Francisco De León | Teatro / MEMORIAS DE UN VIAJERO
En días anteriores habíamos estado revisando con Rudy el libreto de Doña Barbara, aquel estaba interesado en el personaje de Lorenzo Barquero, pues era el que más contenido dramático tenía. Me contó que había tenido una discusión de parranda con Carrillo y que tenían algunas diferencias de criterio en torno a cómo se manejaban las cosas en el grupo.
Rudy y Tatu repentinamente dejaron de llegar a los ensayos, le pregunte a Carrillo qué había pasado, pues yo había intentado comunicarme con ellos por todos los medios a mi alcance, inclusive había ido donde El chino pobre (un restaurante que estaba ubicado en la 8 calle entre 11ª y 12ª avenida de la zona 1, sobre la cara norte del Parque Colón) uno de los lugares favoritos de Carrillo y de mucha gente de teatro de los 80. Según contaba el mismo Carrillo, en ese local de El chino pobre había funcionado años atrás El cututuy, un bar que describió Miguel Ángel Asturias en su novela Viernes de Dolores, donde solía llegar a pedir limosna y tragos el Choloj, uno de los personajes principales de esa novela que narra la historia de la Huelga de Dolores.
Sin mayores preámbulos, Carrillo me informó que Rudy había dejado el grupo y que no quería que se hablara mas de él, que teníamos mucho por hacer y que no perdiéramos el tiempo en banalidades. Esa faceta de Carrillo no la conocía muy bien, no lo veía como un dictador, sino más bien como un amigo y un maestro, me sorprendió de sobremanera, pensé que luego del ensayo platicaríamos sobre el asunto, pero no quiso tocar el tema y yo respeté su decisión.
Algunos meses después me encontré a Rudy en el estreno de una obra de teatro en la Universidad Popular, el encuentro fue cálido como siempre, pero cuando le toqué el tema de su retiro de Teatro Club, cambió su actitud y no quiso comentarme más. Hasta la fecha no he sabido los motivos verdaderos de su dimisión del grupo, sin embargo, para Rudy, y en cierto momento para Tatu, el hecho de separarse de Teatro Club significo una evolución en sus carreras artística y profesional.
Carrillo poseía una de las bibliotecas de teatro más completas que he conocido, tan solo comparable con la que en su momento tenía el TAU, allí se podían encontrar obras dramáticas de teatro español, francés e inglés, libros técnicos de escenografía, iluminación, vestuario, tramoya, maquillaje, dirección escénica, técnicas teatrales, poesía, pintura y escultura. Además, las mejores revistas de teatro de Broadway, de España y de Argentina. Para un apasionado del arte y el teatro como yo, esta biblioteca significaba tener acceso a una fuente interminable de conocimientos. Carrillo sabía de mi pasión por la lectura, recuerdo que regularmente llegaba a su casa como a las 11 de la mañana, pues más temprano era imposible para él (era una “animal nocturno”, como solía decírmelo, que comenzaba a funcionar a partir de las 12 del medio día y terminaba como a las 4 de la mañana), comenzábamos a platicar sobre Buñuel, Almodóvar, saltándonos hacia Brecht, Grotowski, Chéjov o Casona. Siempre surgían los ejemplos y las interrogantes, entonces recurría a su biblioteca para decirme y explicarme el porqué era correcto o incorrecto lo que pensaba. Yo tenía como rutina llevarme a mi casa un libro de teatro semanalmente, luego, cuando lo terminaba, se lo llevaba de vuelta y comenzábamos a discutir sobre mi lectura, esta rutina duró por muchos años. Siempre me decía: Escoja qué quiere leer esta semana, voy a apuntar qué se lleva, cuando esté listo me lo devuelve, eh…
Eran tertulias interminables, sin embargo, lo único que a Carrillo le extrañaba de mí o le parecía extraño era mi falta de apetito hacía la bohemia, según le decía a los demás actores y amigos que yo podía amanecer montando una escenografía, una iluminación o inclusive ensayando hasta las 4 de la mañana, pero para la parrada era un cero a la izquierda. Y sí era verdad, eso me mantuvo al margen de muchos incidentes y momentos desagradables. Sin embargo, por esa falta de bohemia decía confiar más en mí y en mi criterio artístico, pues, según él, yo siempre estaba sobrio y con los pies puestos sobre la tierra.
