Vinicio Barrientos Carles | Para no extinguirnos / EPISTEME
A los animales, a quienes hemos hecho nuestros esclavos, no nos gusta considerarlos nuestros iguales.
Charles Robert Darwin
Todos aprendimos de Charles Darwin en la escuela elemental. Lo vinculamos indefectiblemente a los conceptos de evolución, considerándolo el creador de la teoría que para muchos es un bastión en contra de las ideologías creacionistas. A decir verdad, el neodarwinismo y la síntesis evolutiva moderna no son tan simples como la vox populi los suele concebir, con preconceptos tales como aquellos que afirman que sobrevive el más fuerte o el más inteligente. Por ejemplo, vale aclarar que no existe contradicción alguna que contraponga los conceptos evolutivos con las ideas de un diseño inteligente subyacente en la defensa de la creación del ser humano. En términos científicos, la confrontación fundamental a las primeras teorías evolutivas, basadas en la concepción que Lamark formulara a inicios del siglo XIX, provino del descubrimiento de la genética, originalmente expuesta de manera brillante por medio de las leyes de Gregor Mendel, las cuales fueron redactadas de manera contemporánea a la obra de Darwin, pero ignoradas por más de cuarenta años. Es importante enfatizar el fehaciente rechazo que en su momento tuvieron las ideas evolucionistas planteadas hace más de 150 años, básicamente por la citada contraposición, falsa e inexistente, entre la evolución y el creacionismo planteado en las religiones abrahámicas, que abarcan hoy en día a más de la mitad de la población humana.

Después de este preámbulo, cabe puntualizar que, en efecto, la síntesis evolutiva moderna representa la integración de estas dos teorías: la evolución de las especies por la selección natural con la teoría genética que fundamenta la herencia y la mutación aleatoria como fuente de variación en las poblaciones. Desde entonces muchos avances se han presentado, y más aún a finales del siglo XX, tiempo durante el cual la tecnología computacional ha permitido la implementación de nuevos modelos matemáticos que han viabilizado innovadoras metodologías para evaluar la cercanía entre las distintas especies de seres vivos.
Un ejemplo de estos novedosos resultados lo hemos expuesto con el perro, que comparte con el lobo no solo el género sino también la especie (Canis lupus), así como el cerdo con el jabalí (Sus scrofa) y el gato doméstico con el gato montés (Felis silvestris). La diferencia entre las anteriores parejas de animales, en sus versiones salvajes y domésticas, se presenta a nivel de la subespecie, siendo para las segundas las denominaciones familiaris, domesticus y catus respectivamente. Así, aunque en nuestros idiomas coloquiales distinguimos entre estas parejas de animales, estos son fundamentalmente (genéticamente) iguales. Otro hallazgo de este tipo es el caso del oso panda (Ailuropoda melanoleuca), que anteriormente se le ubicaba, junto con otros pandas, como miembro de la familia de los mapaches (procyonidae), mientras que ahora se ha verificado por los análisis del ADN que se trata de un miembro de la familia ursidae, efectivamente la más abundante de los osos.

Dicho brevemente, los parientes filogenética y evolutivamente más cercanos se encuentran en los taxones inferiores, los más específicos. La jerarquía fundamental que Carlos Linneo estableció en su taxonomía fue la siguiente: filo > clase > orden > familia > género, finalizando en la especie, constituida por aquellos seres compatibles entre sí para la reproducción y la sostenibilidad biológica a lo largo del tiempo.

Se comprende entonces cómo los taxones están vinculados con la cercanía filogenética, mediante el análisis del ADN, y también con la cercanía evolutiva, plasmada en los diagramas cladísticos. De esta guisa que la clasificación de un animal, o ser vivo en general, nos habla de la cercanía con otros seres vivos. Un enfoque relacionado, pero diferente, es el de la ontogenética (o morfogénesis), que trata de la historia del desarrollo de los seres vivos, desde la fecundación hasta la senescencia. Acá, mientras más cercanos biológicamente sean dos individuos, sus líneas evolutivas individuales serán indistinguibles por un mayor período de tiempo.
En términos más sencillos, el objetivo es generar una clasificación que nos permita decir qué tan cercanos biológicamente se encuentran dos determinadas especies. Por ejemplo, el perro es cercano al zorro a nivel del orden (canidae), con el coyote a nivel del género (canis) y finalmente con el lobo a nivel de la especie (lupus), aunque en este último caso se distinguen a nivel de la subespecie. Este concepto de cercanía, dado por la taxonomía derivada de la sistemática cladística va atado de manera inseparable al tiempo desde el cual ambas especies se separaron evolutivamente de un tronco común.

Dentro de este contexto general, las teorías evolutivas y genéticas han ocupado un lugar importante en el estudio de nuestra posición en el reino animal y de nuestra función en la biosfera, como gran marco de referencia. Existen evidencias que apuntan a un reposicionamiento de nuestro pariente más cercano, el chimpancé, de género pan, lo cual estaremos ampliando en un artículo posterior.

Imagen principal tomada de Mis Animales.
Vinicio Barrientos Carles

Guatemalteco de corazón, científico de profesión, humanista de vocación, navegante multirrumbos… viajero del espacio interior. Apasionado por los problemas de la educación y los retos que la juventud del siglo XXI deberá confrontar. Defensor inalienable de la paz y del desarrollo de los Pueblos. Amante de la Matemática.
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