Luis Felipe Arce | Política y sociedad / EL CASO DE HABLAR
El poeta español Antonio Machado afirmó en su momento que «Un hombre público que no queda bien en público es peor que una mujer pública que no queda bien en privado».
En esa misma línea, muchos años después, el expresidente norteamericano Ronald Reagan decía: «La política es la segunda profesión más antigua del mundo y, es muy parecida a la primera».
Tanto a Machado cómo a Reagan les sobraban motivos para sustentar sus razonamientos, porque es necesario diferenciar entre el político que busca el poder por el poder mismo y el que se justifica diciendo que lo hace con fines morales.
Dentro de la suma de todos los males que tienen hundida a nuestra sociedad, la principal causa por la que estamos como estamos parte de una clase social que ha prostituido el arte de gobernar.
Sir George Bernard Shaw lo tenía bien claro al afirmar que «A los políticos y a los pañales hay que cambiarlos seguido… por las mismas razones».
La democracia, en definitiva, no se guía por filosofías morales donde las categorías del bien y el mal señalan lo que debe y no debe hacerse. Hoy, dolorosamente, sabemos que eso no funciona. ¿Por qué? Porque los políticos no le temen a la justicia. En los actuales tiempos podemos ver que existe un divorcio puntual, un esfuerzo estéril entre la ética y la intención de poder moralizar la política. Lo justo y lo injusto, lo virtuoso y lo indigno se han situado estratégica y convenientemente siempre al margen o detrás de la razón de Estado. Política y moral son esencialmente antagónicas. No existe relación alguna entre la ética del hombre común y corriente y la frialdad con que el político de turno pasa por encima de toda consideración moral o legal con el fin de alcanzar su objetivo.
En su libroLa república (libro II) Platón concebía al gobierno como un ente de moral y de razón integrado por hombres virtuosos y sabios en un mundo que, como el nuestro, estaba cada día más ansioso de contar con gobernantes dignos y políticos ilustrados, reflexivos y tolerantes… capaces de subordinar la política a la moral. Desafortunadamente, cada cuatro años tropezamos con la misma piedra, y en lugar de llevarnos por la razón y las virtudes morales, nos dejamos llevar por los cantos de sirenas trasnochadas que nos mantienen en un perenne estado de sumisión, miedo y desconfianza.
En el libro I de La república, Platón se centra puntualmente en el tema de «Las ventajas de la injusticia en asuntos políticos y económicos» al decir: «Se sostiene que la injusticia paga, sobre todo cuando se comete a gran escala» y concluye con que «la felicidad de unos pocos procede de la injusticia más no de la justicia». En realidad,
la justicia es un bien ajeno, conveniencia del poderoso que manda y daño para el súbdito que obedece. La injusticia es todo lo contrario, y ejerce su imperio sobre las personas justas que por sencillez ceden en todo ante el interés del más fuerte. Los delincuentes comunes cuando son cogidos in fraganti son castigados con el último suplicio y se les señala con los calificativos más odiosos. Según la naturaleza de la injusticia que han cometido, se les llama sacrílegos, estafadores o ladrones. Pero si se trata de un gran señor que se ha hecho dueño de los bienes y haberes de los ciudadanos, en lugar de darles esos epítetos detestables, se les mira como hombres filántropos e inteligentes y son arropados y protegidos por los hombres de su misma clase y condición. La justicia, en consecuencia, es la conveniencia del más fuerte y, la injusticia es por sí misma, para el más fuerte… útil y provechosa.
De la época de Platón hasta el día de hoy «solo» han pasado veintiséis siglos. No cabe duda que la experiencia de una larga vida (murió, como Pitágoras, bastante anciano para esa época, a la edad de 81 años), resultó su vida una total y absoluta paradoja con la cual terminó por «desplatonizarse».
Otro de los clásicos, Aristóteles, al igual que Platón, destacaba la «sensibilidad natural» del hombre. El hombre es un animal social (zoon politikon), es decir, un ser que necesita de los otros para sobrevivir. No es posible en que el individuo sea anterior a la sociedad. La sociedad es el resultado de una convención establecida entre individuos que vivían independientemente unos de otros en estado natural anterior a la familia y a cada uno de nosotros.
Como no hay nada nuevo bajo el sol, a lo largo de la vida en sociedad nos hemos dado cuenta, hasta la saciedad, de que siempre han existido personas que se aprovechan y benefician de las necesidades y falencias de las grandes mayorías. Esos personajes son los políticos de turno en todos los tiempos y lugares que conciben al estado como botín.
En conclusión, la política tiene muy poco que ver con la justicia, por eso es casi imposible que un gobernante no sea inmoral o que un tirano no sea injusto. Desde Platón seguimos con el mismo e interminable enigma sin resolver… «en qué fragua podremos forjar los grilletes institucionales que limiten los incontables excesos del poder político».
Eduardo Galeano nunca se cansó de remarcarlo: «La justicia es como las serpientes, solo muerde a los descalzos».
Por eso se recomienda siempre volver la vista atrás y nunca olvidar las lecciones de la historia y repetir cómo Aristóteles: «las naciones que ignoran la historia están condenadas a repetir sus tragedias».
La siempre protestataria Mafalda ha inspirado numerosos grafitis que han tomado por asalto las paredes de las vías públicas de nuestra ninguneada América Latina. El siguiente destaca con luz propia: «No somos un país pobre, sino un país empobrecido por políticos mafiosos que han desangrado a su propia patria. No nos faltan recursos… nos sobran ladrones».
¡Patético de verdad!
Imagen principal, estatua de Sócrates, tomada de La Soga.
Luis Felipe Arce

Guatemalteco. Ingeniero civil, por varios años gerente de Producción para Centroamérica de una importante corporación mundial dedicada a la fabricación de materiales refractarios y aislantes. Actualmente, consultor independiente.
Correo: luisarcef@yahoo.com
2 Commentarios
Estimado Arturo;
A los tres: Socrates, Platón y Aristoteles se les considera como «Los padres fundadores del pensamiento occidental».
Socrates fue condenado a beber cicuta por una sociedad corrompida y en franca decadencia, fue amigo de Platón. Tras la muerte de Platón fundó «La Academia» y enseñó ahí hasta su muerte.
Aristóteles fue educado en La Academia de Platón donde permaneció hasta su muerte en el año 347 a.C. fue TUTOR de Alejandro Magno. Regresó a Atenas y estableció su propia escuela filosófica «El Liceo».
De ahí, la razón del paso de los tres a la inmortalidad.
No cabe duda que estamos en esa fase mi querido Guichín; de acuerdo a tus expresiones inspiradas, es la pura realidad. El mas sabio al final sigue siendo Aristóteles.
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