Hijo de buena mata

Fernando Zúñiga Umaña | Política y sociedad / EN EL BLANCO

Soy hijo de buena mata. Mi padre era carpintero. Siempre quiso que yo estudiara. Mi maestra, cuando salí de sexto le dijo: «Cuidado don Fernando no lo pone a estudiar». Sin embargo, era pasivo, tranquilo, no se inmutaba. Eran años difíciles. Todavía el trueque dominaba las economías rurales allá en ese bello pueblo de Coronado. Mi padre hizo un trueque con el sastre, apellido García, para que me hiciera el uniforme, algún mueble o qué sé yo le dio a cambio.

Lo recuerdo pensativo en el corredor de piso rojo lujado de la casa, pensando en la forma de que yo fuera al colegio. Le dije que no se preocupara, que además no tenía muchas ganas. Siempre entré al colegio, pero realmente no me interesaba estudiar, además nadie me motivaba. En una ocasión que gané todas las materias, me fui a la fábrica donde él trabajaba. Porque no siempre trabajaba en su taller, cuando no salían las cosas tenía que irse a la fábrica. Llegue eufórico y le dije que había ganado todas las materias, me dijo… «manda huevo, si solo en eso está». Con lo que me costó, porque la verdad es que odiaba el colegio. Decidí no estudiar más y me fui a trabajar a la fábrica (mi hermano Hugo diría, ¿cuándo trabajaste?). Los dueños eran varios hermanos. Uno de ellos me dijo: «¿Para qué estudia? Eso es solo para los ricos». Le conté a mi papá, y eso me ayudó.

Me dijo, váyase para la casa, allá me ayuda con algunas cosas, una de ellas era hacer ataúdes de jaúl. Una madera blanca y suave, de mala calidad, pero ideal para ese tipo de cajas fúnebres, seguro que se pudren al ritmo de su inerte inquilino. Por dicha que las forraban con una tela de peluche, porque los cortes me quedaban pésimos. Volví al colegio, esta vez de noche. No tuve problemas, luego a la universidad, ahí no sé porque diablos estudié economía, tal vez fue como un reto. Era de las más difíciles y la daban de noche. No me fue mal. El hecho es que luego, mucho tiempo después, hice una maestría –de las de verdad– y después un doctorado, nunca me lo imaginé, menos cuando mi vida era jugar futbol. Cuando iba para el colegio y veía a mis amigos listos para la mejenga, me bajaba del bus y a la orilla del marco quedaban mis cuadernos.

A mi papá le decían don Nino. Era una persona muy especial, por eso digo que soy de buena mata, él murió primero que mi madre. Y qué decir de mi madre, se llamaba Sidaliz, y le decían doña Sida. Cuando apareció esa enfermedad, mi papá decía, tengo 50 años de vivir con Sida y no me he muerto. De mi padre aprendí política, él recibía todos los sábados el Semanario Libertad, periódico del Partido Vanguardia Popular, cuando llegaban a dejárselo una señora que ahorita no recuerdo su nombre (ya recuerdo, se llamaba Dulcelina), mi mamá decía: lo busca esa vieja comunista. Él reía. Difícilmente se enojaba, menos con mi madre. Disfrutaba leyendo el periódico, cuando lo terminaba seguía yo, luego de eso, era un bien sustituto del papel higiénico: bien de lujo en esos años.

Cuando me gradué en la UCR, llevé a mi padre, recuerdo su mirada, estaba feliz. Yo estudié una carrera donde los profesores no permitían que uno tuviera opinión propia, donde un profesor le decía a uno, y lo repito casi de la manera literal en que nos lo decía: «Muchachos, para entrar a esta clase (era de microeconomía), deben dejar los principios afuera». Cómo diablos dejar los principios afuera, si mi vida siempre estuvo sujeta a esos principios, al recuerdo de don Nino, trabajando de día en la fábrica y de noche en su pequeño taller, y de mi madre, quien nunca tuvo esos placeres que da la vida a quienes según esos viejos profesores, maximizan las ganancias y minimizan los costos. Ella, sin saber nada de economía, maximizaba el pobre ingreso de mi padre, y minimizaba el hambre de sus hijos.

Mi madre nunca descansaba, sus piernas la hicieron sufrir toda una vida, pero su queja la hacía dentro de su cuarto, para que no la oyéramos. Vivió muchos años. Casi estoy seguro de que pocos de ellos fueron un feliz año nuevo. Vio morir a don Nino, a su hija Isabel, a su hija María Elena y a su hija Sidita. Un día me dijo que quería morirse antes de que otro de sus hijos muriera y así fue. No hubo aviso, ni nada, murió como quería, sin tener que ir a un hospital. Mi mamá era ferviente católica, cuando podía me gustaba llevarla a la puerta de esa bella iglesia de Coronado, mi papá nunca iba a la iglesia. Mi mamá decía que a ese viejo masón no le gustaba ir a misa. Él reía, era el hombre más tranquilo del mundo. Como dice la canción: «es un buen tipo mi viejo, anda solo y esperando… él tiene los ojos buenos y una figura pesada, la edad se le vino encima, sin carnaval ni comparsa… viejo, mi querido viejo». Cuanto te extraño.


Imagen principal Hijo de buena mata, por Fernando Zúñiga Umaña.

Fernando Zúñiga Umaña

Costarricense, estudioso de la realidad económico social y política nacional e internacional. Economista de formación básica, realizó estudios en la Universidad de Costa Rica y en la Flacso México. Durante más de 30 años laboró en la Universidad Nacional de Costa Rica. Actualmente es director del Doctorado en Ciencias de la Administración de la Universidad Estatal a Distancia de Costa Rica. Consultor privado en el campo de la investigación de mercados, estudios socio económicos.

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