El tramo entre Morales y Los Amates estaba en reparación y las colas para poder avanzar hacia la capital eran interminables, estuve parado antes de llegar a Los Amates por más de una hora, la cobertura de teléfono celular no era muy buena en esa época, así que no tenía la posibilidad de comunicarme a casa, tan solo estaba yo con mis recuerdos. Era agradable de alguna manera recordar aquellos años en los que me sentía encima del bien y del mal, en los que mi único interés era crear cosas buenas dentro del arte, fuera de la intriga y la maldad, solía decirle a Carrillo que había mucha gente que tenía la mente «retorcida y cochambrosa» y eél tan solo se reía y me decía de dónde saca esos sus dichos, Francisco.
Vi a unos trabajadores de Caminos caminar en sentido contrario y les pregunté cuánto tiempo más estaría parado el tráfico, me dijeron que no sabían, que estaban esperando que llegara un mecánico para que arrancara uno de los camiones de volteo que se había quedado en el camino, era lo clásico de siempre, no había más que tener paciencia.
Cuando finalmente acepté que Rudy estaba fuera del grupo, me centré de nuevo en la producción de Doña Barbara. Contacté a Abigail Ramírez en la UP, fue muy agradable el reencuentro, pues ya teníamos muchas anécdotas detrás de nosotros, como el hecho de haber actuado en una obra de teatro en la Casa Flavio Herrera con el grupo de teatro Cuarto Creciente, a la cual en una función llegaron solamente dos personas que en el intermedio del primer acto abandonaron la sala. Era una pieza de teatro sobre la vida y obra de Franz Kafka, con mucho contenido social y filosófico, pienso que estaba muy avanzada para aquellos años del teatro en Guatemala.
Le comenté al Abigail sobre el papel de Lorenzo Barquero, lo animé diciéndole que era un personaje para un Opus (el Opus era un galardón que se entregaba cada año para premiar a las mejores producciones de teatro, al igual que en el Oscar en Hollywood se premiaba la mejor actuación, dirección, obra de teatro etcétera). Se emocionó y aceptó el papel sin mayores complicaciones, lo llevé al grupo y allí escribió parte de su carrera artística.
En esta nueva aventura de Doña Barbara llegaron al grupo amigos de Carrillo que no tenían experiencia en el teatro, por ejemplo María Mercedes Arrivillaga, esposa de Manuel José Arce, quien realizó el papel de Doña Barbara; Julio Godoy, un columnista del Diario El Gráfico y estudiante de ingeniería, en el papel de Santos Luzardo; Luis Escobedo, exrey feo universitario (El Sha de Irán) y activista del Partido Democracia Cristiana, en el papel de Balbino Paiba. Continuó en el grupo Felipe Valenzuela como maestro de ceremonias, quien ya había participado con nosotros en María, desarrollando la misma actividad.
Al elenco de esta obra se sumó también Ángelo Medina en el papel de Juan Primo y algunos de los actores que habían trabajado en María como Evelyn Torres y Pablo Antonio del Cid, entre otros.
Estrenamos Doña Barbara en el teatro del IGA en 1984 en temporada para estudiantes y público en general, bajo la dirección de Hugo Carrillo y de nuevo la producción técnico-artística, a mi cargo, es decir, diseño de iluminación, escenografía, utilería y montaje en general. Como acápite en el montaje desarrollé el papel de míster Danger.
