos en las sillas, llegó la mamá de la quinceañera con un azafate que contenía vasos con horchata de arroz.

Carrillo sentado y degustando de la horchata veía bailar a la quinceañera y a su papá y nos decía:

Esto es fascinante, qué dicha poder estar aquí y ver todo esto, es una bendición. Qué feliz me siento de estar aquí.

Estuvimos allí por muchas horas, comimos tamales, pastel y bailamos con la quinceañera y su mamá, así como con otros invitados. Salimos de la fiesta ya entrada la noche. En el camino de regreso Carrillo no hacía más que imaginarse y comentarme cada momento de la fiesta.

Para Carrillo todo podía convertirse en imágenes teatrales, para tomar ideas de vestuario, fotografía, pintura, escenografía, etcétera. Había guardado en su memoria cada instante y momento de lo que allí había ocurrido. Al día siguiente le contó íntergra la experiencia a Ramón Banus. Así era Carrillo con sus buenos amigos. Él sabía que Ramón estaba buscando nuevos temas para pintar y cada vez que veía algo que para él podía ser motivo pictórico lo comentaba con él.

Llegó el momento de la entrega de los premios Opus de teatro y varios de nuestros montajes resultaron nominados, entre ellos mis trabajos de escenografía e iluminación, mejor dirección, mejor obra de teatro, musicalización y mejor actor en un papel secundario.

Para variar, el teatro de Guatemala no se escapaba de contar en sus adentros con personas que no entendían ni jota del quehacer teatral, pero que por nepotismo resultaron estar en el comité que otorgaría los premios Opus ese año. Carrillo se enteró de quienes estarían en ese comité y de lo que habían decidido hacer con los Opus. Teatro Club tuvo muchas nominaciones, pero del único Opus que me recuerdo que ganamos ese año fue el que se le dio a Abigail Ramírez, por su personaje de Lorenzo Barquero como mejor actor de reparto. Yo le había atinado a mi pronóstico inicial y lo comenté con Abigail, le dije me debes una. La verdad ya no sé cuántas te debo –me respondió–.

Ya que sabía de antemano que no me otorgarían ninguno de los Opus a los cuales estaba nominado, le comuniqué a Carrillo que no iría a su entrega por considerar inaceptable e incorrecta la decisión del comité, pues una de las obras nuestras estaba nominada como mejor obra del año, entonces, según mi lógica, si mi iluminación y escenografía estaban nominadas también en la misma obra, no entendía por qué no se me había otorgado al menos uno de los Opus en juego. Tuvimos una larga discusión y sentí por un momento que Carrillo no había estado al 100 % conmigo en esta situación, debido a que el mayor mérito que tenían mis trabajos, además de su valor artístico por supuesto, era que los había realizado prácticamente de la nada, con un presupuesto miserable de tan solo 180 quetzales.

Hice de «tripas corazón» y fui a la farsa de la entrega de los Opus de ese año.

Seguímos con los montajes con Teatro Club, luego del Collage de Tenesse Williams participamos en el último Festival de Teatro Guatemalteco que recuerdo con la obra Un ardiente seductor al rojo vivo, en la cual se siguieron sumando nuevos miembros al grupo que querían colaborar y tener la experiencia de ser asistentes de dirección o fotógrafos oficiales del grupo.

La Dirección General de Cultura y Bellas Artes organizó de nuevo los Festivales de Cultura y le enviaron una atenta invitación a Carrillo para que participáramos con algún montaje. Desde hacía varios años que Carrillo tenía engavetado el proyecto del montaje de Historia de un Pepe, basado en la novela de Pepe Milla, era parte de una trilogía que él quería hacer.

Anteriormente la Universidad Popular había estrenado su adaptación de La hija del Adelantado con mucho éxito.

Como tercera obra a montarse seguiría Los nazarenos, con estas tres obras se pondría en marcha el proyecto que pretendíamos venderle al INGUAT, para tener estas tres obras en cartelera para el turismo que llega de visita a Guatemala. Desafortunadamente nunca pudimos llevar a un feliz término este proyecto.

Iniciamos el montaje de Historia de un Pepe y ya para aquel entonces yo llegué a contar en una oportunidad 36 miembros del grupo, entre actores y técnicos, era una plantilla lo bastante grande para producir un buen espectáculo. Esta vez compartiría el mérito de la escenografía con Juan José Espada, con el que hicimos la maqueta preliminar de los decorados. Fue un montaje muy interesante, lo realizamos en el Teatro de Bellas Artes (antiguo Cine Popular en la avenida Elena y 15 calle de la zona 1), para mí fue el montaje que me dio la oportunidad de resumir muchos de mis conocimientos de escenografía e iluminación, contaba con escenarios giratorios, tarimas movibles, pantallas traslucidas, ciclorama, efectos de hielo seco, niebla, etcétera, y un vestuario de época muy bien elaborado por Cristy Cobar.

Fue durante este montaje que le platiqué a Carrillo de mis planes de dejar Teatro Club y de emigrar a México para desarrollar una carrera como jefe de producción escénica, al principio se puso muy triste y me dijo:

¿Piensa dejarnos ahora que todo marcha bien en el grupo y que por fin después de casi 5 años hemos retomado y reencontrado el camino para hacer un teatro de calidad en Guatemala?

Mi respuesta fue un sí rotundo, le dije que yo pensaba que era muy poco lo que podía seguir haciendo en Guatemala, que sentía que había topado, que necesitaba tener nuevos retos si en realidad quería seguir en esto.

Sabía que este momento iba a llegar, pero no pensé que fuera tan rápido, pero tiene toda la razón. Yo en su lugar haría lo mismo –me respondió–.

Llegué hasta El Rancho, tenía total cobertura en mi teléfono celular, eran casi las 7 de la noche, estaba cansado, me recordé que estaba en la tierra de Marco Antonio Esquivel (Tatu), quien regresó al grupo para Historia de un Pepe. Llamé a casa, Judith estaba muy preocupada pues ya se había hecho de noche y aún me faltaba el tramo más cansado del retorno, seguía conmovido y triste por lo sucedido. Le informé a Judith que comería en una de las casetas de El Rancho, un lugar por el que muchas veces paramos cuando íbamos de gira para Zacapa, Cobán o Puerto Barrios, lugar de muchos recuerdos cargados de tortilla con pacaya, huevos duros con salsa de tomate y quesadillas…


Continuará.

Francisco De León

Arqueólogo, antropólogo forense, ambientalista, teatrista e investigador. Residente en Suecia desde el 2003 donde ha trabajado en temas de medio ambiente, antropología social y consultor de proyectos de migración para las municipalidades y la dirección del mercado de trabajo sueco. Excatedrático de la USAC y actualmente profesor invitado para las universidades de Uppsala y Gotemburgo.

Memorias de un viajero

4 Commentarios

Lidia Fernandez 04/10/2018

Este relato refleja realmente la imagen de Carrillo, como sus idea nacían de tan solo mirar su alrededor.

JG 03/10/2018

Maravilloso relato!, me conmovio profundamente, una mezcla entre nostalgia y alegria, hermosos recuerdos , tantos detalles, me hizo revivir esa epoca, me emocione evocando recuerdos del maestro Carrillo. Felicitaciones al autor, bien logrado el relato!.

Patricia 03/10/2018

Gracias Francisco, me emociono tanto….un abrazo muy fuerte.

Marco Tulio Monzón Castillo 03/10/2018

Esto es casi la historia del teatro, Pancho. que memoria, Saludos y ya sabes que lo voy a compartir en mi blog, por segmentos.
un abrazo a Judith,

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