Ju Fagundes | Cóncavo/convexo / SIN SOSTÉN
La expresión, común y popular en Brasil, es generalmente usada para referirse al maltrato que una mujer (¡sí! una mujer) puede hacer a un hombre. Significa que, como haría la dueña, o dueño, del zapato al agredir a su gato para quitarlo de un lugar o alejarlo rápidamente de algo, la mujer, estaría agrediendo a su pareja pero, como sucede con los gatos, aquel pronto volvería al regazo de quien lo maltrata. No porque le gusten las agresiones, sino porque tiene un afecto especial y superior por quien le trata mal.
Es cierto que existen relaciones en las que el hombre es sumiso en exceso, como también hay congéneres que se deleitan con la agresión permanente y pública a su pareja. Pero son excepciones a la regla, que es de relaciones a la inversa, en las que las mujeres no encuentran el más mínimo placer o satisfacción en la agresión y el hombre, más que pareja, es el perpetrador permanente de ofensas, agresiones físicas y psicológicas. Él se satisface en agredir, en humillar, sabiendo además, que a la otra eso le mortifica y duele. No hay nada más allá de la satisfacción por ofender y ver sufrir.
Pero, como ya lo gritó a los cuatro vientos Rita Lee hace ya casi cuarenta años, en su pegajosa canción Lanza perfume, hay momentos de excitación erótica en los que el juego de gato y zapato pueden ser el complemento perfecto para alcanzar mutuos orgasmos. Es un juego peligroso, porque se está frente a la tenue línea que separa el placer del sufrimiento, y es totalmente falso que estas sean dos caras de una misma medalla.
En el juego erótico, los sufrimientos deben ser sutiles y hasta fingidos, infinitamente inferiores al placer a obtener después. Debe ser una dominación simulada, alternada, porque quien efectivamente se somete no disfruta, y el sexo es placer compartido, con diferencias de tiempo, a veces, pero compartido. No hay vocación, y ni siquiera insinuación sadomasoquista, en el setentero pregón erótico de Rita Lee y Roberto de Carvalho en su provocadora música [1], en la que se pide «hazme de gato y zapato, y déjame de cuatro en el acto», como tampoco la hay en la Adocica, que casi una década después, con ritmos y rimas diferentes, popularizó Beto Barbosa.
En ambos casos es el varón el que pide el trato juguetón de gato y zapato. En la canción de Lee y de Carvalho es muy claro, pues la música inicia pidiendo a una jovencita que lance el perfume y realice todo lo demás. En la Barbosa es a esa «Morena, dulce sabrosa, magia de mi placer» a la que le pide hacerle de gato y zapato. Son ellos pues, los que piden un trato duro, castigador, como parte de su placer erótico. Dureza y castigo que bien pueden relacionarse con obligar a detener la eyaculación, a impedir la penetración inmediata, a hacer difícil la llegada hasta el fin, sabiendo que llegará, pero que será ella la que imponga el cuándo, el cómo y el dónde.
No necesitas vestirte de Gatúbela, usar antifaz y látigo para tratarlo de gato y zapato, pues no nos satisfacemos con la agresión, ni siquiera insinuada. Es en controlar el placer, en obligar a su prolongación. En ponerlo de cuatro en una felación diferente, en tener nuestro orgasmo completo con su boca, sin prestarle atención por algunos segundos a sus ansias. En hacerlo decaer sin haber terminado, para volver a empezar y así prolongar el placer final.
Es dirigir el juego amatorio y orientar, desde tus deseos y gustos, las caricias. Él, educado para imponerse y mandar, sentirá que la sexualidad puede ser diferente. Hacerlo que sienta placer al dar placer, como claramente lo reclama la canción de Rita Lee, y que, perdiendo el control de ese territorio inmenso y repleto de fantasías y placeres, como lo es la cama, o el sitio donde al final dos cuerpos se encuentran, él repita con Barbosa que la magia de su placer es que nosotras controlemos su pasión y sus deseos, para llegar juntos a ver infinidad de estrellas y pueda pedir más y más placer.
Al final de cuentas, el gato escapa al zapatazo, pero sabe que quien controla y decide es quien se lo lanza. El placer será diferente y nuevo, porque al final ambos saldrán más que satisfechos.
[1] En las versiones en español el erotismo desbocado y provocador de Lee y de Carvalho quedó fuera, desvirtuando todo el sentido del texto. Si la de Estefan es de un simple gustito por bailar, la de Irasema es de un pacifismo cursi. En ambas, además, son las mujeres las que se deshacen por el bonito y buenesito varón.
Fotografía principal tomada de Sexualidad 180.
Ju Fagundes

Estudiante universitaria, con carreras sin concluir. Aprendiz permanente. Viajera curiosa. Dueña de mi vida y mi cuerpo. Amante del sol, la playa, el cine y la poesía.
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