Carrillo, además de ser un excelente dramaturgo y director, tenía muy claro el concepto de la mercadotecnia del teatro, balanceando de muy buena manera la calidad artística del espectáculo como su forma y manera de venderlo. Nuestra idea era tratar de producir espectáculos teatrales que mantuvieran el Teatro del IGA en constante actividad y llegar a ser el grupo oficial del IGA, en un momento llegamos a pensar que podríamos ser absorbidos por ellos.
Como parte de esa estrategia de mercado, surgió la idea de desarrollar el montaje de una obra de Tennessee Williams, aprovechando que la embajada de Estados Unidos, a través del IGA, tenía pensado desarrollar una serie de actividades culturales en conmemoración del primer aniversario de la muerte del dramaturgo estadounidense.
Carrillo me comentó que había hablado con la jefe de actividades culturales del IGA y que le había gustado mucho la idea, pues el IGA presentaría solamente una exposición itinerante sobre la vida y obra del autor, pero no había nada más al respecto. El hecho de montar un espectáculo sobre su obra nos facilitaría más el camino en nuestros planes sobre el Teatro del IGA.
Nos pusimos de acuerdo con Carrillo y nos juntamos en su casa para tramar la nueva aventura, era la primera vez que intentaríamos desarrollar un montaje paralelo, sin embargo, ahora lo que menos nos faltaba era el recurso humano, podíamos escoger e invitar al actor, actriz o amigo que quisiéramos, pues siempre estaban atentos a participar con nosotros.
Después de haberme servido el habitual café que solía preparar, se sentó en su escritorio que estaba pegado a la pared junto a la puerta de entrada a su cuarto. A un costado del escritorio, y también pegada a la pared, estaba una silla en la cual solíamos sentarnos los que teníamos reuniones con él. Ese lugarcito del escritorio era donde se generaban todas las ideas de los montajes y en el cual él escribió la mayor parte de sus artículos de prensa y obras de teatro. Sobre el escritorio y en el centro tenía una máquina de escribir mecánica color blanco marca Remington. Al extremo izquierdo del escritorio tenía una papelera llena de documentos, papel membretado de Teatro Club, papel carbón, corrector líquido de textos y como tres pocillos de cerámica repletos de lápices, lapiceros, marcadores para subrayar en diferentes colores, una engrapadora que según el decía nunca tenía que faltar en un escritorio. La pared junto al escritorio estaba repleta de fotografías de montajes de teatro, fotografías de gente de teatro, con dedicatorias, de algunos de sus viajes por el mundo y de apuntes importantes y números de teléfono.
Recuerdo que en una oportunidad me quedé viendo con atención los pedazos de papel en los que apuntaba los números de teléfono y algunos recordatorios importantes que solía escribir y pegar en la pared, me pareció bien interesante tener una memoria de este tipo y le dije que con toda esa información que tenía pegada allí podía escribir una obra de teatro, un poemario o inclusive un relato corto de la misma manera que August Strindberg había escrito su relato corto sobre la media hoja de papel. No había terminado de decirle el título del relato, cuando él ya me había hecho un análisis completo sobre la obra del dramaturgo sueco. Eso me incentivaba más a seguir adelante en mis lecturas y me propuse seguir investigando hasta comentarle sobre algún autor de teatro que él no conociera, sin embargo, mis esfuerzos siempre fueron en vano.
En el resto de la pared tenía colgados diplomas y reconocimientos, y algunos afiches de obras de teatro que había dirigido. En la pared opuesta del escritorio tenía una enorme librera que contenía su biblioteca, esta ocupaba casi 80 % de toda la pared, en la parte baja de la librera tenía desarmada y utilizada como entrepaños una caja de muerto de madera de pino que había comprado en San Juan Ostuncalco, años atrás. Según me decía, cuando muriera quería ser enterrado en la misma.
Los entrepaños de la librera estaban decorados con recuerdos de cerámica y porcelana procedentes de todas partes del mundo, así como de plaquetas y reconocimientos que le habían otorgado por su labor teatral. Recuerdo que en una oportunidad. cuando platicábamos sobre arte, tomó un recuerdo que había comprado en Florencia, era un pequeño florero de cerámica con la figura de un arlequín tocando una flauta, esta pequeña escultura tenía su acabado de superficie en blanco. Conforme platicábamos agarró un par de marcadores azul y rojo y comenzó a pintarles la tradicional ropa de cuadros de los arlequines. Luego me dijo:
Esto es lo que uno tiene que hacer en el arte, cambiar las cosas que ya están hechas por algo mejor. Ahora este arlequín tiene vida, que, aunque en un principio fue hecho para tener una función, ahora tiene otra. La que le dimos nosotros ahora. Ese tiene que ser el arte, un constante cambio de lo establecido. Para mejorar, por supuesto.
Luego me regaló el pequeño florero, el cual conservé en mi casa por muchos años hasta que finalmente se lo regalé a mi hija cuando se mudó de nuestra casa.
Ya con el café endulzado y después de haber aterrizado completamente, me dijo:
¿Qué montamos papa, qué se le ocurre?
Yo me quedé pensando un momento antes de contestarle. Había leído y conocía a fondo la obra de Williams, la había seguido de cerca, además, por las adaptaciones al cine, me había entusiasmado la idea de montar Un tranvía llamado deseo. Mi respuesta fue inmediata y sin dudarlo:
“Un tranvía llamado deseo”, maestro, pienso que sería adecuado.
Sin embargo, al mismo tiempo reflexioné en mi respuesta y le dije:
Pero por lo complejo del montaje tendríamos que pensar en el tiempo, de repente “El zoológico de cristal” podría funcionar mejor, pues no necesita de muchos actores.
Carrillo agarraba las cosas al aire, es decir, una idea inicial la repensaba en la cabeza y luego la transformaba en una genialidad. Se me quedo viendo y me dijo:
Usted dice ahora “Un tranvía llamado deseo”, pero después, “El zoológico de cristal”, después me va a decir “La noche de la iguana” ja, ja, ja. ¡Un collage papa!, un collage es lo que vamos a hacer.
Se levantó de su escritorio, fue hacia la biblioteca y empezó a sacar las obras de Tennessee Williams, regresó y se sentó de nuevo, comenzamos a revisar y hacer una selección de lo que considerábamos necesario. Ya teníamos todo el repertorio de la obra dramática de Williams.
Cuando Carrillo se sentía entusiasmado y motivado por una idea comenzaba a tararear «El Che araña» un tango de Cri Cri. Cuando eso ocurría yo sabía que las cosas iban bien y que él ya tenía una idea clara de lo que vendría más adelante.
Seguimos platicando por más de una hora, recuerdo que en esa oportunidad me dijo:
Ahora ya ni le pregunto, yo sé que puedo contar con usted, por eso ya sé que el montaje es asunto suyo. En eso no me meto, sé que va a ser brillante como los anteriores. Solo tenemos que platicar para ponernos de acuerdo.
Yo sabía que esa era la manera que Carrillo tenía de motivarme y hacerme sentir cómodo en lo que me gustaba. Él sabía que yo no era bueno para las adulaciones, que tenía los pies bien puestos sobre la tierra en lo referente al quehacer teatral.
Luego de las funciones de Doña Barbara, solíamos reunirnos para planificar el nuevo montaje, tenía el material de las escenas casi listo, hasta que finalmente un día llegó y me dijo:
Ya tengo el nombre que le pondremos al churro, el collage se llamará “Tennessee Williams ¿Ángel oscuro o demonio iluminado? Una selección de las escenas más significativas de su obra dramática como Un tranvía llamado deseo, La noche de la Iguana, de repente en el verano, entre otras”.
Para este nuevo montaje llegaron nuevos integrantes al grupo para reforzar el collage que utilizaba como base a los actores de Doña Barbara, como Javier Chocano, Mercedes Arce (hija de María Mercedes Arrivillaga), el profesor de Literatura de la Escuela Normal Central para Varones y del Colegio Alemán, Alvaro Cano, quien fue invitado por Carrillo para que hiciera el papel de narrador en el collage, Francisco Lezama (El pájaro) y Liwy Grazioso, quien llamaba cariñosamente a Carillo “el tío Hugo”. A Liwy la conocía por haber sido mi compañera de estudios en la Universidad de San Carlos, su paso por Teatro Club fue efímero, se fue a terminar sus estudios de arqueología a México, luego de una larga estadía en el Distrito Federal regreso a Guatemala, recuerdo que la ultima vez que me encontré físicamente con ella en Guatemala fue en el Museo Miraflores, del cual actualmente es su directora.
Estrenamos el collage de Tennessee Williams con un rotundo éxito, los comentarios fueron halagadores y Carrillo continuó con su tradición de homenajear a personalidades del arte, la cultura y la política de Guatemala. En una oportunidad se le rindió homenaje a Vinicio Cerezo por ser uno de los políticos más jóvenes del país. Recuerdo que después del homenaje, Vinicio nos invitó a tomar vino a su casa pues habían llegado de El Salvador algunos políticos de la Democracia Cristiana para celebrar el triunfo de Napoleón Duarte, quien había sido electo presidente de ese país.
En casa de Vinicio, Carrillo se reencontró con un dirigente de la Democracia Cristiana de El Salvador, quien había sido su amigo de juventud, su nombre no lo recuerdo, pero sí su apellido, Trejo, él nos invitó a presentar las dos obras que teníamos en cartelera en el Teatro Nacional de El Salvador como parte de las actividades de toma de posesión del presidente Duarte.
Había muy buena camaradería y espíritu de colaboración en el grupo en ese tiempo, las cosas marchaban muy bien, Carrillo se sentía pleno de confianza, tenía muchas ideas en la cabeza e invitaciones para dar charlas y conferencias sobre el teatro para estudiantes en Guatemala.
Por fin pudieron retirar el camión de la carretera, encendí el carro y proseguí mi camino, tenía que hacer una parada técnica en Los Amates, cargar mi teléfono y tratar de buscar uno comunitario para llamar a mi casa. El calor era insoportable, mi imaginación siguió volando y volando, cuando…
Continuará.
Francisco De León

Arqueólogo, antropólogo forense, ambientalista, teatrista e investigador. Residente en Suecia desde el 2003 donde ha trabajado en temas de medio ambiente, antropología social y consultor de proyectos de migración para las municipalidades y la dirección del mercado de trabajo sueco. Excatedrático de la USAC y actualmente profesor invitado para las universidades de Uppsala y Gotemburgo.
8 Commentarios
Que emocionante! ,está es Historia del Teatro Guatemalteco, lo felicito y espero el siguiente capítulo.
Álvaro Cano, maestro de literatura de la Escuela Normal Central para Varones y del Colegio Alemán, fue invitado por el maestro Carrillo para que hiciera de narrador en el collage ¿Ángel Oscuro o Demonio Iluminado?.
Gracias por la información Rodrigo, la añadiré y corregiré en el texto. Saludos
Buen relato maestro, has tenido un a larga trayectoria teatral y mas con el magnifico dramaturgo como el gran Hugo Carrillo, esperando el proximo capitulo.
De nuevo felicitaciones, sus memorias plasmadas como siempre en entretenidos y ricos relatos entretienen e informan con facilidad! , gracias por compartir sus momorias, esperamos desde ya el proximo capitulo.
Felicitaciones me seguis y nos seguis sorprendiendo con tan memorables recuerdos, abrazos!
Interesante conocer tantas cosas de la complejidad del teatro a través de tu narración. Bendiciones
Excelente relato. Parte de la historia del Teatro Guatemalteco que has sabido guardar y que ahora compartís con las nuevas juventudes.
saludos Pancho y gracias por esas vivencias compartidas
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